«Operación Cólera Divina»: la moralidad de la venganza

Con motivo del estreno de Múnich, dirigida por Steven Spielberg, el periodista alemán Erich Follath ha entrevistado para el semanario Der Spiegel localizó a los agentes secretos israelíes Muki Bezer y Amnon Biran. Ambos formaron parte del grupo agentes de élite, que por encargo del Gobierno que entonces dirigía Golda Meir, buscaron por medio mundo a los terroristas palestinos de Septiembre Negro responsable del asesinato de 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de 1972 y le fueron dando muerte uno tras otro. Lo que piensan, dicen y recuerdan Bezer y Biran pone en cuestión la «neutralidad» frente al terror, que Spielberg proyecta en su controvertida película.

Los azores vuelan en círculos sobre las colinas septentrionales de Israel, sus movimientos parsimoniosos engañan. En realidad, están listos para abatirse en cualquier momento en picado sobre su presa.

Estas tierras, que a principios del verano todavía estaban cubiertas de flores silvestres, anémonas de color rojo sangre, ciclámenes rosas e iris blancos, ahora sólo muestran múltiples matices de gris y verde. Es un paisaje duro y desafiante que parece hecho ex profeso para gentes que aman su libertad. Para luchadores y líderes natos.

También es el paraje ideal para todo aquel que quiera reflexionar tranquilamente, por ejemplo, sobre si realmente se debía ir a la caza de terroristas con un comando altamente secreto y liquidarlos sin demasiados miramientos por lo que respecta a los daños colaterales.

O para dilucidar si esta operación de castigo aprobada por el Gobierno consiguió, tal y como se esperaba, acercar un poco más la paz a Oriente Próximo o si quizá se ha pagado un precio demasiado alto por la revancha, la intimidación y la prevención.

Aquí, en esta región bíblica cercana al lago Tiberíades, no muy lejos de la costa mediterránea y justo a un par de kilómetros del territorio ocupado por los israelíes al oeste del Jordán, vive y da clase Muki Bezer, de 60 años de edad, ex agente del Mossad (servicio secreto de Israel).

Creció en medio de este paisaje irreductible, y fue aquí donde fundó el año pasado una escuela de élite para futuros soldados profesionales. Este coronel retirado transmite a dos docenas de hombres y mujeres jóvenes especialmente capacitados algo que para él es fundamental: conciencia medioambiental y respeto a toda criatura, aunque sea tan «vulgar» como una lombriz de tierra.

Además, también habla a sus pupilos de 17 años de otro tema crucial que ha presidido toda su vida. Se trata de las cualidades que, en su opinión -y tal como dice el Talmud-, requieren el despliegue de una «dureza brutal» tanto en el Ejército como en los servicios secretos en ocasiones especiales, en caso de que el Estado de Israel vea amenazada su existencia. Entonces, en opinión de Muki Bezer, la máxima es ojo por ojo y diente por diente.

Como cuando la primera ministra Golda Meir dio la orden de recurrir a todos los medios disponibles para eliminar a los asesinos de Septiembre Negro. A todos los responsables del atentado que en 1972 segó las vidas de los atletas israelíes que participaban en los Juegos Olímpicos de Múnich. El nombre oficioso en clave de la operación era Cólera Divina.

El agente Bezer estuvo al frente de la operación cuando se produjeron aquellos ataques tan atrevidos. En la noche del 9 de diciembre de 1975, viajó por mar al territorio enemigo libanés con un destacamento. Una vez llegado a Beirut, en compañía de su unidad del Mossad, mató a tiros en sus casas a tres líderes palestinos, entre ellos Abu Yussuf, el lugarteniente de Yasir Arafat en Al Fatah.

El filme de Spielberg

Ahora, el comando que actuó en Beirut ha saltado a las pantallas de cine. Uno de los protagonistas de la última cinta de Steven Spielberg dice que la campaña fue cualquier cosa menos un éxito brillante. Más bien, se ha ido convirtiendo en la celebración de una matanza cruel, «mucho más sangrienta de lo esperado».

¿Piensa Muki Bezer ir a ver la película Múnich, la voladura de la puerta de la vivienda en el Beirut de aquel entonces, el fragor de los disparos, los cuerpos en medio de un charco de sangre, imágenes que él ya no puede apartar de sus ojos, pues han quedado grabadas en su memoria, y que ahora están al alcance de todos en forma de creación artística que imita o interpreta una parte muy importante de su vida?

«No me gustan las películas de acción al estilo de Hollywood», comenta Bezer mientras se pasa la mano por la calva. A primera vista, resulta impenetrable e inmutable, pero en el momento en que da dos pasos salta a la vista su agilidad de pantera. Un hombre grande como un armario, vestido desenfadadamente de negro, un tipo entre [los actores] Yul Brinner y Kurt Jürgens.

¿Existe dentro de las filas de las unidades especiales un Avner como el que aparece en la película que haya roto con el Mossad y esté viviendo actualmente en Nueva York, consumido por los escrúpulos?

Bezer ha mandado a comer a sus jóvenes pupilos. Sólo algún que otro movimiento de su boca delata que en una ocasión una bala atravesó su mandíbula, mucho antes de lo de Beirut, en una operación antiterrorista en Jordania en el año 1968. Los cirujanos han hecho un trabajo ejemplar.

«Jamás he oído hablar de un agente así que dude de sí mismo», exclama mientras escudriña atento el entorno con sus ojos de azor, como si quisiera cerciorarse de que nadie nos oye.

«Por lo que a mí respecta, jamás he dudado de ninguna de mis misiones. Siempre que he matado lo he hecho convencido de que estaba actuando en nombre de Israel y para evitar males mayores a mi país y a mi pueblo».

¿Y no hubo nunca una orden de ejecución que suscitara controversia dentro de su equipo?

«Por supuesto, también en el caso de la misión de Beirut, cuando se planteó la cuestión de si al entrar en viviendas privadas no habría que contar con la muerte de mujeres y niños. Era cosa de sopesar los pros y los contras».

El equilibrio entre el derecho a la seguridad, la prevención del terrorismo y la venganza ha marcado la vida de toda su familia. Los abuelos de Muki Bezer formaron parte de los fundadores del mossav (granja comunal) Nahalal, el primer pueblo de campesinos protegido con defensas en tierra bíblica, surgido en 1921.

Más tarde su padre colaboró con el ejército clandestino Haganah y luchó contra los ocupantes británicos. La educación que recibió Muki Bezer no estuvo particularmente centrada en el conocimiento de la Biblia, pero se le quedaron profundamente grabadas las palabras del profeta Nehemías, capítulo 4, versículo 11, elevadas a la categoría de lema: «Con una mano hacían su trabajo, mientras la otra sostenía el arma». (…)

Reacción al atentado

El atentado contra los Juegos Olímpicos de Múnich del 5 de septiembre de 1972 hiere profundamente a todo Israel, queda grabado en el alma colectiva de la nación y la deja estupefacta… y terriblemente enfurecida.

En semejantes circunstancias, tanto Muki Bezer como sus camaradas del Sajeret Matkal (unidad militar especial secreta) consideran que el derecho a tomarse la venganza, a emprender una caza mortal de los asesinos que quizá vuelva a segar vidas humanas es una respuesta inevitable, dictada por los designios divinos.

Tras la decisión de contraatacar tomada por Golda Meir, surge una unidad especial que sólo está sujeta a sus órdenes y a las del jefe del Mossad y que tiene capacidad para tomar decisiones de manera autónoma: su nombre es Cesárea, en recuerdo de la antigua ciudad situada a orillas del mediterráneo, al Norte de Tel Aviv, donde en el primer siglo de la era cristiana, judíos orgullosos y amantes de la libertad intentaron un levantamiento contra Roma.

En febrero de 1973, Bezer recibe la orden de entrar en acción. Sobre su mesa hay tres fotos de grano grueso. Muestran a Mohamed Nadchar, alias Abu Yussuf, de 44 años, «uno de los cabecillas de Septiembre Negro y segundo de Arafat en Al Fatah»; Kamal Aduan, de 38 años, «responsable de atentados terroristas en Israel en calidad de comandante de Al Fatah»; Kamal Nassir, de 48 años, «portavoz de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e ideólogo terrorista».

Junto a ellas hay también un plano muy preciso de las viviendas donde se alojan: Beirut, calle Verdun; los dos Kamales en el segundo y tercer piso de una casa que hace esquina; Abu Yussuf en el edificio situado justo enfrente.

«¿Creéis que conseguiremos pillarlos?», pregunta Ehud Barak, comandante de la unidad Cesárea (y más tarde primer ministro de Israel). Justo al día siguiente de que el agente de los servicios secretos Amnon Biran consiguiera los planos precisos, comenzaron los entrenamientos en viviendas de Tel Aviv, acondicionadas a imitación de los edificios reales de Beirut.

Nada de helicópteros, porque darían al traste con el factor sorpresa. Ofensiva por mar, luego, unos diez minutos de viaje en automóvil. Había que idear camuflajes especiales para que un grupo de 15 hombres no irrumpiera en Beirut llamando la atención de todo el mundo.

Tres hombres debían disfrazarse de mujer, los de complexión más menuda y delicada. Lonni Rafael y Amiram Levin (que más tarde sería general del Ejército israelí) se transformaron en dos «rubias» medianamente atractivas con ayuda de pelucas y bustos rellenos de granadas. Barak iba de morena, pareja de Muki Bezer, con armas escondidas bajo una falsa blusa Chanel. (…)

En Israel, la venganza divina fue celebrada sin reservas. «Beirut fue una demostración de la capacidad defensiva del Estado de Israel, de su capacidad para enfrentarse a los terroristas en cualquier momento y en cualquier lugar», comenta Bezer. «El recuerdo de esta operación jamás dejará dormir tranquilos a aquellos a quienes nuestro Gobierno considere criminales de guerra».

¿Y qué tiene que decir de la italiana que salió a la escalera [y resultó muerta]? ¿O de la esposa [de Abu Yussuf] que mató con sus propias manos? ¿O de todos esos daños colaterales sobre los que Bezer no ha dicho ni media palabra al relatar por vez primera todos los pormenores de la acción ejecutada por el comando a su amigo y escritor Robert Rosenberg?

Pero el coronel de los servicios secretos retirado no quiere discutir sobre eso. «Créame, me habría gustado evitar esas muertes, hicimos todo lo posible para que no se viera afectado ningún inocente», explica, y por unos momentos no tiene el aspecto poderoso de un azor, sino que habla quedamente y con aire meditabundo. Prefiere dejar las cosas como están. «Tengo que vivir con ello, y puedo vivir con ello».

Sigue unido por lazos de amistad con el resto de los integrantes de la tropa de Beirut: Bezer, el hombre de acción, el cazador, siente especial aprecio por Biran, el hombre minucioso y sutil, el recolector, el cerebro del plan de Beirut. «Pregúntele si piensa de manera diferente respecto de las víctimas», dice Bezer desviando bruscamente la mirada. Ha vuelto a ponerse su máscara psicológica protectora y vuelve a ser el hombre inaccesible de las agrestes tierras del norte.

Biran, de 63 años de edad, también coronel de los servicios secretos en la reserva, dirige actualmente una asesoría en uno de esos barrios que se cotizan al alza en las afueras de Tel Aviv. No es uno de esos tipos sencillos que saben leer las huellas de los animales. Los únicos rastros que sigue este hombre conducen a través de junglas de rascacielos.

Es un perfecto urbanita que, después de jubilarse, se dedicó a proteger a los huéspedes del hotel de lujo Dan, situado en el paseo marítimo, y ahora asesora a instituciones israelíes oficiales y privadas «en materia de seguridad», tal y como lo expresa él mismo, de manera un tanto imprecisa.

Por lo que respecta a su vida privada, le gusta calificarse de abuelo jubilado que se dedica a alborotar con sus cuatro nietos. Lo suyo no es la rudeza, ni siquiera cuando se trata de pasatiempos: a Biran le apasiona tallar afiligranadas figuras en madera de olivo.

Momento estelar

«La operación de Beirut marcó el momento estelar de la lucha antiterrorista», afirma el que fuera responsable de su planificación. «Nuestros objetivos eran terroristas con las manos manchadas de sangre».

Eso es algo de lo que está seguro al ciento por ciento, a pesar de que los palestinos han seguido aseverando repetidamente hasta el día de hoy que por lo menos el asesinado portavoz de la OLP nunca había estado implicado en un acto terrorista.

Nunca se ha parado a pensar en la elección de las personas a quien eliminar, en palabras de este antiguo agente: «Eso es algo que concernía únicamente a los dirigentes políticos, y yo siempre he confiado en ellos. Nosotros nos ocupábamos sólo de la ejecución».

Biran se inclina sobre la barandilla del paseo marítimo de Tel Aviv, en el lugar donde ondea al viento la bandera con la estrella de David, y deja vagar su mirada sobre el mar. «Un día tranquilo, igual que aquel», exclama este hombre vigoroso de barba casi blanca.

Sus movimientos calculados y su vocabulario pedante consiguen que parezca que está siempre al acecho, como si absorbiera toda la información de su entorno para encajarla en un rompecabezas. Es un relojero que sabe ajustar cada una de las ruedecillas de la compleja maquinaria de un reloj y, probablemente también, las de una espoleta retardada.

Amnon Biran ha traído consigo una carpeta llena de archivadores transparentes. La abre con el orgullo del profesional y muestra los planos de la casa de la esquina de la calle Verdun que utilizaron para planificar la operación. ¿Quién ha dicho que hubo un número desusado de víctimas civiles en Beirut? «Nosotros hemos hecho un cálculo aproximado de unos cincuenta muertos».

Pero, a pesar de tanta perfección, tiene que admitir que sufrieron un pequeño contratiempo: los radioteléfonos que cayeron al agua al pasar a los botes neumáticos le dejaron incomunicado en la lancha rápida, sin poder recibir noticias de lo que estaba sucediendo en Beirut. Tan sólo divisaba el resplandor del fuego a lo lejos, en dirección al lugar del ataque.

La espera hasta el regreso del comando fue larga. «Los 60 segundos de retraso del mensaje de respuesta desde la orilla no tuvieron razón de ser», comenta, y es imposible saber si lo dice en serio o en broma. «Todavía no se lo he perdonado a los muchachos».

En opinión de Biran, pocas operaciones de los servicios secretos se llevan a cabo con tanta información previa como la de Beirut. «Nosotros, los expertos, siempre soñamos con un paquete de información al ciento por ciento sobre las costumbres de los objetivos y el lugar donde hay que actuar».

Bezer y Biran trabajaron juntos una vez más en otra operación espectacular: en la liberación de rehenes en Entebbe.

El 27 de junio de 1976, el vuelo 139 de Air France que cubría la ruta Tel Aviv-París fue secuestrado y desviado a Uganda por terroristas alemanes y palestinos. En cuanto se tuvo la certeza de que Idi Amin había hecho causa común con los piratas aéreos, y que éstos habían empezado a seleccionar a los rehenes judíos, el Mossad decidió intervenir.

Esta vez, Biran apenas disponía de 48 horas para organizar la complicada logística que requiere toda operación; Bezer contaba con menos tiempo aún para convencer a la directiva política de Israel de las posibilidades de éxito de semejante intervención: sobrevolar territorio enemigo con aviones propios hasta llegar a un objetivo que estaba a 3.600 kilómetros de distancia.

El desarrollo de la operación siguió casi el mismo patrón que en Beirut: el hombre minucioso controlaba la acción desde el aire mientras el hombre de acción tomaba al asalto el edificio del aeropuerto amparado en la oscuridad. Los israelíes consiguieron liberar a más de cien rehenes y matar a los terroristas.

«En este caso contábamos como mucho con el 40% de la información necesaria. Nuestro extraordinario éxito se debió sobre todo a la suerte», resume Biran. Una suerte que se vio ensombrecida por un amargo incidente: Yoni Netanyahu murió al ser alcanzado por el disparo hecho a ciegas en la oscuridad de la noche por un soldado ugandés.

Muki Bezer y Amnon Biran todavía lloran la muerte del amigo, aunque no se muestran demasiado partidarios de la política agresiva de su hermano [el ex primer ministro] Benjamín Netanyahu, ahora en la cúspide del Likud. Estos veteranos de los servicios secretos no adoptan posturas políticas intransigentes.

«Creo que, a la larga, Oriente Próximo sólo alcanzará la paz cuando los palestinos puedan vivir a nuestro lado en un Estado propio», afirma Biran, el recolector, y vuelve a meter sus fundas transparentes con sumo cuidado en una bolsa con la inscripción «Paz ahora».

«Siempre me han parecido comprensibles las exigencias de autodeterminación de los palestinos», comenta Bezer, el cazador. «Ahora bien, nosotros tenemos el derecho moral, la obligación incluso, de defendernos de los terroristas y de eliminar a quienes los respaldan».

¿Aunque los actos de represalia también acaben con la vida de personas cuyo único delito consiste en estar en el lugar inapropiado en el momento inoportuno?

«No me gusta la idea de atacar una casa con bombas de toneladas de peso para eliminar a un único dirigente terrorista y que dentro del edificio mueran 14 civiles», comenta Bezer. «Pero la dura reacción de respuesta al atentado contra los Juegos Olímpicos de 1972 era absolutamente necesaria».

Los matices del gris

Esa eterna búsqueda del equilibrio entre las aspiraciones de ambos bandos; esa eterna lucha por la superioridad moral. Esos matices del gris, incluso cuando uno se siente del lado de los justos hablan del peligro de acabar embrutecido en medio de esta despiadada caza de terroristas, de perder los ideales y, con ellos, finalmente, el alma; eso es algo contra lo que no están inmunizados ni siquiera los vengadores espoleados por el más ferviente patriotismo.

Bezer y Biran no son hombres particularmente religiosos. Si lo fueran, su fe se tambalearía al constatar que hay alguien que ha logrado salvarse por los pelos de la venganza divina. La casualidad les ha impedido alcanzar uno de sus principales objetivos.

Abu Yijad, el arquitecto del atentado de Múnich, había planeado pasar la ominosa noche del 9 al 10 de abril de 1973 en casa de su amigo Kamal Nassir en Beirut. Pero Nassir le dijo que no podía ser porque tenía mucho trabajo, tal como relató en su autobiografía años más tarde el propio jefe de [la organización terrorista palestina, que llevó a cabo los atentados de Múnich] Septiembre Negro. Según sus propias declaraciones, aquella noche, Abu Yijad se encaminó acto seguido a una vivienda que estaba a unos cientos de metros. Allí se reunió con los tres terroristas de Múnich que habían sobrevivido y habían sido liberados de las cárceles alemanas bajo chantaje.

El periodista y portavoz de la OLP Nassir no había mentido a su amigo; realmente tenía que trabajar aquella noche. Cuando poco antes de las dos de la mañana los israelíes entraron en su casa para eliminarlo, lo encontraron sentado en su escritorio. Estaba escribiendo una necrológica de un amigo que había fallecido por causas naturales.

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