Son las 6 de la mañana y Pablo Martos, el jefe de campamento, arranca el día para hacer gimnasia. Seguimos en Entebbe a la espera de que llegue el segundo grupo de aventureros.
A mi me ha despertado antes el graznido incesante de todo tipo de pájaros que revolotean a mi alrededor en la playa. Un gigantesco marabú se acerca sigiloso con su largo y duro pico para ver si encuentra alimento en mi minicampamento y se asusta cuando le observo tras la mosquitera. Debo tener una pinta horrorosa. Su vuelo es lento y como cansino, parece un Antolov.
Después de la gimnasia nos metemos un baño revitalizador en las sinuosas aguas del Lago Victoria, que más parece un mar que un lago excepto por el dulce sabor de sus aguas, aunque un cartel avisa del peligro en inglés: «Take note that water is dangerous and can kill» (Toma nota que el agua es peligrosa y te puede matar). Un pelín exagerados, ¿no?.
Acabo de ver el vídeo que han terminado Mar Aldaz de la Quadra-Salcedo, directora de audiovisuales, Gerardo Yllanes y Diego Saniz, camarógrafos y editores, y Miguel Fernández-Ordóñez Agra, director del programa académico y miembro del equipo audiovisual, y me ha encantado, aunque les comento que a mi me gustaría más si mezclase la música con el sonido ambiente y algún total de Telmo, el director de Rumbo al Sur, o de algunos chavales, para darle más realismo al montaje.
Los expedicionarios salen a secarse al campamento, yo prefiero hacerlo con el viento que viene del sur y nos acaricia como una amante durante todo el día, haciendo que el clima sea, sencillamente, perfecto.
Creever Ehapo, miembro del equipo de material y, de oficio `resolvedor de problemas´, es medio angoleño y medio guineano, y nos ofrece un apetitoso desayuno a base de una tostada con aceite de oliva, tomate y sal, con un café o un chocolate caliente. Un auténtico lujo gastronómico.
Me siento al borde del lago Victoria junto a un grupo de jóvenes que me llaman «el escritor», y la verdad es que me hace ilusión. Entre ellas está Sofía Jiménez, de Pamplona, que me pide que la ayude con un relato del viaje que se ha comprometido a entregar a la empresa «MTorres», que fabrica piezas para aviones. Le está haciendo unas trenzas simétricas a Carmen Mariscal, de Madrid. También está Edurne Lancha, de Alicante, que le cuento que recuerdo a su extrovertida madre que no paraba de hacerme preguntas en Barajas y me dice que ella es igual de inquieta.
Un pantalán destrozado, unas boyas amarillas que marcan el peligro, un lugareño limpiando la playa de algas muertas con un rastrillo de lamas metálicas, vestido con una chaqueta gris marengo a pleno sol, y las olas, que me llenan de melancolía. Los recuerdos de mi madre Matilde, que adoraba el mar; de Miguel de la Quadra-Salcedo, con el que me unió el amor por ríos, cascadas y océanos del mundo entero; y de mi hermana pequeña Ruth, que miraba pero no veía, sentía pero no entendía, era feliz y solo gritaba, de una manera espantosa, cuando le atacaba el peor de sus males: la soledad. Paradójicamente a mi me enamora.
Ahora toca una conferencia, «Cuadernos de viaje», que imparto con Roberto Bécares, periodista de El Mundo y cronista de la web de Rumbo al Sur. Les contamos nuestra manera de escribir, la de Bécares es más directa, con párrafos cortos, sin subordinadas y en tercera persona. Mi estilo es más literario, descriptivo y personal, en primera persona. Ahora son los ruteros los que tienen que entregarnos cada noche, por grupos, una crónica sobre lo que han vivido ese día, y las que seleccionemos se publicarán en la web.
Durante la charla me fijo en que la mayoría de los chicos llevan unas sandalias blancas de «El Naturalista» que hace que parezca un hospital, eso sí, lleno de pájaros alrededor. Me divierto viendo sus vestimentas y abalorios, como los alargados calcetines de Jaime López Valero repletos de refuerzos o el alargado amuleto de Arun Arjandas, «El loco de Ceuta», mestizo de cristiana e hindú. Pero todo acaba en la mirada penetrante y reflexiva de Sucheta, una joven india que observa como pasea por detrás una hermosísima garza blanca que revisa con esmero cada palmo de hierba para desayunar a nuestro lado. Me encantan la garza y su mirada.
Cooperación y solidaridad
Pero Rumbo al Sur tiene un propósito claro además de la aventura: la cooperación, la ayuda a los necesitados, el apoyo a las causas perdidas, la solidaridad y la entrega a los demás, y eso es lo que nos van a enseñar en una barriada perdida de Entebbe.
Sin ni siquiera bajar de los buses y camionetas, vienen como una marabunta de niños `pelaos´ a recibirnos en la New Life Center School, donde su directora, Mama Deborah, nos explica que es un orfanato que recoge niños abandonados y les da educación y alimento. Un ejemplo universal.
Subvencionados por la ONG española «Coro Safari» y la local «Grace Global Impact Ministeries», esta escuela ayuda a 390 niños pobres de 6 a 12 años y nosotros llegamos con pintura y rodillos para ennoblecer sus au las.El impacto que causa esta convivencia es difícil de explicar. Los críos están tan felices con nuestra visita solidaria que no paran de darnos las gracias, «Neyanzinza» en idioma luanda (de los muchos que tienen).
Una niña vestida con una falda amarilla con estampados de fresas abiertas, Silvia Acen, se acerca y me dice que es cantante y que le gusta mucho Alejandro Sanz, y se pone a cantarme «Look in for paradise» con una voz angelical. Al rato vienen tres más y a varias voces me hacen disfrutar de una preciosa canción de góspel: «Aleluya». Es absolutamente increíble.
La escuela está rodeada por palmeras reales, con el final del tronco acabado en una parte lisa y pulcra. Al lado tienen un huerto para autoabastecerse: bananos, maíz, aguacates, berenjenas. La tierra tiene un atractivo color rojo y es muy fértil.
Los pupitres son como los de mi colegio, dobles de madera con cajonera debajo, solo les falta el tintero. Los libros están forrados con papel de estraza y los alumnos llevan camisas de color vainilla, ellas con faldas de cuadros y ellos con pantalón corto. Los zapatos son viejos y la mayoría de plasticucho. Solo tienen un grifo de agua en la lejanía y la cargan en bidones de 25 litros que llevan como si fuesen de algodón. Son fuertes y sufridos. la vida les ha golpeado duro a pesar de su temprana edad.
Uno de los doctores de la expedición, Jorge Cerame, aprovecha para pasar una consulta improvisada a todos los niños que quieran.
En unos minutos se forma una cola descomunal. Al terminar le pregunto al médico por su salud:
Pecker: «¿Cuál es el problema médico más habitual entre estos pequeños pacientes?»
Cerame: «Su enfermedad principal es la falta de cariño. Están todos bien»
No me quiero imaginar la tristeza que debe ser que te abandonen tus padres, a pesar del descomunal esfuerzo de esta organización por hacerles felices y prepararles para el futuro.
Telmico aprovecha antes de irnos para darles una charla sobre la importancia de la solidaridad con las personas desfavorecidas. Se nota que a los chicos les ha impresionado este proyecto y les ha llegado muy dentro de sus corazones.
Por si fuera poco, cuando estamos de retirada nos llevan a un aula grande para enseñarnos sus bailes autóctonos. 40 niños, siempre agradecidos y risueños, y vestidos de mil colores, no dejan de danzar al ritmo endiablado de sus sonoros tambores, cubiertos de piel de serpiente o de vaca.
Los expedicionarios y los adultos saltamos como muelles de nuestras endebles sillas para bailar con ellos. Es como una catarsis universal, donde todos gozamos con este momento tan especial.
Antes de irnos nos ofrecen agua y chapati, una torta frita de trigo mezclado con cebolla y zanahoria. Creo que nada me ha sentado tan bien en mi vida. Estoy inmensamente feliz.
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