La tarde-noche del pasado 25 de enero fue una jornada que albergó esperanzas a la diáspora venezolana reunida en la Puerta del Sol. La visita de Juan Guaidó, presidente encargado de Venezuela, pareció significar un antes y un después para los miles de venezolanos que residen en la capital española. Pareció. No obstante, las cosas, desde entonces, siguen igual. O peor.
La aparición de la pandemia del Coronavirus vino a dar un tiempo de alivio a Nicolás Maduro. Nadie parecía acordarse de él. Y es que el mundo estaba más pendiente de sobrevivir que observar la muy mala y degradante situación de una nación que no solamente hoy tiene que lidiar con el sátrapa bolivariano, sino también con la pandemia, la pobreza, la hambruna y un largo etcétera.
Leopoldo López, a quien considero el verdadero líder, se mantiene oculto en la Embajada de España en Caracas. Él sabe muy bien que la situación se ha enquistado y no parece tener solución a corto plazo.
¿Algo se está haciendo mal?. ¡Seguro!. Parece que se ha avanzado hacia la salida de Maduro. No. Me da la impresión que al igual que el cangrejo, la cosa va para atrás. Mientras tanto la «diáspora venezolana» sigue desperdigada, cuales parias, por todo el planeta.
