La palabra «racismo» como bozal

En estos tiempos polémicos, el debate sobre el Islam es sofocado con facilidad. Todo lo que se necesita son algunos musulmanes contrariados o un puñado de progres occidentales que lancen la acusación de «racismo«. A partir de es instante, el presunto ofensor, ya sea profesor, historiador, periodista o simple disidente es silenciado y condenado al oprobio o al ostracismo. A menudo, el calificativo de “racista” es utilizado hoy en los medios de comunicación, como se usó la de “capitalista burgués” en la era Stalin.

Es eficaz, porque va a lo esencial. Es una acusación que cancela la discusión. No permite entrar en los detalles.

El miedo a ser ser acusado de “racista” es tan grande que la mayor parte de la gente se une o bien al coro orwelliano, o rechaza “implicarse”.

Escribe la posiquiatra Phyllis Chesler, que son las normas de Alicia en el País de las Maravillas: no se permite que nadie, occidentales en especial y judíos en particular, acuse a los musulmanes de ser “racistas”.

El mandamiento está en vigor incluso cuando los gobiernos musulmanes niegan la ciudadanía a judíos, emprenden el genocidio contra cristianos o contra ciudadanos negros, difunden la propaganda de odio más enfermiza acerca de los infieles, o amenazan con “eliminar” a Israel con armas nucleares. Ni Los progres occidentales políticamente correctos ni los líderes musulmanes llaman “racismo” a esto.

La difamación se reserva en su lugar a aquellos que documentan y desafían las barbaridades racistas perpetradas en nombre del islam. Como resultado, dos de los pensadores más brillantes y apasionados de Europa, Alain Finkielkraut, de Francia, y Oriana Fallaci, de Italia, han sido condenados recientemente como “racistas” por decir la verdad acerca del Islam y acerca de Israel.

Hay otros muchos ejemplos y varios de ellos en Estados Unidos.

En el 2003, Howard Rotberg, abogado canadiense y escritor, publicó su novela de debut, una encantadora y desgarradora historia pro-Israel titulada La segunda catástrofe: una novela acerca de un libro y su autor.

La vida imita a menudo al arte, y el propio Rotberg sufrió parcialmente enseguida el destino de su protagonista ficticio, el profesor Norman Rosenfeld. Rotberg dio su primera conferencia en una librería Chapters en Waterloo, Ontario. Repentinamente, dos musulmanes interrumpieron su discurso.

El primer alborotador, que se identificó a sí mismo como palestino, acusó a Rotberg de decir, o de pensar quizá, que “todos los musulmanes son terroristas”.

El tipo admitió que no había leído el libro. Un segundo hombre, que se identificó a sí mismo como kurdo iraquí, comenzó “a lanzar diatribas acerca de cómo los americanos y los israelíes son los verdaderos terroristas, y de que la democracia realmente es fascista”.

No permitieron que Rotberg hablara. Según Rotberg, utilizaron “tácticas de la Gestapo para interrumpir por completo (mi) conferencia”. Uno llamó a Rotberg, hijo de superviviente del Holocausto, “asqueroso judío”.

Nadie del personal de la librería les detuvo — es decir, hasta que Rotberg respondió que “no iba a ser llamado asqueroso judío”. En ese momento, un gerente del establecimiento apareció para decir a Rotberg que dejara de jurar.

Rotberg exigió que la tienda llamase a la policía. Según Rotberg, finalmente lo hicieron, pero muy a regañadientes. La policía a su vez rehusó arrestar a nadie que perturbara la paz, pidiendo simplemente a los alborotadores de Rotberg que se mantuvieran lejos de la tienda. La policía rehusó escoltar a Rotberg hasta su coche.

La editorial de Rotberg, Mantua Books (propiedad de Rotberg), publicó una circular de prensa anulando sus futuras conferencias en librerías Chapters / Indigo puesto que la seguridad no era apropiada.

Según Rotberg, la directora de publicidad de Chapters “se puso balística”. Afirmaba que había escuchado decir a Rotberg que “todos los musulmanes son terroristas”.

Incluso difundió una circular de prensa en la que “se disculpaba de cualquier comportamiento inapropiado o comentario racista tanto por parte del autor invitado como de algunos de los asistentes al acto”. Para aclarar la historia, Rotberg reunió las declaraciones juradas de los miembros de la audiencia, que confirman su versión de los hechos. También presentó una demanda exigiendo que la tienda se retractase de su caracterización de Rotberg como “racista”.

Al emprender la defensa de su reputación, emprende una pantalla solitaria: Rotberg me dijo que no hay organización judía canadiense o literaria canadiense dispuesta a defender su causa.

¿Cuál fue el crimen de Rotberg? En primer lugar, no demonizó a Israel. En segundo lugar no eligió una postura “neutral”, en alguna parte entre Hamas y los colonos desahuciados de Gaza. Se atrevió a hablar positivamente acerca de Israel, veraz y apasionadamente. Pero sobretodo, también se atrevió a contar la verdad acerca del terrorismo palestino y del terrorismo islámico contra Israel.

No merecía ser etiquetado como “racista” por nada de esto ni tampoco merecía ser llamado “judío asqueroso”. Eso demuestra la determinación de los islamistas radicales y sus apólogos a silenciar a los críticos.

Existe también en marcha un doble rasero aquí. Rotberg hablaba en voz alta desde un trabajo de ficción. Normalmente, esto significa que a su protagonista se le debería haber permitido decir o hacer cualquier cosa.

Por ejemplo, los críticos occidentales insisten aún orgullosamente en que las opiniones de los terroristas suicida representados en la película Paradise Now no pueden ser confundidas con las del creador palestino de la película que, después de todo, se sumergió en una representación “ficticia» de realidad psicológica.

A los judíos pro-Israel y sus aliados no se les permite la misma distinción. Así, Howard Rotberg puede ser atacado verbalmente y ser llamado “racista” por crear un personaje ficticio que se atreve a cuestionar los motivos y las acciones de los terroristas palestinos y musulmanes.

A continuación está el caso en el 2004 del profesor Thomas Klocek, de la Universidad De Paul. El profesor Klocek, que había dado clase en la Universidad De Paul durante quince años, visitaba un acto estudiantil en el campus y se involucró en la conversación con algunos estudiantes musulmanes partidarios de Hamas y la Jihad Islámica.

Defendió a Israel. Cuestionó si Rachel Corrie había sido asesinada a sangre fría o si los israelíes estaban realmente tratando a los palestinos del mismo modo en que Hitler trataba a los judíos — como la literatura y los carteles de los estudiantes musulmanes afirmaban. Insistió en que «las fuerzas armadas israelíes han ejercido una contención muy cuidadosa en su respuesta a lo que han sido atentados suicida casi a diario”.

Con lo que ocho estudiantes cayeron sobre el único profesor. Sobrevino un combate verbal. A pesar de su clara superioridad en cifras, los estudiantes se pusieron el traje de víctimas, quejándose de ser “acosados” y “amenazados”.

Alegaron además que Klocek había hecho “observaciones racistas”. Los estudiantes se reunieron con sus consejeros, que alertaron a varios decanos administrativos.

Los decanos no perdieron tiempo en capitular ante los agitadores estudiantiles. Se disculparon ante los estudiantes ofendidos y suspendieron al profesor Klocek. A fecha de este escrito, hay en curso una demanda.

Por último, están mis propias experiencias. El 14 de octubre del 2005, daba un discurso en el CUNY Graduate Center for the National Organization for Women del estado de Nueva York (NOW-NYC). Para protestar por mi aparición, destacadas feministas izquierdistas, incluyendo a Katha Pollitt, de la revista Nation, y la agitadora de NOW-NYC, Pam Martens, redactaron una serie de cartas con el fin de humillar e intimidar tanto a NOW como al Graduate Center.

Su crimen era invitar a una oradora “pro-Bush, pro-guerra, neoconservadora” (esa soy yo, amigas). Después, ellas o sus sicarios lo arreglaron para que WBAI, una emisora de odio patrocinada por el oyente, acudiera y grabase el acto.

En diciembre del 2005, el programa de WBAI “El gozo de la resistencia”, difundía un programa “feminista” de una hora de duración que emitió una versión cortada al milímetro de mi conferencia, con el propósito de denunciarme como “racista”.

Estos críticos me caracterizaron correctamente como “el Christopher Hitchens del movimiento feminista”, pero interpretaron incorrectamente mi oposición al relativismo multicultural como “racismo”.

Mi denuncia de las atrocidades que eran perpetradas contra hombres y mujeres judías, musulmanas y cristianas de cualquier color era ofrecida como prueba de que soy “racista”, ofreciendo otra ilustración más de que una no puede contar la verdad acerca del racismo musulmán (o del machismo, o de la homofobia) sin ser calificada con la etiqueta del racismo.

Estas feministas de izquierdas o sus sucedáneos continuaron su vendetta. Alguien logró cancelar prácticamente una entrevista que había concedido hacía un año acerca de otra materia con el argumento de que un entrevistador de NOW-New Jersey no debería conceder tal credibilidad a alguien conocida como “racista” y “homófoba” (de nuevo, presumiblemente, ¡esa soy yo!).

El entrevistador de televisión está luchando y espera emitir este programa en el futuro. Finalmente, una partidaria de mi trabajo intentó interesar muy obstinadamente a un programa particular de la NPR con el fin de que se me entrevistase en diciembre. Tras varias conversaciones, se le dijo finalmente que “no podían permitirse el problema serio y el castigo que tendrían que aguantar si se me permitía el acceso a sus ondas”.

Mi trabajo ha tenido una acogida de un tipo muy distinto entre las reformistas musulmanes. Cuando di testimonio ante el Senado acerca del apartheid islámico de género, una feminista iraní declaró: “¡Por fin! Una líder feminista americana que no está dispuesta a abandonarnos en aras de sus teorías de relatividad cultural”. Ella lo entiende. Mis detractoras feministas izquierdistas no.

Una no puede comprender porqué tantos musulmanes (pero no todos) alegan acaloradamente racismo incluso donde no existe. Los cristianos caucásicos occidentales han sostenido opiniones “racistas” de gente que no era ni cristiana ni caucásica, y en el pasado, han colonizado el mundo inmediato conocido.

Algunos izquierdistas también han argumentado que Francia ha provocado su propia intifada al continuar sosteniendo opiniones “racistas” de su población inmigrante musulmana.

Pero otras fuentes de hostilidad musulmana son más difíciles de justificar. Desde un punto de vista cultural y religioso, a muchos musulmanes se les ha lavado incesantemente el cerebro contra todos los no musulmanes, y se les ha instado a expresarse a sí mismos, a menudo violentamente, cuando se sienten avergonzados o deshonrados.

El abuso infantil sistemático, normalizado, pero sistemáticamente negado dentro de las familias árabes y musulmanas también puede llevar a una visión del mundo “paranoica” en la que El Otro siempre tiene la culpa del sufrimiento de uno. Desde un punto de vista psicológico, la mayor parte de los musulmanes ha crecido en sociedades de vergüenza y honor en las que han aprendido a culpar a otros, extranjeros preferiblemente — nunca a ellos mismos.

En consecuencia, su pelaje cultural es muy delgado; carecen del hábito de la introspección, y están poco dispuestos a asumir la responsabilidad individual de sus propios errores. Por encima de todo, nunca han sido entrenados sino para no criticar nunca a sus propios lideres, para utilizar a judíos y occidentales como chivos expiatorios del sufrimiento árabe y musulmán.

Esta tendencia hace que muchos árabes y musulmanes no sean dados a escuchar — o, a estos efectos, a contar — la verdad. Las benditas excepciones son normalmente encarceladas, torturadas y asesinadas, ya sea por sus propias familias o por el estado.

Finalmente, demasiados musulmanes han sido profundamente “palestinizados”, es decir, autorizados a desatar intifadas psicológicas y verbales, así como disturbios reales o terrorismo suicida, en representación de una presunta causa noble. Así, responden a la crítica honesta cuestionando sin motivo las motivaciones de los críticos.

Una (antigua) amiga mía musulmana es el ejemplo típico. Tras echar un vistazo a la lista de nombres de aquellos que recomendadan mi libro— una lista que incluía a Robert Spencer, Daniel Pipes, Alan Dershowitz, David Horowitz, Amir Taheri, Ibn Warraq, Bat Ye’or — exclamó, “no quiero leer esto. Estás trabajando con racistas”.

Si las reacciones de algunos musulmanes y árabes pueden explicarse así, ¿qué podemos decir de los izquierdistas, feministas incluidas, que también alegan “racismo” donde no existe? Recientemente tuve una maravillosa charla con dos feministas pioneras de segunda generación que puede arrojar algo de luz en la materia. Ambas habían abandonado el movimiento a comienzos de los años 70 tras observar y experimentar el estilo abusivo y destructivo en el que las feministas se trataban mutuamente. Una continúa siendo izquierdista, la otra no.

Una mujer decía: “Tengo una amiga que es feminista de izquierdas. Es inocente, no perversa en ningún sentido, pero simplemente es incapaz de cambiar su opinión – ni siquiera tras el 11 de Septiembre. Psicológicamente, empezar a pensar “contracorriente” es demasiado para ella. Está tan habituada a culpar a América de todo, que necesita seguir culpando a América, incluso del 11 de Septiembre. Hasta la fecha ha sido incapaz de culpar a los jihadistas”.

La otra mujer ofrecía el siguiente análisis del pensamiento de las feministas de izquierdas: “Algunas personas no pueden vivir con la ambigüedad, sin dudas, reclamaciones en competición, lo desconocido. Necesitan Respuestas Absolutas, incluso cuando ese refrito no encaja en la realidad de ninguna manera”. Creo que ambas tienen razón.

Los terroristas que empotraron aviones contra el World Trade Center el 11 de Septiembre eran todos árabes musulmanes. Decirlo no le convierte a una en “racista”, sino en reportera objetiva de los hechos.

La red terrorista de Al-Qaeda está compuesta únicamente de musulmanes. Decirlo no te convierte en “racista”. Culpar del 11 de Septiembre al Mossad o a la CIA, como hacen muchos islamistas e izquierdistas radicales, es un ejemplo de pensamiento paranoide culturalmente autorizado.

Decir que los palestinos se involucran sistemáticamente en un comportamiento bárbaro como el linchamiento, los crímenes de honor, bailar en las calles o repartir pasteles y caramelos tanto con motivo del 11 de Septiembre como, más recientemente, cuando supieron que el primer ministro Sharon había sufrido un infarto, no te convierte en “racista”.

Los apólogos que argumentan de otro modo suscriben un disparatado abanico de ideologías políticas y credos religiosos, pero siempre tienen esto en común: todos están decididos a hacer de la verdad un rehén de la acusación de “racismo”.

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