PALAS DE REI ERA CONOCIDO COMO PALLATIUM REGIS, TOPÓNIMO DEBIDO POSIBLEMENTE AL EMPLAZAMIENTO DE LA SEDE DEL REY VISIGODO WITIZA

El Camino de Santiago a través de la Galicia encantada

Algunos empezaban allí el Camino y se disponían a hacer a pie los últimos cien kilómetros exigidos para recibir la Compostela

El Camino de Santiago a través de la Galicia encantada

Los peregrinos estábamos congregados en la gran escalinata mayor de Sarria para iniciar una nueva etapa.

Algunos empezaban allí el Camino y se disponían a hacer a pie los últimos cien kilómetros exigidos para recibir la Compostela.

Hay que ir a pie o a caballo, y justificar con los sellos los lugares donde se ha pernoctado.

A los bicigrinos, como se les llama a los viajeros en bicicleta, se les exige pedalear doscientos kilómetros.

Marta y Juan habían prometido caminar desde Sarria y también se preparaban para cumplir con el ritual. Yo nunca había llegado a creerlo del todo; por eso me llevé una sorpresa cuando por la mañana temprano los vi preparados con sus mochilas y bordones.

Estábamos todos, excepto Sergio y Teresa. Íbamos contentos porque, muy pronto, avistaríamos el Pico Sacro, la montaña sagrada llena de misterios, próxima a Santiago.

A mí me parecía que se notaba que veníamos de lejos, que éramos peregrinos curtidos con muchos kilómetros encima, los veteranos de la Ruta de las Estrellas. Cuando decíamos que habíamos empezado el Camino en Roncesvalles lo hacíamos con orgullo, conscientes de que era el sueño de muchos romeros.

—¿No tenéis la sensación de que llevamos mucho más tiempo en el Camino? —preguntó Pilar—. A mí me parece que hace un año que estoy fuera de casa. Las últimas etapas se me hacen ya algo duras.

—A mí me ocurre lo contrario —contestó Virginia—. Se me ha ido el tiempo volando.

—Pues yo me volvería a Roncesvalles al día siguiente de llegar —dije— y empezaría otra vez. Visitaría lugares por los que pasamos de largo por falta de tiempo… Creo que lo aprovecharía más.

—¿Y lo harías con Sergio o sin él? —preguntó Pilar.

Sabía por qué Pilar me hacía esa pregunta. Le había dicho a Teresa que en sus sueños nos veía separados a Sergio y a mí, pero que volvíamos antes de acabar el verano. Aunque Teresa siempre se lo había negado, creo que el fin de su pregunta era para corroborar sus visiones. Para fastidiarla un poco y que no se tuviera tan creído su don de videncia le dije:

—Por supuesto, con Sergio. Siempre con Sergio. No iría a ningún lado sin él.

Me reí para mis adentros. Había conseguido desorientarla. Seguro que tan pronto tuviera oportunidad consultaría sus cartas para conocer la situación. No era muy honrado utilizar un don regalado para husmear en la vida de la gente, y mucho menos de las amigas, pero Pilar tenía sus cosillas y había que aceptarla con sus defectos y virtudes.

Siempre empezábamos la etapa juntos. Después, poco a poco, cada uno iba adecuando el ritmo a su paso. A mí me gustaba ir en silencio. Era la mejor manera de aguzar los sentidos para captar cada detalle.

La tormenta eléctrica del día anterior había despejado la atmósfera de calores y bochornos. Atravesamos el puente romano sobre el río Celeiro y nos introdujimos en un paisaje que no le envidiaba en nada al bosque animado de don Wenceslao. La senda de arenisca y tierra estaba flanqueada, unos tramos por bardas de hiedras, otros por añosos robles que regalaban pedazos de sombra que agradecíamos, o muros de piedra vieja cubierta de musgo con sed de lluvia.

A la salida de esos corredores de vegetación, nuestros ojos se encontraban con las plantaciones de maíz, a punto de ser recolectado para servir de alimento a los rumiantes en los días fríos de invierno. Dentro de las cercas pastaban las vacas rubias y negras, ignorantes de su destino fatal. O quizá no fueran tan tontas y supieran que algún día llegaría un matarife carente de misericordia y les arrancaría la vida. Mientras tanto, esperaban pacientes, rumiando, porque quizá intuían que también hay un cielo para las vacas. La Cordera de Clarín que pastaba en los praos verdes del Sueve, lo creía; y si ella que era una gran sabia, una vaca budista, lo creía, debía ser verdad. Y si había un cielo para las vacas asturianas, por qué no habría de haberlo para las gallegas. Las vacas también tienen sus tratos secretos con el Creador.

Empezamos a ver los primeros hórreos gallegos que los campesinos aún utilizan para guardar las calabazas y otros frutos y semillas. En las aldeas casi despobladas viven personas mayores que aún visten de negro o con colores oscuros y trabajan los pequeños huertos al lado de sus casas de piedra.

En Barbadelo visitamos una iglesia románica consagrada al Apóstol. Fuimos dejando atrás los pueblos de Rente, Mercado da Serra, Leimán y Peruscallo y nos adentramos en una zona generosa en arroyos que podíamos salvar gracias a unas veredas de piedras al estilo de los puentes de “poldras”.

Los tramos de carretera asfaltada se alternaban con los típicos caminos rurales y de montaña. Después de Morgade llegamos a Ferreiros, primer pueblo de la Ribeira Sacra lucense y, más allá, Mirallos, con un espléndido cruceiro y la iglesia románica de Santa María, llevada piedra a piedra desde Ferreiros.

Muchas de las casas de esos pueblos están deshabitadas. A veces, en algunas aldeas teníamos que compartir la calzada con las vacas que iban al abrevadero o eran llevadas a las cuadras para el ordeño y dormir a cubierto.

Nos llamó la atención una cruz de madera enrollada con alambre de espino, un poco antes de Moimentos. Después pasamos por los lugares de Mercadoiro, Moutrás, Parrocha y Vilachá, este último, cuna de los Caballeros de la Orden de Santiago. Testigos de aquellos tiempos son las ruinas del Monasterio de Loio y la ermita de Santa María, de estilo visigótico. Unos kilómetros más y divisamos el embalse de Belesar sobre el Miño, que en 1962 engulló el antiguo pueblo de Portomarín.

Aparte de tener la catalogación de Conjunto Histórico Artístico, el viejo Portomarín fue un lugar estratégico en el Camino de Santiago. Estaba constituido por dos barrios medievales: el de San Nicolás y el de San Pedro, con sendas iglesias: San Juan y San Nicolás. Se habían desarrollado uno a cada lado del puente romano que les servía de unión, y que mandó destruir Doña Urraca cuando era perseguida por su marido Alfonso I el Batallador y buscaba la protección de Gelmírez, uno de los personajes principales de la Galicia medieval. El pueblo contaba con hospitales y una leprosería atendida por los Caballeros de San Lázaro.

Cuando se construyó la presa hubo que reconstruir los principales edificios en el nuevo pueblo, situado en el “Monte do Cristo”. La iglesia de San Nicolás fue llevada piedra a piedra al nuevo emplazamiento. Su primitiva construcción se debe a los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén sobre las ruinas de un templo pagano dedicado al dios Jano. Es de estilo románico de la que destacan la portada de la fachada, el rosetón y la puerta lateral con un espléndido tímpano.

Para entrar en Portomarín hay que atravesar un puente de más de trescientos cincuenta metros de longitud. Uno de los arcos del puente romano también fue trasladado y sobre él se construyó parte de la capilla de las Nieves perteneciente al antiguo Hospital Domus Dei, fundado por Pedro el Peregrino, del que habla el Códice Calixtino. Se accede por una empinada escalinata desde la carretera y se continúa hasta el centro del pueblo, donde se encuentra el albergue y la citada iglesia salvada de las aguas.

—Tiene que ser muy duro vivir en un lugar, y que un día te digan que tienes que irte porque lo van a inundar —reflexionó Virginia.

—Pues en Galicia, a partir de los años cuarenta se construyeron muchos embalses —apuntó Enrique—. Algunos lugares con gran actividad económica, cuartel de la Guardia Civil y farmacia, quedaron condenados al olvido, al quedar anegados los pueblos de los que vivían.

—Menos mal que tenían la delicadeza de salvar los monumentos —dije—. Dentro de lo malo…

—… Cambiando de tema, ¿qué tal si nos tomamos unas raciones de pulpo y algo de empanada? —interrumpió Juan.

Estuvimos de acuerdo y entramos en un restaurante modesto con manteles de papel, de los que colocan vino y casera en la mesa. Pero adivinamos que podíamos comer muy bien y acertamos. Incluso entablamos amistad con otros peregrinos con los que intercambiamos teléfonos.

Después de comer abandonamos el antiguo valle de Loio y salimos rumbo a Palas de Rei. Íbamos a caminar hasta que el cuerpo resistiera, a pesar de la oposición de Sergio que consideraba la hazaña como un desafío.

Según el diario de Geoffroy Leroi, el Camino desde Portomarín es coser y cantar. Sin embargo, alerta de un paraje próximo a Palas de Rei, donde acechaban las gentes de un noble llamado Álvaro Sánchez de Ulloa, señor de Felpós, que asaltaban a los peregrinos sometiéndolos a “todo tipo de violencias y exacciones”. El asunto llegó a ser tan grave, que para “poner sitio a aquella guarida de malhechores” tuvo que intervenir el arzobispo de Santiago, a la sazón, don Berenguer de Pandora.

Enseguida nos adentramos en el bosque de robles y eucaliptos. Dejamos atrás Toixibo y entramos en Gonzar, fin de etapa para muchos peregrinos. Después de una subida pronunciada se encuentra Castromaior que conserva las ruinas del castro del que recibe el nombre. Los mojones de Hospital da Cruz, Ventas de Narón y Prebisa nos alivian con sus números cada vez más alejados del cien. En Lameiros hay que mencionar el pazo, la capilla de San Marcos y un valioso cruceiro. En ese lugar pasó la noche Carlos I de España cuando viajó a Alemania para ser coronado como Carlos V.

El Códice Calixtino cita los pueblos de Eirexe, Portos y Lestede, y destaca, entre otras curiosidades, la cantidad de prostitutas que se ocultaban en la espesura del bosque esperando a los desesperados.

Nos desviamos para visitar la iglesia románica de Vilar de Donas, uno de los monumentos más importantes de la región, que formó parte de un monasterio de la Orden de Santiago, fundado en el siglo XIII. Tiene una portada de arco abocinado de medio punto con cuatro arquivoltas que descansan en capiteles profusamente decorados. El interior acoge varios sepulcros de Caballeros de la Orden, un baldaquino, retablos, imágenes y unas pinturas murales cuyas protagonistas podrían ser las señoras fundadoras. Un poco después alcanzamos un alto, llamado del Rosario, porque los peregrinos lo rezaban allí al avistar por primera vez el Monte do Gozo.

Palas de Rei es lugar de dólmenes y castros. Por allí pasaba la Vía Augusta antes de existir el Camino de Santiago. Era conocido como Pallatium regis, topónimo debido posiblemente al emplazamiento de la sede del rey visigodo Witiza. El pasado señorial se deja ver en los restos de castillos, pazos y casas blasonadas.

Estábamos felices de haber hecho en un día el trayecto más largo de la ruta, casi dos etapas en una, pero también algo pesarosos porque cuando el tiempo apremia se disfruta menos y, además, en el último trayecto ya no teníamos buena luz para filmar y sacar fotos. Si las prisas nunca son buenas, en el Camino tampoco.

Elegimos para pernoctar el Hotel La Cabaña, un precioso alojamiento que admitía mascotas, rodeado de verde, en consonancia con el paisaje que acabábamos de recorrer. Yo estaba tan agotada que no pude disfrutarlo. Esa noche solo tomé algo caliente y un sobre de vitaminas y minerales. Sentía frío. Quizá tenía algo de fiebre. Me ocurría siempre que hacía grandes esfuerzos, y ese día era para apuntarlo. Sergio me dio un masaje en los pies con tea tree oil. Mientras hablábamos me quedé dormida. (De mi novela El Códice de Clara Rosenberg).

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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