El silencio cómplice de los latinoamericanos

El silencio cómplice de los latinoamericanos

George Chaya.– Cuando los presidentes de países latinoamericanos y los intelectuales latinoamericanistas hacen la vista gorda a las conductas disociadas del presidente Chávez debido a su simpatía por su papel de “vengador socialista” arriesgan tanto su honor como su credibilidad.

Es natural que la ideología tiña lo que se dice o hace tanto en política exterior como en la prensa. Sin embargo, cuando los presidentes de países latinoamericanos y los intelectuales latinoamericanistas, sean estadounidenses, europeos o de la región sudamericana hacen la vista gorda a las conductas disociadas del presidente Chávez debido a su simpatía por su papel de “vengador socialista” arriesgan tanto su honor como su credibilidad.

El 11 de septiembre de 2001, los miembros de la OEA firmaron la Carta Democrática Interamericana, según la cual todos los firmantes se comprometían a custodiar los elementos esenciales de la democracia representativa. Con ello, reafirmaron su determinación a trabajar en conjunto para promover y defender la democracia constitucional como la forma ideal de gobierno.

Cuando en los últimos meses, enfrentaron el desafío de oponerse a flagrantes violaciones a la libertad de expresión, la división de poderes y el orden constitucional, la OEA y sus estados miembros no hicieron nada. Cuando en Junio de 2007 debió enfrentar y resolver el desafío de los intentos graves del chavismo por entrometerse en los asuntos internos de la Republica de Colombia, la OEA y sus estados miembros tampoco hicieron nada. La historia recordará que el cuerpo multilateral más importante de la región se reunió aquel mes de junio de 2007 para hablar (lea bien ) del “etanol”.

Si el ideal de solidaridad democrática interamericana se entierra bajo semejante indiferencia, no es sólo porque Chávez quiere eliminarla. Es porque la mayoría de los estados de la región no acordaron que la defensa colectiva de la democracia es un principio que amerita salvaguardarse.

Chávez consolido su control sobre la legislatura venezolana, los tribunales, el aparato electoral y ahora va por los últimos medios de prensa libre; militarizó la política y politizó a los militares. Nadie emitió queja alguna. Algunos apologistas dirán que eso quiere el pueblo de Venezuela, pero la campaña antidemocrática de Chávez no se limita a su propio país. Mediante el uso de la rentabilidad petrolera de su nación, como si ello fuera una caja chica, Chávez sostiene y respalda a un grupo de autócratas electos que están atacando los cimientos de las democracias de varios países latinoamericanos.

Si había alguna duda al respecto, bastara con leer las actas y el documento final de la denominada “cumbre de UNASUR” en Bariloche, Argentina (a la que el reconocido periodista y amigo venezolano Manuel Malaver, titula certera y adecuadamente Reality Show, en su artículo del diario La Razón).

En orden a esa reunión, hay que decir que es notorio el crecimiento de una peligrosa tendencia que no pueden o no desean resolver los demócratas de la OEA, tampoco parece ser un tema del que se hable en las cancillerías de América Latina. Lo cierto es que no se trata de hablarlo sólo con la intención de provocar al presidente Hugo Chávez, esa seria una estrategia destinada al fracaso, la atención lo beneficia, su dominio de los insultos es superior al de cualquier diplomático de los países libres, al propio Rey Juan Carlos o al presidente Álvaro Uribe. Por otra parte, no hablar porque Chávez podría sentirse provocado hace que otros en la región se pregunten si el presidente Obama sabe o se interesa realmente por la problemática regional.

Cualquiera que conozca el abuso del proceso de la asamblea constituyente por parte de Chávez sabe qué puede pasar cuando una herramienta se utiliza para demoler instituciones democráticas y reconstruirlas al servicio de un individuo o una ideología. Las instituciones tradicionales de los países latinoamericanos que tan sólo una década atrás habrían bloqueado el camino al poder de este tipo de líderes, reconocieron su derecho legítimo al poder. Los presidentes amigos de Hugo Chávez podrían haber optado por fortalecer las instituciones democráticas que los eligieron, pero están decididos a abandonar su constitución y utilizar asambleas populares para redactar manifiestos revolucionarios a fin de cambiar drásticamente el orden político y económico de sus países. En consecuencia, lo que está sucediendo hoy en Latinoamérica se parece más a una lucha de clases sin cuartel que a una renovación democrática.

La mayoría de los gobiernos de América Latina no están dispuestos a intervenir en los asuntos internos de una nación hermana, menos si ello implica el riesgo de una confrontación bilateral con el acaudalado y verborragico Chávez. Por esta razón, la OEA debe cumplir un papel fundamental como instrumento para investigaciones y acciones regionales concertadas. Si la OEA es fuerte y cuenta con la confianza y el respaldo de países clave, puede hablar y actuar (con cautela y respeto) como representante de la región para examinar sucesos preocupantes y recomendar respuestas regionales. De hecho, tras haber sido electo secretario general en 2005, José Miguel Insulza se comprometió a hacer de la OEA un instrumento eficaz a través de La Carta Democrática Interamericana que contiene todos los compromisos para forjar una comunidad de naciones libres, cuyos gobiernos no sólo sean electos democráticamente, sino también gobiernen con total apego al estado de derecho garantizando los derechos humanos de todos sus ciudadanos. La Carta no es sólo un acuerdo de gobiernos, es también, una victoria de los pueblos latinoamericanos y como tal debe ser respetada de manera irrestricta.

Los recientes disturbios en Venezuela confirman la idea de que los líderes que no permiten una oposición pacífica, generan inevitablemente una oposición violenta. Esta última batalla se produjo por la decisión de Chávez en disponer de una Ley de Educación de corte autoritario, como lo explica la oposición cuando sostiene que tal decisión constituye el paso definitivo hacia la dictadura. La reacción regional frente a esta medida del presidente Chávez para consolidar su poder fue casi inexistente, los jefes de Estado de otros países de América Latina se mantuvieron callados.

Al tiempo, un partido político colombiano con miles de seguidores afines al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, está a punto de cumplir los requisitos para poder participar en las elecciones del Congreso y la Presidencia del país el año próximo (según lo revela el domingo 30 de agosto el diario El Tiempo de Bogota). Legalmente no hay impedimento alguno de parte del gobierno del presidente Uribe, pero, añade el periódico, dinero entregado a emisoras comunitarias, aportes a municipios y un militar destituido que asesora a Chávez, son motivo de preocupación en Bogota, aunque es un hecho que entre el 9 y el 11 de enero del 2010 nacerá jurídicamente en Colombia el Movimiento Socialista Bolivariano (MSB). En realidad esto se trata de la segunda fase del plan de asentamiento en Colombia de la ideología de Hugo Chávez que se inició hace 4 años en la ciudad limítrofe de Cúcuta. La pregunta es ¿Qué pasaría si fuera el presidente Uribe quien presta ayuda y financiamiento a ciudadanos venezolanos para conformar un partido afín a el en Caracas? ¿Chávez se encargaría de que los cielos de Sudamérica se cubrieran de Sukhoi’s SU-27 y S-30 inmediatamente? No estaría tan seguro de ello, pero con Chávez nunca se sabe.

Entonces ¿Que nos deja la cumbre de UNASUR en el escenario actual latinoamericano? Poco, no mucho mas que una foto con “presidentes faltantes” y un marco complejo en el que pareciera que relacionarse diplomáticamente y actuar multilateralmente sólo significa «dejar hacer».

George Chaya es periodista, docente y analista político especializado en Oriente Medio, particularmente en lo concerniente a conflictos étnicos y religiosos y contraterrorismo. Es Consejero Académico en varias ONGs en temas vinculados con derechos humanos, minorías y derechos del niño y la mujer en los países árabes. Es Miembro Consultivo de SOLIDE (Organización de Soporte a Libaneses Detenidos y Exiliados). Es analista en Terrorismo Internacional para la Fundación Safe Democracy de Madrid. Es asesor de varios gobiernos latinoamericanos sobre cuestiones relacionadas a Oriente Medio.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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