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Crónicas mayas: La misteriosa Selva del Petén

Nos trasladamos hasta el Petén, Guatemala, en una avioneta todavía más pequeña que la que nos trajo a Belice. Nos recoge Carlos, el mismo piloto con el que estamos por todo Guatemala, y se unen a nosotros los chapines Mónica Ávila de Publi Metro, María Isabel Aldana de El Relato, y José Corado de Guatemala.com, tres compañeros entrañables.

Vamos hasta el yacimiento arqueológico maya de Uaxactún, que está a unos 25km de la gran ciudad maya de Tikal, a la que iremos más tarde.

Ya es tarde y vamos directos a la Comunidad Indígena de Uaxactún. Sus casas tienen el techo de guano, una palma de la zona, y unas habitaciones sobrias y austeras con varias camas. Yo duermo con el piloto y el guía, Juan Pablo Lizano el Bro, que nos tiene preparada una gran sorpresa.

Dejamos las mochilas, cogemos las linternas y seguimos al Bro por una oscura y tenebrosa vereda hasta que aparece ante nuestras narices un templo precioso del sitio arqueológico. Subimos por las redondeadas escaleras mayas hasta la cima y nos tumbamos en silencio a ver las estrellas. Veo una y pido un deseo: que nunca acabe este viaje por los territorios mayas, que me lo estoy pasando genial. A los pocos minutos me echo un coyotito reparador.

Despertamos a las 04:30 y golpeo las puertas de mis compañeros periodistas, que salen de sus habitáculos con unos caretos singulares y algo desmelenados. Dormimos poco pero suficiente. Caminamos para ver el amanecer en Uaxactún, que anteriormente se llamaba Siaan Ka´a (Nacida del Cielo), y llegamos justo a la salida del sol. Hay una gran explanada rodeada de tres pequeños templos que marcan el solsticio de verano, de invierno y el equinoccio.

Las ciudades mayas no eran como las romanas, diseñadas para la guerra, sino que eran como un reflejo del cielo, como mapas celestes en la tierra. Eran muy importantes los solsticios, los puntos cardinales y los reyes o Ahauob´ (Señores de la Serpiente), los gobernantes o Halach Uinic (Hombre verdadero), los sumos sacerdotes o Ahucán May (Señor de la Serpiente), y los nobles o Sahal, aunque pueden variar los nombres según el territorio maya.

Según va aclarando el horizonte se van escuchando cada vez más fuerte y más cerca los monos aulladores, y saltando por las ramas de los árboles corretean los monos araña, ágiles como ardillas y muy inteligentes. También aparecen loros y oropéndulas.

Es curioso que aunque la noche estaba llena de estrellas y el cielo claro como el cristal, por la mañana está nublado y con visos de lluvia.

Ascendemos al Observatorio Astronómico de los Mayas, un templo primordial de Uaxactún desde donde vemos la aparición de Kinich Ahau, el Dios del Sol, que está casado con Ixchel, la luna. Abajo hay un altar maya para sacrificios y ceremonias del sagrado fuego que todavía usan hoy en día los indígenas mayas de la zona.

Bro nos da a probar unas hojas de pimienta dioica (nukuch pool), una miliacea neotropical que te adormila la lengua y tiene un aroma embriagador cuando quiebras la hoja.

Recorremos el Palacio A-XVIII, el más alto de Uaxactún, que tiene partes policromadas originales en color rojo. Me comenta el guía Juan Pop que los dinteles son de chicozapote, y que se mantienen porque se cortaron con la luna llena. Para la cultura maya era esencial la influencia de la luna.

El Palacio A-V es del 200 a.C. y tiene una estética arquitectura redondeada. En su interior se encontraron más de 50 entierros, y 5 de ellos eran de la realeza. Tiene dos temascales o saunas donde se bañaban los gobernantes y las mujeres en gestación.

La estela Nº 9 fue realizada en el octavo baktun (ocho piedra), y da nombre a Uaxactún, que fue descubierta por un grupo de chicleros que la llamaron San Lorenzo y, más tarde, Bambonal.

Los árboles que rodean los templos son cedros tropicales, chechén, chicozapote, guarumo (K´axixkooch), el árbol de ramón, las poderosas caobas (kanak ché) y el copal (copalquáhuitl), que su resina la utilizaban los mayas para hacer fuego en sus ceremonias. Es inflamable y muy aromático.

Bajamos y en el camino veo un enorme sapo. Me dice Bro que los mayas los valoraban mucho y se `colocaban´ extrayendo las glándulas de estos anfibios. Las secaban primero y luego se las fumaban. Era un alucinógeno que `abría portales´ de la mente y los mayas lo utilizaban para hablar con sus antepasados. El problema de esos viajes alucinógenos es que, a veces, podían embarcar por última vez al inframundo. También me comenta Bro que en toda la historia de la humanidad, los mayas fueron los primeros en llegar al concepto del `0´, y nos enseña a sumar con los números mallas. Tenían un sistema vigesimal-posicional-vertical.

Nos llevan a desayunar a una choza de madera con techo de palmera, regentada por María Hualín, una cocinera indígena que merece tres estrellas Michelín, que nos prepara unas tortillas de maíz rellenas de tzikinché (oreja de árbol), un hongo exquisito que crece en un árbol que se llama chakáh, y un oloroso café de ramón. Como yo no tomo café le pido un poco de cacao, pero no tiene.

Vuelvo caminando solo a la Comunidad de Indígenas de Uaxactún. Tengo que bajar el atraco de tzikinché que me he metido. La aldea tiene 963 habitantes y 85.000 hectáreas. Las actividades económicas son la hoja de xate, el árbol del chicle, la extracción de madera y de pimienta, y el turismo, que puede conocer la zona acompañados por los propios indígenas mayas, herederos de aquella poderosa civilización mesoamericana que abandonó sus ciudades y que colapsó misteriosamente, porque realmente no se sabe a ciencia cierta lo que ocurrió entre los S.VIII y IX.

Guatemala tiene `el clima de la eterna primavera´, porque todo el año está entre 20º y 22º, lo que supone que con un ligero jerseycito o una camisa se puede abrigar uno sin problema, algo que me apasiona. Pues me pongo mi camisa de Panama Jack con buenos bolsillos y llego a donde están mis colegas y Juan Ariel Pop, coordinador de la Comisión de Turismo de Uaxactún, y Melvin Barrientos, presidente de OMYC, Organización para el Manejo y la Conservación de la selva maya, que nos dan una charla previa sobre su trabajo y sus organizaciones y proyectos.

Son 300 socios y tienen 9 concesiones forestales de la selva, en una extensión de 84.000 hectáreas. Estas concesiones se iniciaron en el año 2.000. La selva está intacta porque viven de sus recursos y los cuidan y reforestan. Uno de los principales es la semilla de ramón, que exportan a varios países como Estados Unidos, que hace una cerveza elaborada con estas semillas de ramón.

Otros recursos son la palma de guano y la palma de xate, que sirve como acompañamiento floral. También se exporta madera de caoba, cedro y hormigo, que exportan a Indonesia, Holanda y EE.UU.

La mayor parte de los proyectos los dirigen las mujeres, y las ganancias obtenidas se reinvierten hasta el 39% en el mismo bosque, y el resto se reparte especialmente en mejorar la educación y la salud.

También dan trabajo a guías locales, restaurantes, hospedaje, alquiler de bicicletas de montaña (con las que pueden ir por la selva hasta Tikal), campings, tiendas de campaña, tours organizados y controlados, etc. La mayoría del turismo que llega a Uaxactún es de aventura y cultural.

La energía que se utiliza es la solar. El 90% de la población se abastece de esta energía limpia, ya que todo el año hace buen tiempo.

La primera visita que realizamos es a una plantación de xate, que es el motor económico de Uaxactún, de lo que vive hoy en día el 80% de la población. Hay 3 tipos xate, y cada año se reforestan 40.000 nuevas plantas. Siembran, recolectan y separan las hojas sanas de las picadas, luego se empaquetan y se envían a los diferentes países. EE.UU. es el principal importador.

Trabajan durante los 365 días del año 70 recolectores y 40 mujeres en la plantación de Uaxactún. La temporada alta es de octubre a enero. Dominga Cho, la indígena maya encargada de la producción de xate, nos asegura que aquí todos los trabajadores son felices, porque les beneficia a ellos, a sus familias y a toda la comunidad. Celso Anibal Yat me comenta que él solo empaqueta cada día 150 paquetes con 600 hojas cada uno.

Otro producto que fue muy importante en la zona, aunque ahora no tiene tanta venta, es el chicle, `el oro blanco petenero´, que es un icono para la comunidad. En los 80 era el tercer producto más importante del país, después del banano y del café. Se hizo famoso en la Segunda Guerra Mundial porque se lo daban a los soldados para disminuir la ansiedad. En esos años se vendía por miles.

Juan Pop es un chiclero que nos enseña la actividad de recolectar, a base de un machete, una bolsa y poco más, el chicle orgánico que se extrae del chicozapote. Emilio se queda con el 45% de las ganancias, el resto se lo quedan los intermediarios.

Su tío Emilio Pop tiene casi 70 años y lleva 40 recolectando chicle, y me dice que está feliz en la selva, como yo. Se pone los espolones en los pies, agarrados a las pantorrillas, y anuda el ropo al árbol, una soga gruesa que se medio asegura a la cintura. Asciende poco a poco, creando una vereda quebrada en el chicozapote, a base de machetazos, por donde baja la sabia que se convierte en un rico chicle que me sabe a gloria, aunque las manos se quedan pegajosas por un largo tiempo.

Después vamos a ver el árbol y las semillas de ramón, que caen directamente al suelo, con las que hacen harinas, galletas, pasteles, refrescos y, últimamente, cerveza a base de ramón. Del 100% de la producción, el 80% es recolectable y el resto lo utilizan para regeneración de la selva y para la comida de los animales silvestres. Todo el proceso lo hacen el grupo de las mujeres indígenas mayas.

Comemos los mejores frijoles que he tomado en mi vida en el restaurante Uaxactún, en el centro de la aldea, que cocina una simpática chapina, como siempre con tortillas de maíz.

Visitamos ahora el Museo Dr. Juan Antonio Valdés, que fue doctor en Arqueología. Tiene más de 600 piezas, de las que su director José Antonio Pinelo nos enseña las mejores cerámicas de diferentes sitios arqueológicos mayas. Muchas de ellas las han ido encontrando por la selva y entregado al museo generosamente o son devoluciones de `depredadores culturales´ que se arrepienten de sus fechorías. Cuencos en los que bebían el valorado cacao, platos ceremoniales, vasos térmicos, ocarinas, orejeras de jade, cráneos mayas, cuencos mamiformes, vasos de auto sacrificio donde vertían la sangre de sus penes taladrados con una espina de pez manta raya y una biblioteca específica sobre la cultura maya y sus rituales sagrados.

Después nos trasladan en carro a una fábrica de maderas, la Serrería de OMIC. Todo el trabajo lo hacen los lugareños de una forma sostenible. Extraen madera de caoba, cedro, santa maría, manchiche, jobo, chechén negro, hormigo, malerio colorado, pucte y jabín. Hay un área específica que se trabaja en 5 años y se va reforestando. Se exporta sobre todo a EE.UU. y República Dominicana. Trabajan 16 personas, todas ellas socios de OMIC que van rotando continuamente. Todos los árboles que se talan han cumplido su ciclo evolutivo. Los mejores no se cortan, solo los que están viejos, dañados o caídos, y en las áreas arqueológicas está prohibido talar ninguno.

El proceso consiste en la tala de los árboles, el transporte al aserradero, donde primero se desorilla el árbol para quitarle el sámago, el corte, el emparejamiento de tablas con la despuntadora, la fumigación para evitar los insectos, el empacamiento y la exportación.

En la zona de Uaxactún se hacen también muñecas de tusa o joloche, que es la hoja que cubre el maíz, la comida más importante para los mayas. Vilsa Gualip, artesana de la comunidad, utiliza la hoja seca del maíz para hacer unas preciosas muñecas tan solo con sus manos, un poco de cola y varios alfileres.

Se venden por miles, y especialmente en la época navideña, donde les ponen un halo para parecer vírgenes o ángeles. Son el regalo típico en bodas o celebraciones como la de los 15 años, donde se entregan a los invitados como recuerdo.

Vilsa tarda unos 20 minutos en hacer una, y las tiñen luego de colores variados y para el pelo usan los filamentos que hay entre la mazorca. No hay una igual a otra, son únicas. Las exportan a Norteamérica.

Por último recorremos un buen tramo de selva hasta llegar a un mirador desde donde se ve, como si fuésemos quetzales sobre los árboles, toda la selva del Petén.

Volvemos a nuestra humilde posada para descansar de un día tan movidito, porque al día siguiente iremos a uno de los enclaves mayas más importantes del mundo: Tikal. Queremos dormir pronto, pero nos está gustando tanto esta experiencia con los indígenas de Uaxactún que estamos charlando hasta la madrugada. Mañana lo pagaremos cuando ascendamos a los templos más conocidos del mundo maya en Guatemala, pero es que no podemos evitarlo.

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