La ilegitimidad del odio

Los disturbios en los arrabales de las ciudades francesas son resultado de la subcultura y del «odio» contra los valores de la «República». Eso es lo que opina Alain Finkielkraut, quien no se muerde la lengua:

Los camorristas no reclaman más escuelas, más guarderías, más autobuses: los queman. Hijos del mando a distancia, lo quieren todo, enseguida. Y ese todo es la «pasta», las marcas de ropa y las «tías». Su solución está fuera del alcance de los políticos.

La entrevista, publicada originalmente en Le Figaro con el título «L’illégitimité de la haine» y reproducida en ABC este jueves, con el título «Las revueltas de Francia no tienen nada que ver con la injusticia», no tiene desperdicio. Se la hace Alexis Lacroix:

-¿Qué enseñanzas políticas e intelectuales extrae de las revueltas?

-Me aterra esta violencia, pero no me asombra. Había signos precursores, como la Marsellesa abucheada durante el partido Francia-Argelia. También había libros que lo advertían, como el de Emmanuel Brenner, «Les territoires perdus de la Répúblique». Se decía en él que algunos alumnos acusaban a la enseñanza de la historia de dar una visión judeocristiana deformada del mundo. Los ejemplos abundan, como el rechazo a estudiar la edificación de las catedrales o a oír hablar de religiones preislámicas.

-¿Había otros signos que anunciaran las revueltas?
-Aquí tiene una encantadora estrofa de rap: «Francia es una zorra, no olvides joderla hasta agotarla, como una cerda hay que tratarla, tío! Me meo en Napoleón y en el general De Gaulle».

-¿Los excesos de la subcultura musical tienen realmente una relación con la causa de estas violencias?

-Si los que prenden fuego a los servicios públicos o lanzan desde lo alto de las torres de pisos bolas de petanca contra los policías tuvieran el mismo color de piel que los alborotadores (ultras) de Rostock en la Alemania reunificada, la indignación moral prevalecería en todas partes.

-La indignación moral prevalece, al menos en algunos lugares.

-No, lo que prevalece es la comprensión, la disolución del sentimiento de lo injustificable en la búsqueda de las causas. En un caso como Rostock, todos gritarían: «¡El fascismo no pasará!». Pero como los que lanzan bolas y cócteles Molotov son franceses de origen africano, la explicación ahoga la indignación. En lugar de sentirnos ultrajados por el escándalo de las escuelas incendiadas, pontificamos sobre la desesperación de los incendiarios.

-¿La cultura de la excusa?

-Los camorristas no reclaman más escuelas, más guarderías, más autobuses: los queman. Hijos del mando a distancia, lo quieren todo, enseguida. Y ese todo es la «pasta», las marcas de ropa y las «tías». Su solución está fuera del alcance de los políticos.

-¿La comunicación política ha abdicado ante la «videosfera»?

-La vulgaridad sin fin de los programas de tertulia, la brutalidad de los videojuegos, la educación diaria en la simplificación y la maldad graciosa de los «Guiñoles de la información»… todo eso está fuera del alcance de los políticos.

-En esos barrios hay una tasa récord de paro.

-Hoy el corazón del humanismo ya no late por la escuela, sino por sus incendiarios. Igual que la República debe recuperar sus «territorios perdidos», así la lengua francesa debe reconquistar el habla de los suburbios, esa simplista lengua franca, arisca, patéticamente hostil a la belleza y al matiz.

Sin embargo, nadie inventa las discriminaciones.

-Yo, polaco nacido en Francia, me siento solidario con todos los alumnos, negros o árabes que, porque prefieren los títulos al oficio de camello, son perseguidos, tratados de «bufones». La discriminación en la contratación debe combatirse; hay que luchar por la igualdad. Y sin embargo, sería ingenuo imaginar que esas medidas acabarán con el vandalismo.

-¿Cómo puede estar seguro?

-La violencia actual no es una reacción a la injusticia de la República, sino una gigantesca agresión contra la República.

-¿Esta violencia no sería una respuesta al abandono de los «territorios perdidos»?

-Si esos territorios estuvieran abandonados, no habría autobuses, ni guarderías que quemar. Y lo que desde luego no se puede soportar es que se otorgue a los autores de estas hazañas el título glorioso de «indígenas de la República». En lugar de eso, se habría tenido que decretar la ilegitimidad del odio y avergonzarles, igual que se avergüenza a los aficionados que van a los estadios para pelearse y que sueltan gruñidos de mono cada vez que un jugador negro tiene el balón.

-¿La expiación de los crímenes del colonialismo lleva a los disturbios de los suburbios?

-No, desde luego que no. Pero si se quiere calmar el odio diciendo que Francia es en efecto odiosa e inscribiendo este disgusto consigo misma en la enseñanza, nos dirigimos necesariamente hacia lo peor.

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