VERANO PD / Manteros senegaleses

Un capo de los manteros de la playa: «Cada uno rompe su cabeza de rata como puede»

Un capo de los manteros de la playa: "Cada uno rompe su cabeza de rata como puede"
Mantero en playa de Gandía (Valencia). JLH

Iba andando por la arena de la playa vestido de blanco, todo de blanco, con pantalón largo, camisa de manga larga y sandalias de cuero. Mediana edad, enjuto, no demasiado alto y algo encorvado, iba andando por entre las sombrillas solo.

El «contacto» entre ellos siempre era el mismo: un golpe de cada uno en su propio pecho, con el puño de su mano cerrada a la altura del corazón. Oferta de la mano abierta con los dedos verticales y hacia arriba. Y un contacto de las palmas de las manos con intercambio de algunas frases breves. Después se separaban y seguían andando, cada uno a lo suyo: los manteros a seguir con su caminar y sus ventas, y el hombre a seguir con su paseo.

Desde lejos y durante un rato, seguí al hombre vestido de blanco paseando al borde del agua, mientras él seguía con lo que parecía un paseo de inspección, quizá la inspección de un capo mafioso. No oía lo que hablaban y decidí acercarme. No les entendí, pero percibí el sonido claro de la eñe. Son senegaleses.

No se intercambiaban nada, sólo el saludo y frases, muy pocas; y algunos gestos que, más que de sumisión, parecían de afecto. Si aquella era la relación entre el que intuí como un cabecilla mafioso y su grey, el trato era tan singular que me interesó.

Al cabo de un rato de paseo, cuando el hombre de blanco decidió dar la vuelta, me acerqué a él y entablamos una de las conversaciones más extraordinarias que puedan celebrarse con el que parecía el cabecilla de los manteros de la playa.

– No te pude atender ayer. – el tuteo surgió desde el principio.- Acabo de llegar de mi país y mis paisanos esperaban noticias de sus familias.

Casi todos venían de Touba, la segunda ciudad de Senegal, después de Dakar, en el interior del país africano. A las primeras frases, me di cuenta de que la inteligencia, cultura y formación de mi interlocutor eran algo más que notables. Podía ser una especie de jefe mafioso o un explotador de manteros senegaleses, pero no me encontraba ante un «desharrapado» intelectual. Por eso, decidí fijar posiciones desde un principio y prescindir de unos rodeos y circunloquios que la inteligencia de mi interlocutor admitió de inmediato.

– Nuestra situación aquí es muy simple: Aquí cada uno rompe su cabeza de rata como puede. En España la renta per cápita es superior a 23.000 euros, en Senegal no llega a 1.500. Cuando nosotros llegamos aquí, lo que ganamos al año es muy superior a la renta per cápita de nuestro país, pero se queda muy lejos de la de aquí, apenas si llegamos a los 2.800 euros al año.

Utilizando el concepto, renta per cápita, y calculando, mejor que los ingresos de cada mantero senegalés, los gastos mensuales obligados para sobrevivir, llegamos a una cifra de 2.820 euros anuales de: Vivienda, que ocupan 5 personas y a 250 €/mes (50 €), Comida (120 €), luz y agua (15 €) y varios (50 €).

Después, adentrándonos por los vericuetos de sus vivencias me fue enterando de algunas de sus realidades, entre las que destacaba una sobre todas ellas: la solidaridad.

– Cuando uno de nosotros llega aquí, si no tiene forma de ganarse la vida, nosotros lo acogemos y le damos una forma de vivir durante dos meses. No podemos dejarle en la calle. Después, cuando ya sabe algo del idioma, le damos algo de dinero, entre 20 o 30 euros, en mercancías para vender o para que él mismo compre sus mercancías. Con eso empieza. Y con eso sigue. Él es autónomo, como todos nosotros. No tiene jefe.

– ¿Con sólo 20 euros?

– Sí. Luego tiene que hacer como cada uno de nosotros: Aquí cada uno rompe su cabeza de rata como puede. En invierno a veces encontramos trabajo en el campo y ganamos algunos euros, en verano compramos cosas y las vendemos. Unos tenemos puestos legales y otros tienen que vender en la playa o en las aceras de las calles.

– Nosotros comemos siempre hacia las 4 de la tarde. A esa hora se hace la comida en nuestras casas. Y si uno de nosotros a esa hora está lejos de su casa y ha de comer, puede ir a la casa del conocido y come allí. No importa lo que haya ni para cuántos se haya hecho comida. Cuando alguien llega a casa a la hora de comer se reparte lo que haya con él.

– ¿Estáis organizados?

– Sí, algo. Tenemos una asociación. En el puerto tenemos una casa con dos habitaciones para los necesitados y un salón grande que nos sirve para rezar y para hacer reuniones. La asociación tiene un presidente, un vicepresidente y un secretario, que se elije cada año, que está inscrita en el Registro de Asociaciones del Ministerio del Interior Español y que se ocupa de todas las relaciones con las autoridades españolas, con la policía, con la embajada de nuestro país; y de otras cosas.

– ¿Ayudan las autoridades españolas y la embajada? – pregunté.

– Algo, pero no mucho.

Era el momento de entrar en pormenores y de conocer cómo sus mayores gastos, los de repatriación de cadáveres o enfermos, habían de enfrentarlos desde una asociación privada que, con sólo 300 asociados y unas cuotas voluntarias mensuales de 3 euros, había de atender gastos importantes con las exiguas cuotas y las aportaciones voluntarias y solidarias: 5.500 euros cada uno de los 2 últimos difuntos repatriados.

– ¿Drogas?

– Drogas. Esa es la barrera. De ahí no se pasa. Hay otras comunidades, no voy a negarlo, ni voy a citarlas, porque nosotros no somos policías ni chivatos. Nosotros, por nuestra cultura y nuestra religión, no hace falta que apartemos de nosotros las drogas ni a los que se meten en ese mundo. Se apartan ellos. Nosotros no los echamos, pero no están con nosotros. Ellos mismos se van. Si están con nosotros, tienen que hacer como nosotros. Aquí llevan algunos más de 30 años, la mayoría llevamos más de 5 años. Unos, los menos, hemos venido en avión, la mayoría, más del 90 %, lo han hecho en patera, pero somos como somos. Hemos salido de nuestro país y vivimos aquí, como podemos, pero según nuestra religión y con nuestras costumbres. Y en nuestras costumbres no hay drogas. Nos pasa igual con el sexo y con las mujeres.

– ¿Homosexualidad?

– Cada uno hace lo que hace y hará lo que haga. No me refería al sexo de las discotecas y a las tentaciones, que las hay. Me refería al matrimonio. Nosotros somos musulmanes y nuestro sexo está en el matrimonio, aquí no hay poligamia porque no hay dinero y no tenemos más que una mujer, pero también hay matrimonios mixtos. Y no creas que son fáciles. Es por ellas, que son cristianas y tienen que aprender nuestras costumbres. Vosotros os agarráis de la mano y os besáis por la calle. Si un senegalés se casa con una de las vuestras, lo primero que ha de enseñarle es nuestras costumbres, tiene que estar con nosotros y aceptarnos. Después Dios es el dios de todos: nuestro Alá o vuestro Jesucristo.

Después de un momento hablando de religión y de costumbres, decidí repasar con él algo que también me parecía importante: el volumen del negocio que se movía entre los manteros de la playa. Eran unas 300 personas y, decía su aparente jefe, movían 2.820 euros cada uno. Entre todos ellos 846.000 euros. No era una cantidad muy importante, pero sí a tener en cuenta desde algunos puntos de vista:

La condición de ventas no legales en competencia con el mercado de la zona, de alguna forma alteraba el comercio del lugar, si bien parecía que el «gasto de vida» de los senegaleses, necesariamente, habría de emplearse en el mercado local de adquisición de víveres y alquiler de viviendas. Desde ese punto, convine, los manteros no significaban un problema importante.

Otra cuestión importante, y que ya me había llamado la atención por algunas de las carreras y sofocos de manteros y policías que había visto, era la vigilancia y el control que la policía podría tener sobre ellos.

– La Policía tiene que hacer su trabajo. – me explicó – Todos tenemos que hacer nuestro trabajo. Y lo que hacen los que venden en la playa no es legal.

– ¿Es ilegal? ¿Lo que vendéis es ilegal? – pregunté temiendo que la supuesta mafia, que estaba tratando de descartar en cuanto a organización de personas, hiciera negocio usando productos de contrabando ajenos a los controles e impuestos españoles.

– Sí y no. No está establecido legalmente que todos los que vendan mercaderías no paguen sus tasas municipales y sus impuestos. Algunos, los que van a los mercadillos, si están en regla y tienen sus permisos. Los demás, los que venden en la playa lo que tienen, no. Pero la mercadería no es ilegal. Casi toda es de origen chino, pero toda la compramos bien. Ninguna viene de robos ni son productos de la «receptación» que dice la policía. Toda se compra; y se paga el IVA por ella.

– ¿Le pagáis el IVA a los chinos?

– Sí. Pero no es por los chinos. Es por el negocio.

– Un negocio que es ilegal.- dije sin comprender.

– Que es ilegal, sí. Pero que no es lo mismo. Si un vendedor es «sorprendido» por la Policía Local…

– ¿Sólo la Local? – pregunté.

– Sí. De la venta ambulante sólo se preocupa la Local. Y si retiran el producto, al vendedor le quitan todo lo que tiene, porque no tiene remanente ni un almacén en el que reponer lo que le han quitado. Si a un mantero le quitan lo que lleva, ha perdido todo su trabajo de meses o incluso de años y no le queda más. La única forma que tiene de recuperar lo perdido es que sus productos sean legales y hayan pagado los impuestos de compra. Para un mantero, las facturas de compra de sus productos son tan importantes como el pasaporte. Por eso siempre que compran en los chinos se preocupan de dos cosas, que el producto lleve las letras CE, de Comunidad Europea y de que el vendedor les dé la factura. Con la factura en la mano, la Policía Local les pone una multa, por vender en la calle, y, más o menos, les devuelve el producto. De la otra forma, lo pierden todo.

– La Policía Local -continuó- tiene que hacer lo que hace y esta no es una mala forma. Sabe que los manteros no roban, que no tienen fácil la salida o el retorno y que aquí cada uno rompe su cabeza de rata como puede. Si las autoridades españolas apretaran hasta asfixiarnos, estarían forzando a que todos los manteros tuvieran que buscar otra forma de seguir. Ya no se trataría de romperse la cabeza de rata, habría que hacer otra cosa, que tú temes, que yo temo, que nuestras familias de Senegal temen y que las autoridades españolas no quieren. Por eso lo que existe no es malo. Y están los protocolos formales de la Policía Local, que en un momento aprietan un poco, cuando es muy llamativa la venta y molesta a los comercios y a los comerciantes; y que en otro momento dejan la «mano floja».

Nos despedimos, como hacen ellos, uniendo las palmas de las manos verticales y golpeándonos el pecho en una señal que yo entendí de respeto y afecto humanos.

– Allah baikoum – creí entender que dijo en despedida.

– Sigue con Dios. – le dije yo.

Por la tarde, una pareja de policías locales, después de unas carreras tras los manteros de playa, que habían extendido y recogido a toda prisa sus mercaderías en la acera, se paró ante mí. Una de ellas, sudada, se deshacía y ataba la cola de caballo de su cabello moreno con la mirada risueña, como alegre.

– ¿Por qué corréis tras ellos? – pregunté.

– Son los protocolos. – dijo.

Sonreí contento. Los protocolos.

Cada uno rompe su cabeza de rata como puede. 

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

Lo más leído