Cuba: «Los hermanos Castro y el más allá»

Cuba: "Los hermanos Castro y el más allá"

Se han cumplido cincuenta años desde aquel 1º de enero de 1959 cuando el comandante Fidel Castro salió al frente de la evolución que hoy, en pleno siglo XXI, se presenta como el último bastión de un modelo político y social que va camino a la extinción.

Por Ramiro Escobar La Cruz

A pesar de invasiones, conspiraciones, zafras fracasadas, subsidios alucinados, muros caídos, periodos especiales, oleadas de balseros, represiones absurdas, pronósticos apocalípticos y remesas cercenadas, la Revolución Cubana sigue ahí, vetusta pero enhiesta, afanosa pero enredada. Ha sobrevivido, incluso, al otoño de su Patriarca y sigue hablando de socialismo o muerte, con el mismo aire tropical de hace 50 años.

Su ánimo de “retroceder nunca, rendirse jamás” permanece aparentemente incólume. Sin embargo, entra a su segunda mitad de siglo en un momento que, sin duda, la obliga a sacudirse y no en la gatopardiana clave de cambiar todo para que nada cambie. La propia biología y la historia, cuyas leyes el marxismo obtuso considera predecibles, están haciendo que este proceso social, tan odiado y amado a la vez, sufra una metamorfosis.

Sus detractores más avezados quisieran que el resultado fuera la transformación del régimen cubano en una cucaracha, que finalmente sería fácilmente pisoteada por cualquier poder, vecino o lejano. Pero un primer signo de porfiada vitalidad del castrismo es que la sustitución de Raúl por Fidel no ha devenido en una hecatombe. Apenas se podría hablar de una calma chicha prolongada y cautelosa, mas no de un derrumbe.

En rigor, esto ocurre porque Fidel, no obstante su quebradiza salud, sigue allí, “dando línea” a través de sus editoriales en Granma. La irrompible sociedad política que forma con su hermano no se ha roto y por eso tenemos hoy, todavía, un mix del pragmatismo de Raúl –expresado, por ejemplo, en la curiosa autorización para el uso de celulares– con el persistente verbo flamígero y antiimperialista del postrado ‘Comandante’ legendario.

A fuego lento

Al parecer, Raúl, el hermano menor, nada robusto y poco teatral, marcará los cambios a fuego lento, por lo menos mientras su hermano esté en este mundo. Sus ojos algo achinados se muestran más centrados en el cubano que anda a pie, o en bicicleta, y que, más allá de proclamas antiimperialistas, lo que desea, urgentemente, es mejorar su nivel de vida, que no se abastece con una ya bastante demodé libreta de racionamiento oficial.

De allí que los leves cambios vistos hasta ahora no sean solo telefónicos. Se comienza a permitir que pequeños agricultores vendan sus productos o el acceso a las antes vedadas instalaciones turísticas. Luego, quizás vengan más flexibilidad en el uso de la divisa norteamericana, más autorizaciones a pequeños comercios y quizás una represión descafeinada. O unos oídos sordos y manos menos rudas con la disidencia interna.

Pero no mucho más. No hay razones para entusiasmarse con un viraje ‘raulista’ al estilo chino, o con una liberación masiva de presos políticos. El Castro menor se sigue declarando comunista y además viene de cultivar un estilo pro soviético incluso más acendrado que el de Fidel. Se dice, inclusive, que era ‘el verdadero hombre en La Habana’ de la URSS. El paso del tiempo debe haberle quitado ese tic, pero no totalmente.

Por añadidura, y algo sigilosamente, ha montado una estructura que lo atornilla bien en el cargo. Las Fuerzas Armadas, que controló durante años, le son plenamente leales, entre otras cosas, porque controlan buena parte del jugoso negocio turístico. Como ese es el principal grupo de poder en Cuba, es difícil que se produzca una aventura militar que lo derroque y aúpe en el Palacio de la Revolución a un general advenedizo y desconocido.

Los únicos que podrían hacerle sombra son los ‘comandantes históricos de la Revolución’, es decir, los más veteranos combatientes de antaño. Pero ya quedan muy pocos y sólo Ramiro Valdés, el actual ministro de Informática, puede jugar ese papel. En la generación más joven, los llamados ‘talibanes’, entre los que está el canciller Felipe Pérez Roque, tienen presencia, pero no al punto de mover el tablero.

Nos vamos poniendo viejos

Todo indica, entonces, que este nuevo medio siglo comienza sin prisa ni pausa. No obstante, hay preguntas que ya están flotando en la atmósfera caribeña y mundial: ¿Y qué pasará cuando Fidel ya no esté? O, más complicado aún, ¿qué pasaría si Raúl se va antes que su hermano de este valle de lágrimas revolucionario? Quizás ni Marx ni Dios lo sabe, pero resulta factible pensar en un vacío de poder en tal circunstancia.

En esa hipotética situación, la disidencia, interna y externa, podría presionar, se haría difícil el recambio, quizás incluso haya cierta turbulencia social. Como fuere, lo que sí parece indudable es que resulta muy improbable que Cuba vuelva a ser la de antes de 1959, la de una economía boyante para los ricos y austera para los pobres, la de los burdeles y los gánsteres. Los logros sociales de la Revolución no parecen negociables.

O la mayoría de ellos. El cubano de La Habana, y hasta el del Miami, reconoce que, por más urticaria que le causen la egolatría y la autocracia de Fidel, se consiguieron cosas, en educación y salud pública, inimaginables. Una de ellas, precisamente, es levantar la esperanza de vida de los ciudadanos hombres hasta los 77 años, lo que, acaso ha motivado que los Castro lleguen gordos y felices hasta esa edad, para seguir gobernando.

Como dice Pablo Milanés, sin embargo, “el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos”. Esta etapa ‘castrista-revolucionaria’ está por terminar. Como está feneciendo también el tiempo de los disidentes obsesivos de Miami. En un futuro relativamente cercano, es posible que Cuba se transforme y, mejor aún, se reconcilie. Ojalá que eso ocurra en paz y, por supuesto, sin hipotecar de manera tan penosa la libertad política por la justicia social. (Domingo. La República)

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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