El camino democrático a la tiranía

El camino democrático a la tiranía

La agenda norteamericana de promover la democracia en Oriente Medio parece fatalmente herida. Los resultados de las recientes elecciones en Irak, Egipto, y especialmente en Gaza y el West Bank, han llevado a muchos a concluir que esta agenda está terriblemente encaminada: maravillosa en teoría pero desastrosa en la práctica, permitiendo que los elementos más peligrosos y antidemocráticos de la región lleguen al poder a través de medios democráticos.

Afirma Natan Sharansky, superviviente del Gulag soviético y ex ministro israelí que se trata de un giro de los acontecimientos preocupante.

¿Pueden estar en lo cierto los escépticos? ¿Simplemente es demasiado peligroso promover la libertad en el mundo árabe? ¿Tiene Estados Unidos que dejar de promover la democracia y retroceder a apoyar a gobiernos autoritarios que hacen su voluntad?

Esa fue la política antigua. Pero «el realismo» de la política exterior – la noción de que el mundo libre podría comprar seguridad apoyando a dictadores represores que actuarían en favor de los intereses nacionales americanos – se vino abajo el 11 de Septiembre. Entonces fue cuando quedó claro para muchos legisladores que los regímenes que reprimían a sus sujetos estaban creando campo abonado para el fanatismo y el terror.

Hoy, mucha gente cree que el antídoto el fanatismo es abrir estas sociedades a la disidencia, al libre intercambio de ideas, y a las oportunidades ofrecidas por un libre mercado y a la esperanza que llega con la vida democrática.

Basado en este diagnóstico, el Presidente Bush emprendió una política abierta que prometía conceder a la democracia un papel central en la estrategia americana de estado. En términos de retórica, el cambio era realmente dramático. En su segundo discurso de apertura, Bush prometía apoyar a los movimientos democráticos en todas partes con el objetivo de «poner fin a la tiranía» en nuestro mundo. Al declarar a los terroristas nuestros enemigos y a los demócratas nuestros socios, Bush inyectó una dosis de claridad moral indispensable en la política americana.

Pero, a pesar de lo que creo es el compromiso genuino del presidente por promover el cambio arrollador, el cambio político no ha estado a la altura de la retórica, con una reluciente excepción: un enfoque intenso en celebrar elecciones en todas partes tan rápidamente como sea posible. Y esto ha sido un error porque, aunque las elecciones son parte del proceso democrático, nunca son un sustituto para ello.

Creí esto cuando presenté un plan a Ariel Sharon en abril del 2002 de un proceso político que culminaría en la creación de un estado palestino democrático y pacífico junto a Israel. En aquella época, nadie pensaba seriamente en la paz porque, tras el peor mes de ataques terroristas en la historia de Israel, habíamos emprendido una operación militar a gran escala con el fin de extirpar la infraestructura del terrorismo en el West Bank.

Sin embargo, yo creí que la crisis suponía una oportunidad para empezar un tipo distinto de proceso político, uno que vinculase el proceso de paz al avance de una sociedad libre para los palestinos. Durante muchos años había argumentado que la paz y la seguridad sólo podían lograrse vinculando legitimidad internacional, concesiones territoriales y asistencia financiera a un nuevo régimen palestino con la construcción de una sociedad libre.

A pesar de mi fe en «la democracia», no me encontraba bajo ningún espejismo de que debieran celebrarse elecciones inmediatamente. A lo largo de la década previa, la sociedad palestina se había convertido en una de las más envenenadas y fanáticas de la tierra. Día tras día, en televisión y radio, una generación de palestinos había sido objeto de la incitación más virulenta por parte de sus propios líderes. El único «derecho» que parecía ser respetado dentro de las áreas palestinas era el derecho de todo el mundo a llevar armas.

En tales condiciones de miedo, intimidación y adoctrinamiento, celebrar elecciones rápidas habría sido un acto de irresponsabilidad supina. Ese es el motivo por el que propuse un plan convocando elecciones a celebrar no antes de tres años después de la implementación de una serie de reformas democráticas. Tres años, creía, era el mínimo absoluto para que las reformas democráticas comenzasen a cambiar la atmósfera en la que pudieran celebrarse elecciones libres. Desafortunadamente, el plan nunca fue implementado.

La reciente elección de Hamas es el fruto de una política que se centró en la forma de democracia (elecciones) en lugar de su sustancia (construir y proteger una sociedad libre). En lugar de empujar a elecciones rápidas, el mundo democrático tiene que utilizar su considerable peso moral, político y económico para ayudar a construir sociedades libres en Oriente Medio. Deberíamos vincular los privilegios comerciales a reformas económicas, animar a los diplomáticos extranjeros a reunirse abiertamente con los disidentes y hacer depender la ayuda de la protección a los disidentes (como hizo Bush cuando ayudó a forzar la liberación del defensor demócrata egipcio Saad Eddin Ibrahim).

Cualquier régimen, elegido democráticamente o no, que trabaje para crear una sociedad libre debería ser visto como socio, por no decir amigo. De igual manera, cualquier régimen, elegido democráticamente o no, que obstruya la democracia, debería verse como adversario, por no decir enemigo. Obviamente, cualquier régimen que apoye el terrorismo es hostil a los principios más fundamentales de una sociedad libre, y por tanto debería ser tratado como un enemigo.

Ayudar a que la democracia eche raíces en el mundo árabe llevará tiempo y perseverancia. La mayor parte de los gobiernos árabes intentan aplastar cualquier chispa de libertad. Pero los demócratas dentro de estas sociedades son nuestros socios. Podemos ayudarles rehusando apoyar a aquellos que le repriman, y dejando claro a través tanto de nuestras declaraciones como de nuestras políticas que los esfuerzos por expandir la libertad dentro de sus sociedades beneficiarán a sus países tanto como a los nuestros. La alternativa es volver al espejismo pre-11 de Septiembre de que la represión de un tirano sobre sus propios sujetos no tiene consecuencias para nosotros.

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