CRÓNICA 10 / RUMBO A UGANDA

Las vaporosas cataratas de Murchison

Las vaporosas cataratas de Murchison
Las vaporosas cataratas de Murchison

Es el primer día que nos llueve en Uganda. Son las cinco de la madrugada y veo que acaban de llegar Telmo Aldaz, director de Rumbo al Sur; Jorge Cerame, el jefe médico de la Expedición; Miguel Fernández-Ordóñez Agra, director del Programa Académico; y Adolf, el conductor.

Están como torcidos por su viaje en un reducido coche donde apenas les cabían las piernas. Pero ya estamos todos en Masindi. Los jóvenes tapan sus mochilas con plásticos para que no se mojen.

De nuevo la maldición de la mamba negra se ceba con nosotros, esta vez conmigo. Se me ha pinchado la esterilla hinchable y es algo muy duro para mi dolor de espalda. Lo mismo le ha ocurrido al monitor Borja Chavarri.

Hoy se duchan todos los expedicionarios sin excepción. Veo salir el agua marrón, casi negra, por debajo de las endebles puertas azules de las duchas. Un mono se acerca sigiloso al baño de las niñas, les roba un espejo y sube corriendo a un árbol. Mientras la expedicionaria le grita para que se lo devuelva, el mono se ríe histérico cuando se ve reflejado en el espejo.

Nos preparamos para partir hacia las cataratas de Murchison. Los editores y camarógrafos de vídeo, no dejan de crear vídeos para la web en cualquier esquina, algo que luego se lo agradeceremos, y ahora supongo que les estarán encantando a los familiares y amigos de los jóvenes.

En la única conexión de wasap que he tenido con mi mujer, Rocío Gayarre, me ha escrito que me sigue por los vídeos y por estas crónicas. Eso me anima a seguir escribiendo junto a Yllera, uno de los cámaras. Son las 6:00 y no hemos dormido en toda la noche.

Mar Aldaz, la directora de Comunicación, no aguanta más y se instala una hamaca verde con una mosquitera bien atada. También lleva toda la noche junto a Miguel enviando vídeos, fotos y crónicas a Isa Ussía, la subdirectora de Rumbo al Sur, que coordina todo desde España y va difundiendo las informaciones a todos los medios.

Salgo antes que los buses en la furgoneta de cocina con Ángela Guevara para comprar la comida: 80 paquetes de pan de molde, que está duro y se deshace en cambio en miguitas a poco que lo zarandees, tomates, cebollas, sandías y piñas, vamos, lo de siempre.

Hay tiendas con ropa muy diferente a la europea, donde predominan los colores fuertes, con grandes contrastes, y escasea el diseño. Siempre hay camisetas de fútbol de Uganda, Real Madrid, Barcelona y Arsenal.

Los periódicos son muy sensacionalistas, con grandes fotografías y un corto e impactante titular. No hay sitio para nada más. Son «Bukedde», «Rupiny», «Akadirisa», «Wamanya» o «Ennyanda».

Hay media acera llena de mercerías con mujeres cosiendo las telas que les compran con antiguas máquinas «Worldsinger», que funcionan perfectamente.

En la esquina hay una tienda con decenas de bicicletas de aspecto retro. Casi ninguna tiene marchas, pero en cambio todas tienen portaequipajes y cesta frontal. Hay una pila de neumáticos envueltos con un papel plateado. Pero las reinas de la calle son las motos rojas indias, que invaden todos los pueblos y ciudades.

Pero las tiendas que más me gustan son las cacharrerías, donde igual puedes encontrar un enorme perolo de metal, más limpio que una patena, que un recambio de afiladas puntas de lanza, que por cierto es lo que les he comprado a mis hijos Carlos y Salvador. Esperemos que lleguen a España.

Después de comprar alimentos y agua, viajamos ya con el resto de la expedición de Masindi a Wanseko, paralelos al lago Albert, para ver el sitio donde embarcaremos mañana en un ferry para cruzar al otro lado del lago, a Panyimuru.

Ahora las casas son las típicas chozas africanas de las pelis, redondas o cuadradas con un gran techo de paja.

La gente del norte es diferente, algo más distante, pero nos reciben cariñosos diciéndonos «¡Yambo!» («Hola» en suajili).

Bécares, el reportero de El Mundo, saca por sorpresa un añorado jamón serrano que guardaba para un momento especial y lo comemos con la consabida chapati. ¡Qué recuerdos de España! Han pasado 10 días y parece que llevamos 2 años en tierras ugandesas. Los días se alargan como el cuello de una jirafa, que por cierto no hemos visto todavía. A ver si tenemos suerte.

Ahora hemos vuelto a coger los buses pero tenemos otro problema. Cuando llegamos a las puertas del Parque Nacional Murchison Falls, resulta que Telmo tarda en encontrar el permiso para entrar, cosa que no me extraña por la complicación que supone este viaje.

Por fin llega el permiso y nos internamos hasta cerca de las cataratas. Recorremos una estrecha vereda húmeda y, como si fuese un sueño, aparece ante nuestros ojos el río Nilo Victoria, con una fuerza imparable, que empuja sus aguas hacia una caída de unos 50m.

Queda una hora para que se ponga el sol, y el brillo que adquiere el agua al chocar es como un hermoso cuadro de Turner.

Hay que tener cuidado. Tan solo una valla oxidada, desconchada y medio rota, es lo que te salva de caer al vacío.

Ascendemos a la última parte del camino y es desde donde mejor se ve esa nube de lluvia inversa que empapa hasta nuestro espíritu. Es hipnótica, parece que te está diciendo «¡No tengas miedo y tírate!».

Por si no fuera poca nuestra felicidad, se forma un arco iris divino, dando al paisaje un halo de perfección que captan los monitores con sus móviles.

Al otro lado se ve el final de la catarata, donde el Nilo Victoria vierte sus aguas al lago Albert.

Veo el último vuelo del dron de Vito Aldaz. Después de captar unas imágenes despampanantes, roza sus frágiles hélices con un árbol que cae sobre la descomunal cascada. Tiene sensores de protección abajo y a los lados del aparato, pero no arriba, y esa ha sido su tumba. Vito mide mal las distancias y esa especie de abeja gigante cae sin remedio a un torbellino de agua de donde no saldrá jamás, y lo peor es que se ha llevado consigo la tarjeta con sus últimos planos. El piloto me comenta su desesperación:

Vito: «Para mí es como si hubiese muerto mi hijo. Al menos ha sido una manera romántica de morir, en las aguas bravas de la catarata Murchison». Bien es verdad que Vito no es padre.

La maldición de la mamba negra sigue dejando un reguero de desastres.
Me quedo un buen rato ensimismado viendo esta maravilla de la naturaleza. Se me acerca un lagarto de un espectacular color naranja chillón. Soy el último en despedir al Nilo y a las cataratas. Las nubes ocultan el sol y las aguas pierden ese color esperanza. Es su forma de decirnos adiós.

Monos, ranas, hienas y Raá

Por la noche tenemos la suerte de que proyectan «La Reina de África», de Jonh Huston, que se rodó en la parte del Nilo en donde montamos el campamento.

Estamos rodeados de animales, muchos de ellos peligrosos, por lo que los lugareños encienden fogatas para ahuyentarlos, especialmente a los hipos y a los cocodrilos.
Me acerco por un sendero hasta el punto de reunión de los periodistas, el «Nilo Safari Lounge». Es un lugar paradisíaco al borde del río.

Se van mis compañeros y me quedo solo escribiendo mi libro. ¡Dios mío, acabo de oír a Raá! Apago el frontal.

Silencio.

Vuelvo a encenderlo. Llevo un rato mirando al Nilo y escuchando a los monos, ranas y hienas, pero el grave gruñido de Raá ha desaparecido.

Este es el chiringuito que quiero vivir. Sin duda.

Aquí recuerdo a mis pequeños, mi nuevo camino en la vida y las vaporosas cataratas de Murchison.

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Autor

Roberto Marbán Bermejo

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente cursa el grado de Ciencias Políticas por la UNED, fichó en 2010 por Periodista Digital.

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