El periodismo en tiempos de terrorismo

Hay un viejo y sabió un refrán africano que dice algo así como: «Mientras no sepamos lo que piensa el León de la cacería, debemos conformarnos con la opinión del cazador». Dicho hecho, es necesario reafirmar lo obvio: nada, ni una idea política, ni ideológica, ni un rencor, ni una fe; nada, ninguna circunstancia económica o social puede justificar los atentados del 11-S, 11-M,7-J, Bali o los que ensangrientan de vez en cuando el planeta en nombre de Alá, la Patria Vasca o Palestina.

Escribe José Zepeda, chileno, periodista, profesor universitario y actual vicepresidente de la Red Latinoamericana de Radios para una Cultura de Paz, los autores de estos atentados no representan, como quisieran algunos, a nuevos adalides de la libertad, o representantes armados de las mejores causas del hombre.

Son, hay que repetirlo siempre, xenófobos de especie asesina, arropados de hábito religioso. Sabedores de la importancia de los medios de comunicación y por ello los ataques iban dirigidos a la multitud atenta de la era mediática.

El terrorismo necesita de los medios para propagar su terror. Paradójicamente, en sus países de origen pregonan el término del trato con los infieles y propician el desmonte de las “abominables antenas satelitales, transmisoras de la contaminación cultural de occidente”.

No es casual que no exista consenso sobre la definición de terrorismo: el término es tan subjetivo que está privado de cualquier significado intrínseco, y aunque todos lo sabemos es bueno reiterarlo: el lenguaje no goza de la presunción de inocencia.

La palabra terrorismo es extremadamente peligrosa porque mucha gente tiende a creer que sí tiene un significado preciso; muchos otros usan y abusan del término para aplicarlo a cualquier cosa que odian; como un medio para evitar el pensamiento racional y la discusión y, con frecuencia, para justificar su propia conducta ilegal e inmoral.

Cualquier análisis desapasionado sobre el uso de la palabra terrorismo también revela que la elección –o no– del término se basa, lamentablemente, no en el hecho mismo sino en quién está haciendo qué a quién.

Hay quienes quieren hacernos creer que la única definición intelectual, honesta y totalmente factible de terrorismo sea una subjetiva: “terrorismo es la violencia que yo no apoyo”.

El filósofo español Fernando Savater ha debido reconocer que, en el caso del conflicto entre israelíes y palestinos, “es casi imposible discernir, en muchas ocasiones, cuándo un mismo ejecutante tiene carácter de combatiente o de terrorista”.

Sin embargo, la palabra ha sido tan devaluada que incluso la violencia ya no es requisito esencial para su uso. Robert Mugabe acusa a muchos periodistas de terrorismo.

La llama sagrada del periodismo es la duda

De las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La raíz del periodismo debería se la duda, aunque cada vez más gente en esta profesión cree tener sólo certezas.

La llama sagrada del periodismo es la duda. Una llama que no debería ensimismarse en el escándalo sino en la investigación honesta, no creada a golpes de efectos sino a través de la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes.

Dice Kapuzcinsky que esta no es una profesión para cínicos, aunque a veces parece lo contrario. No es circo para exhibirse, ni un tribunal para juzgar, ni la asesoría para gobernantes ineptos ni vacilantes, sino un instrumento de información, una herramienta para pensar, para crear, para ayudar a la humanidad en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.(Eloy Martínez)

El periodismo no es la ropa que uno se pone cuando llega la hora del trabajo, y que se saca cuando duerme. El periodismo es una segunda piel, inseparable del cuerpo y que lo determina en todo tiempo y en toda circunstancia. Por eso el periodista debe escribir su propia verdad, pero no defendiéndola como un concepto único, porque no existe la voz, sino las voces.

La libertad de expresión es un derecho sagrado y sin ella no hay democracia, pero es insuficiente. Sin voluntad de verdad el periodismo se vuelve una parodia o solamente producto banal de mercado. La voluntad de verdad es barata porque sólo requiere honradez, lucidez y fortaleza. Por ello es desalentador comprobar que la mayoría que no posee casi nada, no tiene voz para decir su verdad, y los que tienen mucha voz, frecuentemente no están interesados en la verdad (Jon Sobrino)

El método es precisamente la elección de los hechos (H. Poincaré)

Cuando el periodista opta por contar la verdad y no solo una parte, en una situación extrema como la creada por los atentados del 11 de septiembre del 2001, corre el riesgo de ser tildado de traidor, o cómplice del terrorismo.

La ola nacionalista en los Estados Unidos se ensañó, por ejemplo con Peter Jennings, uno de los periodistas televisivos con más fama y prestigio en el país. Por primera vez en sus 61 años de vida recibió más de 10.000 llamadas de protesta, amenazas e insultos, por haberse atrevido a preguntar, tras las primeras horas de los atentados, dónde estaba el presidente George Bush.

Era sólo el comienzo de lo que hemos vivido después. La campaña militar y política en contra del terrorismo a escala planetaria está acompañada de “una guerra informativa de gran intensidad”, es decir, de grandes mentiras y desinformaciones, tan grandes que el gobierno en Washington anunció que iba a crear la Oficina de Información Estratégica, con la que el Pentágono aspiraba a intoxicar a la prensa internacional o, según el propio Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, a “utilizar, ocasionalmente, el engaño táctico contra el enemigo”. Debido a las protestas internas e internacionales, el gobierno desmintió que desinformaría, dejándonos a todos con la duda existencial de saber dónde empezaba la verdad o la mentira.

Responsabilidad de los medios

Si bien es cierto que los terroristas se ensañan no pocas veces con los periodistas, he ahí los trágicos ejemplos de colegas perseguidos, secuestrados, y asesinados, también no es menos cierto, y hay que decirlo por lo alto, que la prensa puede cometer genocidio.

Sin grandes aspavientos, en Arusha, una ciudad de Tanzania, lejos de la atención del mundo, los fiscales de las Naciones Unidas en el Tribunal sobre Crímenes contra la Humanidad en Ruanda, han acusado a tres hombres, antiguos ejecutivos de medios de comunicación, de genocidio e incitación al genocidio, por su uso de la radio y de la prensa durante la matanza de más de 800 mil personas en 1994 en Ruanda.

Es la primera vez desde Nuremberg que varios periodistas tienen que responder por estos cargos. Una cuestión clave será la de los límites, qué discursos estarán protegidos por la libertad de expresión y cuáles no. La emisora conocida como Radio Odio, fue una pieza clave del extremismo hutu. Cuando comenzaron las matanzas, sus mensajes no podían ser más explícitos: “las tumbas no están todavía llenas”, fue uno de los más repetidos.

De la libertad al narcoterrorismo

No podemos olvidar el terrorismo de organizaciones de guerrilla que hace tiempo perdieron, por el camino, la nobleza de sus propósitos originales y han devenido en gente que secuestra, asesina, trafica con la droga, y hace volar por los aires parte de la infraestructura nacional.

Estas formas de violencia obligan a que los periodistas seamos especialmente agudos a la hora del análisis, o durante la constante formación, dejando de lado toda arrogancia. Nunca debemos creer que hemos visto todo: las violencias nos dejan, siempre, mucho que aprender.

Y qué hacer ante el miedo

Uno de los adversarios indeseados del periodismo es, por desgracia, muchas veces la llamada opinión pública. Hasta que se decida abandonar ese concepto poco claro para empezar a ver que las sociedades tienen grupos de intereses, diferentes actores que demuestran que no existe la opinión pública, tendremos que seguir soportando sus humores y sus veleidades que intentan condicionar el mensaje. Aquí otra vez, el periodista tendrá que ser un agudo detective para no confundir el todo por las partes.

Tenemos que enfrentarnos a los factores de influencia, a los grupos que crean opinión, al carácter absoluto de sus juicios, a la rapidez de los contagios, al debilitamiento o la pérdida del espíritu crítico. Como así también a la disminución o la desaparición del sentido de la responsabilidad personal, la subestimación de la fuerza del adversario, la aptitud para pasar repetidamente del horror al entusiasmo y de las aclamaciones a las amenazas de muerte.

Europa hoy exhibe en este sentido un panorama poco alentador. Neo fascistas, neo populistas logran el apoyo de electores cansados de una forma de hacer política, pero sobre todo se inclinan a favor de lo peor, porque tienen miedo. Miedo al otro, al extranjero, al inmigrante, miedo a la inseguridad surgida en el Primer Mundo que habían construido desde finales de la Segunda Guerra Mundial y que hoy se ve invadido por el Tercer Mundo que busca fuera lo que se le ha negado en casa.

El miedo ha despertado los sentimientos más lóbregos en quienes por ahora son chovinistas, xenófobos y racistas vergonzantes, que votan por racistas pero que se ocultan en el anonimato y pregonan su segregación en voz baja.

Frente a ellos sólo cabe el rechazo más contundente. La emergencia democrática, esta democracia con síntomas patológicos debe defenderse a través de la palabra, pero sin concesiones de ninguna especie. Me refiero, por ejemplo, a que la condena y el repudio a la xenofobia, al racismo y a la discriminación no están en discusión.

Ser demócrata es oponerse a poner en debate estos asuntos, como lo desean los neo fascistas. No se puede hablar de alta cocina con antropófagos (Le Monde, editorial del 25-4-2002).

¿Cómo, desde los medios, oponerse al terrorismo?

Reivindicando la seguridad humana, que concibe el respeto de los derechos humanos como un elemento clave de la definición de la seguridad y que ubica al individuo, y no al Estado, en el centro del debate de la política pública.

Negándonos a ser parte de aquellos que preconizan la discriminación por razones étnicas, chovinistas, de género, o de cualquier otra naturaleza. Qué triste papel el de aquellos medios que fomentan el miedo y el odio al extranjero.

Alentando una propuesta ciudadana para establecer políticas de defensa. No hacerlo, como hasta ahora ocurre en la mayoría de los países, es mantener uno de los mayores obstáculos para el establecimiento legítimo del control civil sobre los militares, lo que constituye uno de los retos de la consolidación democrática.

Dando voz y tribuna a aquellos que deben convencer a las fuerzas armadas que es un error que hagan patente su satisfacción ante la idea de volver a tener un papel protagónico en la sociedad política, porque la amenaza del terrorismo no puede ser una excusa para otorgar legitimidad al empleo de la fuerza en la supuesta defensa de la patria.

Convenciendo a la gente de que las actividades secretas del Estado, la recolección de información sobre actores privados y el uso de esa información no son actividades militares. Son actividades policiales y deben incluir formas de control responsable por parte del Parlamento o de instancias especiales, a fin de evitar el uso político de los datos o la ilegalidad de los procedimientos.

Desde los medios hay que oponer la democracia a los intentos siempre latentes de la remilitarización. (Cristina Eguizábal y Rut Diamint. La guerra contra el terrorismo y el futuro de las democracias. Foreign Affairs en español. Primavera del 2002)

Entendiendo que nuestra labor no consiste en resolver toda la reproducción estable de la democracia, porque ella no puede ocurrir, sin graves consecuencias sólo en el mundo mediático. Es la competencia cívica la encargada de la tarea, con ciudadanos convencidos de que la democracia importa porque importan sus principios. En consecuencia, deben ser ciudadanos con un mayor sentido social, con cierto compromiso con lo público. En fin, con una vida civil más activa es como se defiende de mejor modo la institucionalidad política (Ramón Vargas Machuca Ortega, catedrático de Filosofía política)

En resumen, tiene razón el Consejo Europeo cuando afirma, tempranamente, el 21 de septiembre del 2001, que:

“La eficacia de la lucha contra la lacra del terrorismo será mayor al apoyarse en un profundo diálogo político con los países y las zonas del mundo donde se desarrolla el terrorismo. La integración de todos los países en un sistema mundial equitativo de seguridad, de prosperidad y de mejor desarrollo, constituye la condición de una comunidad fuerte y duradera para luchar contra el terrorismo”.

Para alcanzar ese objetivo, que no será cuestión de un día, lo mejor que puede hacer el periodismo es ser serio, formado, riguroso, creativo, crítico, incluso con el mismo periodismo sensacionalista y perverso que se extiende con rapidez.

Ahora ya recuerdo, mientras no demos voz a la víctima, tendremos que conformarnos con la opinión del victimario.

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