Primero fueron a por los judíos…

Primero fueron a por los judíos...

En cuestión de cinco años, ¿cuántos judíos vivirán en Francia? Hace dos años, un discjockey de París de 23 años de edad llamado Sebastien Selam se dirigía a trabajar desde el apartamento de sus padres cuando fue asaltado en la plaza de garaje por su vecino musulmán Adel. La garganta de Selam fue rajada dos veces, hasta el punto de la práctica decapitación; su cara fue raspada con un tenedor; y sus ojos fueron extraídos de las cuencas. Adel subió dando brincos las escaleras del edificio de apartamentos chorreando sangre y gritando:

«He matado a mi judío. Iré al cielo».

Se pregunta Mark Steyn si es esa una noticia sobrecogedora. Cobcluye que si. Particularmente cuando, en la misma ciudad, una mujer judía era brutalmente asesinada en presencia de su hija por otro musulmán. Ahí tiene usted el establecimiento de una mini-tendencia, y a los medios les encantan las tendencias.

Pero ningún periódico francés relevante dio la noticia.

Este mes, hubo otro asesinato. Ilán Halimi, también de veintitrés años de edad, también judío, fue hallado junto a unas vías de ferrocarril a las afueras de París con quemaduras y heridas de arma blanca por todo su cuerpo.

Falleció camino del hospital, habiendo sido mantenido cautivo, encapuchado y desnudo, y brutalmente torturado durante casi tres semanas por una pandilla que había exigido medio millón de dólares a su familia. ¿Podría usted aventurar la identidad particular de la pandilla? Durante las llamadas telefónicas de solicitud del rescate, su tío contó que fueron obligados a escuchar los gritos de Ilán mientras era quemado al tiempo que sus torturadores leían en voz alta versos del Corán.

En esta ocasión, los medios franceses sí que dieron la noticia, pero todo funcionario público insistió en que no había elementos anti judíos. Simplemente una de esas cosas que pasan. Podría haberle ocurrido a cualquiera. Y, si la banda sí parecía tener llamativamente una fijación con, ahm, los judíos, era simplemente porque, en palabras de un detective de la policía, «Judíos es igual a dinero». En Londres, el Observer ni siquiera pudo ponerse a seguir ese ángulo particular. Su información del asesinato logró evitar cualquier mención a la desafortunada, humm, judeidad de Halimi.

Otro diario británico, el Independent, sí que examinaba la, errr, identidad particular de los grupos implicados en el incidente, pero solamente en el contexto de una marcha de protesta de los judíos parisinos estropeada por «jóvenes varones judíos radicales» que habrían atacado «una verdulería regentada por árabes».

En cierto sentido, esos portavozmonsieurs están en lo cierto. Podría haberle ocurrido a cualquiera. Incluso en las sociedades más civilizadas, hay monstruos depravados que hacen cosas terribles. Cuando las hacen, hacen añicos familias enteras, como los Halimi o los Selam. Pero lo que infringe el daño verdaderamente duradero a la sociedad como conjunto es el silencio y las evasivas del estado y los medios y la cultura en general.

Un montón de colegas son, por decirlo en el mejor de los términos, indiferentes a los judíos. En el 2003, una encuesta de la Comisión Europea descubría que el 59% de los europeos calificaba a Israel como «la mayor amenaza a la paz mundial». ¿Solamente el 59%? ¿Qué demonios le pasa al resto de ellos? Bien, no se preocupe: en Alemania, era el 65%; en Austria el 69%; Holanda, 74%.

Desde entonces, Irán se ha ofrecido solucionar deportivamente el problema de la amenaza israelí a la paz mundial borrando a la Entidad Sionista de la faz del mapa. ¡Pero qué tragedia que esos iraníes amantes de la paz hayan sido provocados a lanzar un armagedón nuclear por esos desagradablemente agresivos judíos.

Como escribía Paul Oestreicher, capellán anglicano de la Universidad de Sussex, en el Guardian el otro día, «No puedo escuchar tranquilamente cuando un presidente iraní habla de borrar a Israel. Los temores judíos están justificados. No son irracionales. Pero no puedo escuchar tranquilamente tampoco cuando una gran porción de ciudadanos de Israel piensa y habla de los palestinos del modo en el que una gran porción de los alemanes pensaba y hablaba de los judíos cuando yo era uno de ellos y tuve que huir».

Cuando estás con el agua tan al cuello como está el estamento europeo en una absurda equivalencia entre un loco nuclear que cree ser el acto de calentamiento del Duodécimo Imán y los colegas que construyen la barrera de seguridad de Israel, no es sorprendente que pierdas todo sentido de la proporción cuando lo tengas también a tu espalda. Los «jóvenes varones judíos radicales» no son ninguna amenaza para las «verdulerías regentadas por árabes».

Pero los jóvenes varones musulmanes radicales están cambiando la realidad de la vida cotidiana para los judíos, y los homosexuales, y las mujeres, de París, Bruselas, Ámsterdam, Copenhague, Oslo y más allá. Si los judíos no te importan, vaya cosa; cuídate las espaldas. Los judíos juegan su papel tradicional de canarios en la historia de la mina de carbón.

Algo muy notable está ocurriendo en todo el mundo, y si usted quiere la versión resumida, un manifestante musulmán de Toronto lo explicaba muy bien el otro día:

“No detendremos las protestas hasta que el mundo obedezca la ley islámica».

Dicho tan directamente suena ridículo. Pero, simplemente como hecho establecido, cada año más y más mundo vive bajo la ley islámica: Pakistán adoptó la ley islámica en 1977, Irán en 1979, Sudán en 1984. Hace cuatro décadas, Nigeria vivía bajo el Derecho británico común; hoy, la mitad de ella está bajo el férreo control de la sharia, y la otra mitad sintiendo el impulso, como indica la cifra de muertos de la jihad de las viñetas.

Pero igual de revelador es lo suavemente que el mundo desarrollado ha interiorizado una perspectiva esencialmente islámica. En su penosa cobertura de la intifada a bajo nivel que lleva en marcha en Francia cinco años, la prensa europea apenas ha estado algo menos ida que los medios de Oriente Medio.

Al final, ¿de qué van todos estos temas presuntamente desvinculados, desde las viñetas danesas al asesinato de un cineasta holandés, pasando por las clases de natación segregadas por sexos en las piscinas municipales francesas? Respuesta: soberanía. El Islam reclama jurisdicción universal, y siempre lo ha hecho. La única diferencia es que hoy actúan al respecto.

El sello de apertura de la nueva era fue la captura de la embajada norteamericana en Teherán: incluso los estados hostiles respetan generalmente la convención de que las misiones diplomáticas son territorio soberano de sus respectivos países. Teherán avanzó entonces para reclamar jurisdicción sobre los ciudadanos de estados soberanos y matarlos — como hizo a los traductores y editores de Salman Rushdie.

En la jihad de las viñetas y otros episodios hoy, los límites de la ley islámica están siendo ampliados al mundo avanzado, a través de la intimidación y la violencia, pero también mediante el arrullo de promoción usual de un «respeto» multicultural por parte de Bill Clinton, la Iglesia Unida de Canadá, los ministros de exteriores europeos, etc.

El grupo de Me gustaría enseñar al mundo a cantar en perfecta armonía siempre ha hablado favorablemente del uni-mundismo. Desde las páginas de opinión de los periódicos de Jutland hasta les banlieues de París, los pan-islamistas están sacando tajada.

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El titulo hace palabras del Reverendo Martin Niemöller en 1945 a propósito de los Nazis

Primero vinieron a por los comunistas,
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no hablé porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que hablara por mí.

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