Vaya por delante que a mi, aunque me daba inicialmente cierto repelús por la falta costumbre, casí le he cogido gusto. Para empezar, no me parece una manera disparatada de conocer gente.
No es una práctica muy habitual pero puede darse el caso de que en el restaurante no haya mesas disponibles al estar el aforo completo, en este caso el propietario o responsable del local debe avisarles de que no dispone de ninguna mesa libre y ofrecerles la posibilidad, si así la contempla el propio establecimiento, de compartir mesa con otros usuarios.
No obstante, es el usuario el que decide si acepta o no la propuesta de compartir mesa.
Recuerdo la primera vez que cené en un restaurante con mesa compartida.
Era Londres y entonces no tenía muy claro si me gustaba o me parecía una broma aquello de compartir mesa con extraños. Ahora no me queda ninguna duda.
Ni a mí, ni a los cada vez más restaurantes que están apostando por incorporar esta tendencia en sus salones, al menos en Madrid. Por si acaso te lo estás preguntando: no, no es incómodo, y sí, tiene sus ventajas, como la de poder sacar el lado más cotilla que llevas dentro.