Entre los innombrables edificios religiosos considerados como patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la basílica Santa Sofía de Estambul es un edificio simbólico que no venera ninguna “santa “Sofía” canonizada sino que se refiere a la “Santa Sabiduría” divina porque ”Sofía” en griego se traduce por sabiduría. A diferencia de otros edificios que son signos de identidad y de unidad, como la “Notre Dame” de Paris por ejemplo, Santa Sofía tiene una larga historia de conflictos y de controversias tanto políticos como religiosos. A partir de su preexistencia en el siglo IV, desafió la historia siendo construida y reconstruida varias veces, ha sobrevivido a una multitud de terremotos, incendios y saqueos superando todos los conflictos tantos religiosos como políticos. Por turno, fue Iglesia y mezquita y hasta poco “museo”, el más visitado de Turquía. Después de la laicización del edificio por la instalación de la república turca en 1937, dejó de servir de mezquita. Pero últimamente, el gobierno turco decretó su reconversión parcial en mezquita para las prácticas de las oraciones musulmanas. Esta decisión levantó numerosas críticas internacionales.
Entre todas las reacciones en contra, llama la atención la decepción del Papa Francisco I que declaró dolerle mucho este hecho. Su lamento se entiende si uno recuerda el muy antiguo resentimiento católico por la separación de Constantinopla de Roma: el cisma ortodoxo como lo llaman los católicos. La basílica es además el símbolo de la crucial descristianización del Medio Oriente por el predominio islámico en la Edad Media. A esto se suma un sordo cuestionamiento cristiano por el auge actual de la religión musulmana en el mundo. Hoy día, con estos temas de trasfondo, cristianos y moros visitan esta basílica-mosquea de Santa Sofía.
El gobierno turco no quiere perder este edificio para el turismo y por razones políticas más que religiosas, su presidente decidió reabrir un espacio de oración en la “Ayasofya” (en idioma turco) la gran Mosquea de Estambul.
El turismo que se puede llamar “religioso” que visita las pirámides, los vestigios de los templos antiguos, las catedrales, los monasterios y también los santuarios de peregrinaciones, es llamativo sobretodo en nuestro mundo que marginaliza las religiones en las vidas privadas. El atractivo de estos lugares es sostenido por todo un todo un entorno comercial y este interés por la “arqueología religiosa podría interpretarse de dos maneras. Se puede creer que estas visitas reflejan la creciente secularización de nuestra cultura global que tiende a considerar las religiones como cosas del pasado. Pero se puede también descubrir que estas reminiscencias del pasado religioso revelan a los turistas sus vacíos existenciales, son como una herencia misteriosa que no quiere desaparecer. La democracia que se instaló en Turquía quiso ser “laica” y convirtió Santa Sofía en un museo para evitar conflictos religiosos. En Europa, muchas iglesias y templos fueron desacralizados parcialmente o totalmente, pero ellos, por estar en desuso.
Lo positivo del turismo religioso es de dejar abierto el tema religioso. La sacralidad de los espacios y las expresiones religiosas sobre todo si son artísticas no son reservadas a los arqueólogos e historiadores sino que se abren al gran público. Iguales que los santuarios de la naturaleza (el mar, el cielo, la cordillera, el desierto…) los santuarios “religiosos” encantan sus visitantes porque invitan a abrir los misterios seculares de la vida y de la muerte. Su antigüedad, su belleza y también la historia que cuentan impactan y cuestionan. Cada visitante le dará sus interpretaciones personales. En Santa Sofía, la imagen mosaica de Cristo pantocrátor (todopoderoso) de la época de las cruzadas o los gigantescos medallones con los nombres de Allah y Mahoma en árabe, al igual que la capilla sixtina en Roma envían mensajes que pueden profundizar la curiosidad turística. Son voces del pasado, que hablaron a muchas generaciones anteriores y siguen hablando todavía.
La secularización del turismo religioso resulta una verdadera oportunidad para las personas que se cansaron del desparramo institucional de las religiones. También para las personas que buscan algo que sienten haber perdido. Lejos de los credos particulares y del sectarismo autoritario, la arqueología religiosa amparada por los organismos que vigilan su conservación da su propio testimonio. Nadie puede decir que Santa Sofía no es mía. Cómo no puede decir que no son suyos los megalíticos de Stonehenge, Machu Pichu , el Moises de Miguel Angel, las murallas de las Lamentaciones en Jerusalén, la piedra negra de La Meca o el mausoleo del Taj Mahal, porque lo religioso que expresan estos santuarios forma parte de nuestra humanidad. Son hitos que nos identifican como seres humanos. Hasta el ateo si quiere cerrar las páginas de esta historia de las religiones tendrá que encontrar una mejor interpretación para su vida y la del mundo
Después de darle sentido al turismo religioso a partir de la secularización de la basílica, se puede buscar entender los disgustos que suscita la decisión de volver a utilizar Santa Sofía como mezquita.
En primer lugar, no se comprende la declaración dolida del Papa. Junto con los judíos y los musulmanes, los cristianos son los únicos monoteístas en la población mundial. Los hinduistas, budistas, las religiones animistas y ancestrales desestiman la comprensión e importancia de una referencia divina única. Pero el 60 % de la población mundial cree en el mismo Dios (porque no hay otro), esto debería unir en una fraternidad especial. De allí a preguntarse: ¿Cómo puede molestar a un creyente ver unas prácticas de oración de otros que profesan la misma fe en el mismo y único Dios?. ¿Preferiría, acaso el Papa, ver pasearse más turistas en Santa Sofía antes de ver unos creyentes arrodillados en oración?
Tampoco se entiende las declaraciones de la Unesco que exigen que se mantenga Santa Sofía como centro de encuentro de culturas. Unas oraciones practicadas en margen de un museo no pueden molestar los intercambios culturales, a lo contrario, Santa Sofía ofrece es una coexistencia entre culturas, un encuentro de culturas no antiguas sino “vivas”. Se debe denunciar el excesivo laicismo de los organismos nacionales e internacionales que quieren dejar la espiritualidad y la religiosidad en las esferas privadas por miedo a confrontaciones. El organismo internacional que prefiere la arqueología religiosa a las prácticas confesionales desconfía de las posturas religiosas porque, en la historia, ellas fanatizaron las posturas políticas y crearon grandes conflictos. Tanto las políticas como las religiones se defienden unas de otras, todos defienden sus feudos, sus gobierno, sus ritos, creencias o proyectos, de allí nacen los temores y los desencuentros. Sin embargo los encuentros de culturas vivas es el primer paso para lograr encuentros constructivos y positivos. Bajando el ecumenismo de las cúpulas religiosas a las comunidades se logrará mejor compartir de fe. Quitándoles los afanes de poder y de dinero a las religiones se llegará a mejorar su conciliación.
En Estambul, la “Sabiduría de Dios” ha resistido al pasado del tiempo para promover esta búsqueda de dialogo beneficioso para todos.
Conviene recordar lo que dijo Jesús: “Les aseguro que si ellos (sus discípulos) se callan, las piedras gritarán “ (Lucas 19,40)
Apartando todas las colas de diablos que hay en todas las religiones, los cristianos deben compartir con los musulmanes la fe en un “Ser supremo” que es la Santa “Sabiduría ” para los hombres; que, visitando Jerusalén compartan la “personificación” de Dios que se heredó de los judíos con el Antiguo Testamento., que, por en las visitas de todos sus santuarios, catedrales y templos de por el mundo, los cristianos ortodoxos, católicos y evangélicos anuncien a todos que Dios amó tanto a la humanidad que se hizo hombre y murió dramáticamente para llevar los hombres a ser hijo(a) de Dios, que también los católicos sin arrinconarse en el vaticano promuevan su convicción que la salvación va más allá del futuro individual, tiene dimensión colectiva e universal, es el propósito eterno de Dios, el destino exitoso de la humanidad de todos los tiempos.
Santa Socia devuelta a ser un lugar de oración nos da un testimonio especial que no podemos perder. Impresionan los musulmanes inclinados en sus alfombras haciendo sus oraciones. Esta búsqueda personal para conectarse con Dios invita a revalorizar la “oración” cada uno en su propia religión. Conviene hacer algunas reflexiones en el tema porque se perdió mucha habilidad de oración en nuestro mundo actual.
Las religiones pierden la gracia de la oración cuando se quedan en el formalismo de los rezos o de los ritos. Es comprensible que los hinduistas y budistas, a su manera, ayuden los occidentales a recuperar la riqueza de la oración promoviendo los ejercicios de meditación y de yoga. Se entiende que nuestros contemporáneos se resisten a la oración por el excesivo servilismo de los encuentros con Dios por esto, conviene orar en una actitud más filial que sumisa; es mejor “amar” a Dios “que limitarse a “adorarlo”. En los cultos comunitarios y las liturgias, los imanes, pastores o sacerdotes desmovilizan a menudo sus feligreses acaparando, ellos, los roles principales para la oración. Existe también una comodidad popular de quedarse en las oraciones de peticiones individuales, esto puede distorsionar la adecuada idea de Dios que no es ningún mago sino que interviene en la historia con el misterio de la intercesión humana.
Pero en definitivo no se puede hablar con Dios si no se empieza por escucharlo. “Si hoy escucha su voz, no te cierra el corazón”.