¿Quién debería disculparse con quién?

¿Quién debería disculparse con quién?

¿Dónde está el país en el que Bill Clinton, un expresidente de los Estados Unidos, se siente más ideológicamente en casa? Antes de que conteste, he aquí la condición que debe cumplir tal país: debe celebrar varias elecciones consecutivas que den lugar a mayorías del 70% de «liberales y progresistas«. Bien, si usted pensó en uno de los países escandinavos o, quizá, Canadá o Nueva Zelanda, se equivoca. Lo crea o no, el país que tanto admira Bill Clinton es la República Islámica de Irán.

Escrine Amir Taheri que he aquí lo que dijo Clinton en una reunión a la sombra del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, hace apenas unas cuantas semanas: «Irán es hoy, en cierto sentido, el único país donde las ideas progresistas disfrutan de un gran electorado. Es ahí donde las ideas que yo suscribo son defendidas por la mayoría».

Y he aquí lo que Clinton tuvo que decir en una reciente entrevista en televisión con Charlie Rose:

«Irán es el único país del mundo que ha celebrado hasta la fecha seis elecciones desde las primeras elecciones del presidente Jatami (en 1997). (Es) el único con elecciones, incluyendo Estados Unidos, incluyendo Israel, incluyendo el que quiera, donde los liberales, o los progresistas, han ganado de dos tercios hasta el 70% de los votos en seis elecciones: 2 a presidente; 2 al parlamento, el Majlis; 2 a las alcaldías. En todas las elecciones, los tipos con los que yo me identifico lograron de los dos tercios hasta el 70% de los votos. No existe otro país en el mundo sobre el que pueda decir eso, ciertamente no en el mío».

De modo que, mientras millones de iraníes, especialmente los jóvenes, miran a Estados Unidos como modelo de progreso y democracia, un expresidente de los Estados Unidos mira a la República Islámica como su patria ideológica.

¿Pero quiénes son «los tipos» con los que se identifica Clinton?

Está, por supuesto, el presidente Mohammed Jatami, que, hablando en una conferencia de gobernadores provinciales la semana pasada, hizo un llamamiento a que el mundo entero se convirtiese al islam.

«Los seres humanos comprenden los distintos asuntos dentro del marco global en el que viven», dijo. «Pero cuando nosotros decimos que el islam pertenece a todas las épocas y lugares, está implícito que la mera esencia del islam es tal que a pesar de los cambios (de tiempo y lugar), siempre es válida».

También está el hermano de Jatami, Mohammed-Reza, el hombre que en 1979 lideró a «los estudiantes» que capturaron la embajada norteamericana en Teherán y retuvieron como rehenes a sus diplomáticos durante 444 días. Está Massumeh Ebtekar, una pobre pasionaria que era el portavoz de los captores en Teherán. También está el difunto ayatolá Sadeq Jaljali, conocido entre los iraníes como «juez sangre».

Como era de esperar, las salidas de tono de Clinton han sido explotadas por los medios controlados por el estado en Teherán como modo de contrarrestar la afirmación del presidente George W. Bush de que la República Islámica es una tiranía que oprime a los iraníes y amenaza la estabilidad de la región.

La declaración de amor de Clinton a los mulás demuestra lo pobremente informado que hasta un presidente norteamericano puede estar.

¿Nadie le dijo a Clinton cuando estaba en la Casa Blanca que las elecciones en la República Islámica eran tan insignificantes como las celebradas en la Unión Soviética? ¿No sabía que todos los candidatos tienen que ser aprobados por el «Guía Supremo», y que no se permite presentarse a nadie de la oposición? ¿No sabía que todos los partidos están prohibidos en la República Islámica, y que términos tales como «progresista» o «liberal» son utilizados por los mulás como sinónimos de «apóstata», una acusación que conlleva la pena capital?

Lo que es más importante, ¿no sabía que mientras que no existe democracia sin elecciones, puede haber elecciones sin democracia?

Clinton contó a su audiencia en Davos, así como a Charlie Rose, que durante su presidencia se había «disculpado formalmente en representación de Estados Unidos» por lo que denominó «crímenes americanos contra Irán».

¿Pero cuáles fueron esos «crímenes»? Clinton los resumió así: «es una historia triste que comenzó realmente en los años 50, cuando Estados Unidos depuso a Mossadegh, que era un demócrata parlamentario elegido democráticamente, y reinstauró al Shah y después fue expulsado por el ayatolá Jomeini, empujándonos a los brazos de un tal Saddam Hussein. Nos deshicimos de la democracia parlamentaria [allí] allá por los años 50; al menos, eso es lo que creo».

Engañado por un mito extendido por la coalición del Culpa-a-América, Clinton parece no haberse documentado sobre Irán. La verdad es que en los años 50, Irán no era una democracia parlamentaria, sino una monarquía constitucional, en la que el Shah aprobaba o descartaba al primer ministro. Mossadegh fue nombrado primer ministro en dos ocasiones por el Shah y descartado en dos ocasiones. En qué sentido eso significa que Estados Unidos «se deshizo de la democracia parlamentaria» que no existía no está claro.

Hay otras dos cosas al menos que Clinton no sabe acerca de Irán y los iraníes.

La primera es que la afirmación de que Estados Unidos cambió el curso de la historia iraní de un golpe sería vista por la mayor parte de los iraníes, un pueblo orgulloso, como un insulto de un político arrogante que exagera los poderes de su nación hace más de medio siglo. Lo segundo que Clinton no sabe es que en la República Islámica que tanto admira, Mossadegh, lejos de ser clasificado como héroe nacional, es objeto de intensa demonización. Una de las primeras acciones de los mulás tras hacerse con el poder en 1979 fue retirar el nombre de Mossadegh de una calle de Teherán. A continuación precintó la aldea en la que Mossadegh está enterrado con el fin de evitar que sus partidarios se reúnan en su tumba. Los libros de historia redactados por los mulás presentan a Mossadegh como «el hijo de una familia feudal de explotadores que trabajaban para el maldito Shah y que traicionaron al islam».

Disculparse ante los mulás por un error presuntamente cometido con Mossadegh es como suplicar el perdón de Josef Stalin por una descortesía hacia Alexander Kerensky.

Clinton no sabe que fue la enérgica intervención del presidente Harry S. Truman lo que forzó en 1946 a Stalin a retirar sus ejércitos del noroeste de Irán, frustrando así una tentativa comunista de desmantelar el estado iraní.

Clinton no sabe que si alguien tiene que disculparse, son los mulás, que deberían disculparse tanto ante el pueblo iraní como ante el americano. No parece recordar las imágenes de diplomáticos americanos dispuestos frente a cámaras de televisión, con los ojos vendados, y amenazados con la ejecución sumaria todos los días – imágenes que causaron un perjuicio duradero al nombre de Irán como nación civilizada.

Hablando de disculpas, Clinton también ignora el hecho de que agentes iraníes en el Líbano, liderados por el ayatolá «liberal progresista» Alí-Ajbar Mohtashami, organizaron y perpetraron una cadena de atentados terroristas en los años 80 que costó la vida a más de 300 ciudadanos norteamericanos, incluyendo 240 Marines.

¿Y recuerda Clinton las docenas de ciudadanos americanos que fueron hechos rehenes por los agentes de los mulás en El Líbano, en ocasiones durante más de cinco años?

¿Olvida Clinton que el antiamericanismo, y el odio a Occidente en general, es el esqueleto ideológico del Jomeinismo; que la enseña del régimen de los mulás es «Muerte a América», y que la bandera americana es quemada o pisoteada en miles de edificios oficiales en todo Irán cada día?

Clinton afirma que a los mulás «les gusta aún en cierto sentido Occidente en general, y América en particular». Eso tiene que ser tan novedoso para los mulás como para el resto del mundo.

El expresidente aprueba otra reclamación de los mulás de que Saddam Hussein, el dictador iraquí depuesto, invadió Irán en representación de Estados Unidos.

Clinton afirma: «La mayor parte de las cosas terribles que hizo Saddam Hussein en los años 80, las hizo con el apoyo total y con conocimiento del gobierno de los Estados Unidos».

No se sorprenda si la próxima disculpa de Clinton se dirige a Saddam Hussein, otra víctima del imperialismo americano.

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