La experiencia que pasamos por la noche en la sabana africana fue memorable. No parábamos de oír ruidos extraños que nunca habíamos escuchado. Habíamos dejado un olor exquisito de nuestra cena, unas apetitosas salchichas con patatas cocidas que habían cocinado Clara Casana y Ángela Perea, y eso atrajo a los animales a acercarse mucho más hasta nuestras mosquiteras, como me cuenta María Cabello, de Madrid, que hizo la tercera imaginaria:
María: «Nunca había hecho una guardia. Me tocó de 3:00 a 4:30 y me encantó. Pensé que no iba a aguantar despierta, pero me puse a mirar las estrellas y me impresionó la belleza del cielo. Era un sitio tan diferente a todo lo que había conocido hasta ahora que me quedé impactada. Los sonidos de los animales eran constantes, creo que eran sobre todo monos y las risas heladoras de las hienas. Es una noche que nunca olvidaré».
Amanezco al alba, como siempre, rodeado de las larvas blancas, pero Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo, el director de Rumbo al Sur, ya se ha puesto hasta la camisa, ¿o no se la había quitado?
Telmo: «Peckerín, vamos a dar una vuelta ahora que no hay nadie despierto, que seguro que vemos algún animal salvaje»
Me faltó tiempo. Me até las botas altas de «El Naturalista» y caminamos durante una hora viendo todo tipo de fauna. Primero vimos una familia de gallinas pintadas de Guinea, que tienen unas plumas espectaculares, luego Telmo pistea unas cebras hasta que damos con ellas bebiendo en una charca, también observamos facocheros y una imperial grulla coronada, símbolo de Uganda junto al antílope kop, que levanta erguida su cuello para controlarnos.
El paisaje es el típico africano, con acacias espinosas, que solo pueden comer las jirafas, y un cactus enorme con forma de árbol al que llaman bugando. A Telmo se le posa una mosca tsé-tsé en el cuello que rápidamente mato de un tortazo. No hay cura para su picadura, aunque te tienen que picar varias veces.
Cuando volvemos al campamento acaban de llegar los conductores ugandeses, que tenían miedo de dormir al aire libre con animales salvajes y se habían ido al pueblo más cercano.
Con una furgoneta cargada de periodistas y 3 expedicionarios, Amaya Vizmanos, de Pamplona, Santi Moreno, de Madrid y Yago Cabrera, de La Coruña, que me comenta que quiere ser también periodista y realizador, nos dirigimos al poblado de Nyanga a recoger a Steven Miyingo para trasladarnos a ver unos hipopótamos.
En el fango del borde del lago Kachera descubrimos unas huellas redondas y enormes de estos animales, pero hemos tenido un fallo descomunal, llegar casi dos horas tarde a la cita.
Embarcamos en unas inestables canoas hechas con madera de briueria en un lugar exótico, rodeados por cañas de papiro, que tienen una forma de la corola similar a la cresta de la grulla coronada. Pero a pesar de varios intentos no conseguimos ver ni uno. Lo volveremos a intentarlo en Murchison Falls.
A ver si tenemos más suerte.
Veo a unas mujeres del pueblo que se meten en el lago para recoger agua con sus bidones amarillos, que taponan con bananas verdes, y me parecen unas valientes, sobre todo después de escuchar a Miyingo decir que el año pasado, solo en este lago, los hipopótamos mataron a más de 100 personas.
Vuelvo solo al campamento en mi último paseo por la sabana. Al ir solo los animales ni me miran, y paso muy cerca de ellos sin que se espanten. Un grupo de enttees viene de frente y me rozan con sus monumentales cuernos. Paso un poco de miedo y soy yo el que me alejo.
En el poblado hablo con dos hombres muy simpáticos de la tribu de los Kirogo, que son los más abundantes en esta zona, aunque llegando al campamento me acerco a un típico Masai, con su manta de colores al cuello y su larga vara en la mano derecha. Para que un Masai sea un hombre tiene que matar él solo a un león, y eso es el paso a la edad adulta.
Otra vez nos retrasamos porque al camión de material se le ha estropeado el motor de arranque. Aunque intentan arreglarlo con una batería del bus, no logran arrancarlo y tenemos que empujarle entre todos para conseguir que funcione. Después de varios intentos el conductor consigue su propósito.
Nos dirigimos por fin a Mbarara, donde nos esperan unas hospitalarias monjitas para darnos de desayunar, aunque llegamos casi a la hora de comer. Es la congregación religiosa «Sisters of our Lady of Good Consel», que nos reciben con tortas de chapati y café o té.
Esta congregación, apoyada por la ONG «África Directo», tiene orfanatos y hospitales en varios países de África, centros educativos, ayuda a familias necesitadas y a jóvenes con problemas. Después de comer nos dan una charla informativa sobre su historia y sus proyectos presentes y de futuro. Uganda es el país africano que más refugiados recibe de todo África y para ellos la felicidad está en poder ayudar a los demás. Un ejemplo de amor al prójimo sin pedir nada a cambio.
Seguidamente ascendemos a Butare por la montaña durante varias horas, donde se encuentra la «Butare Secondary School». Tardamos más de lo normal porque pinchan dos movilidades, pero al final lo conseguimos y la recepción es apoteósica.
Todo el pueblo sale a saludarnos y los chavales uniformados nos acompañan sonrientes hasta su colegio junto a una banda de música que toca el himno de España. Nos dan un discurso sobre sus actividades y después están durante varias horas sin parar de mostrarnos sus bailes tradicionales.
En este pueblo del distrito de Buhweon se edificó el colegio en 1980 y tiene 500 alumnos de 5 a 21 años. El gobierno ugandés les da una ayuda económica para que todos los niños de la zona puedan estudiar. Cubren una amplia zona y el pueblo más lejano, Kamira, se encuentra a 10km. El director Michael Olyongor, y el padre Lawrence Mwesigye son los que nos dan la información.
Hoy la cena tiene algo especial que nos regalan los responsables del centro: aguacates y papayas. Están sensacionales. Viviría comiendo solo aguacates.
Veo contento a Telmo, la recepción de los niños le ha emocionado. El trabajo y la organización de Rumbo al Sur es descomunal, pero por estos momentos merece la pena el esfuerzo. Es un héroe del siglo XXI.
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