Fusión francesa

Fusión francesa

«¡Es la revolución!», decía uno de mis amigos cuando le llamé desde el aeropuerto de París ayer por la mañana. Como había prometido, resistió hasta el final. Pero el pasado 10 de abril, el primer ministro francés, Dominique de Villepin, se vio forzado a retirar el polémico contrato de primer empleo (CPE), que permitiría a los patronos despedir a los jóvenes por debajo de los 26 años durante los dos primeros años en el puesto de trabajo. El presidente Chirac había decidido poner fin a una crisis de 10 semanas y decenas de manifestaciones multitudinarias. Villepin sale muy debilitado de este pulso político, y su rival en la derecha, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, reforzado. Los sindicatos, que han conseguido mantener la unidad, cantan victoria.

Escribe Kenneth R. Timmerman, autor de Countdown to Crisis, que en Aix-en-Provence, centenares de jóvenes se desplazaron desde su pijo campus de la Provenza hasta la principal autovía de las afueras de la ciudad y cortaron el tráfico durante esa mañana.

Se estima que alrededor de 2 millones de personas tomaron las calles en docenas de ciudades por toda Francia. El metro fue suspendido, los trenes fueron suspendidos, las escuelas cerradas – incluso el tráfico aéreo se vio afectado una vez que los controladores aéreos se unieron a la huelga.

Pero buenas noticias: todos los restaurantes y bares estaban abiertos, dado que ahí es donde cualquier estudiante o trabajador en huelga que se precie tiene que ir a gastar sus euros del bienestar social y divagar sin parar acerca de «la revolución».

Con la llegada prevista ayer de la Secretario de Estado Condoliza Rice a París, los controladores aéreos tuvieron el gesto de volver a trabajar – al menos durante un tiempo, o al menos en el aeropuerto Charles de Gaulle. (Orly aún está detenido, se me dice).

La mayor parte de los americanos probablemente estarán sacudiendo sus cabezas en alucinante duda. Por supuesto, las compañías deberían poder despedir a los empleados (a menos que se trate del gobierno, en cuyo caso el fracaso casi siempre es recompensado con un ascenso, no una hoja de despido).

El empleo fluye y avanza con el mercado. Cuando el negocio va bien, contratas. Cuando el negocio va mal, haces recortes. (Y cuando el coste de la seguridad social se dispara, te declaras en bancarrota).

Pero ese no es el estilo francés. ¿Alguna vez se preguntó por qué Francia continúa teniendo un 10% de paro a pesar de los billones de euros dedicados a un cesto de iniciativas de empleo joven, programas de formación profesional, iniciativas de empleo para minorías y programas de incentivo laboral?

Entre los jóvenes, el paro supera holgadamente el 25%. Si usted es un joven musulmán inmigrante, roza el 50%.

¿Qué queda?

Elemental, mon cher Albert. Son los beneficios.

Las compañías francesas no contratan – punto – porque no pueden despedir.

Bienvenido al paraíso del trabajador de hoy en día, con una semana laboral de 35 horas y seis semanas de vacaciones pagadas – en chateaux del siglo XVI, si le place. (Muchos de estos chateaux son propiedad y están gestionados por sindicatos laborales controlados por el Partido Comunista en representación de sus miembros).

¡Ponte cómoda, Laura Bush! El hombre de Bernadette Chirac, Jacques (el que mintió a W. antes de la guerra de Irak, ¿recuerda?), se ha convertido en el presidente menos popular de la historia de Francia.

Preguntados si le votarían de presentarse a la reelección el año que viene (como ha amenazado con hacer) apenas el 1% en esas encuestas dice que sí. ¡Uno por ciento!

Hasta Leonid Brezhnev salía mejor parado.

Mi periódico favorito de Francia ha sido desde hace mucho Le Canard Enchainé, un semanario perversamente «satírico» con los mejores reporteros de investigación de Francia y un nombre intraducible. («Canard» – pato – es el apelativo callejero para periódico. «Enchainé» significa encadenado, pero también «persistente»).

En el número de esta semana, hacen pedazos al primer ministro Dominique Galouzeau de Villepin. En una cómica revisión de sus repetidas declaraciones en favor del «diálogo» social (como en, «¡Seré audaz! ¡E imaginativo! al buscar el diálogo social»), concluyen que no consultó a nadie antes de introducir su reforma encaminada al fracaso.

Los americanos recordarán a Villepin como el bailarín de ballet lesionado simulando ser ministro de exteriores, picoteando y pavoneándose por Naciones Unidas durante el debate acerca de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.

Pero no tienes que ser americano para odiar a Villepin.

El diario de centro izquierda Liberation presentaba ayer por la mañana una viñeta a toda página de Chirac como titiritero, con su valioso Dominique convertido en gelatina en sus manos y colgando de sus dedos. El titular: «Fundido».

El biógrafo y hombre de confianza de Chirac, Franz-Olivier Giesbert, en un libro publicado recientemente, se ensaña a placer con el petulante deVillepin. «Es tan egocéntrico que no se da cuenta de que ante sus visitantes, simplemente tiene aspecto de anacronismo», escribe Giesbert.

El premier francés tuvo un acto fallido Freudiano durante la ronda de preguntas del parlamento que dejó atónitos a sus detractores y a los propios miembros de su partido rascándose sus cabezas.

El Tribunal Supremo francés fue convocado para presentar su veredicto el jueves acerca de la constitucionalidad de la nueva ley de. Villepin advirtió a partidarios y detractores por igual de «esperar la decisión» del tribunal. Pero soltó «esperar la dimisión» del tribunal. Vaya usted a saber qué es lo que le pasa por la cabeza…

¿De modo que, de qué trata? El diario de centro derecha Le Parisien realizó una encuesta sobre la marcha de una docena de jóvenes, algunos se habían unido a las manifestaciones, otros no. Lo que descubrieron es miedo más que rabia: miedo a que la sociedad les deje atrás, miedo a que el horizonte se les cierre, a que «las soluciones» del gobierno de trabajo temporal con subsidios les deje permanentemente sin carrera.

Un blog estudiantil bastante leído está compilando una lista de cosas que «no queremos escuchar». Incluyen: «No queremos escuchar a profesores de económicas que nos dicen que las licenciaturas técnicas carecen de valor: que Francia está acabada social y económicamente. Dígame que es difícil, pero que vamos a lograrlo».

«Es un sistema deprimente», dice Ilona, de 17 años. Si vienes de una familia «sin dinero y sin influencias, tienes cuatro veces menos oportunidades de cumplir tus sueños».

Puede que el Financial Times haya tenido la última palabra sobre el futuro político de Villepin, que ha estado empleándose para convertirse en el sucesor de Chirac en las elecciones presidenciales del año que viene.

«Villepin no es una figura trágica que esté sacrificando su carrera política por el bien general. Simplemente es un político que ha torpedeado una de las mayores reformas de la política francesa contemporánea», concluía el augusto diario británico.

La reforma de Villepin, débilmente concebida y pobremente ejecutada, fue una primera puñalada en el cambio de lógica de la sociedad francesa. Pero en lugar de hacer que la gente cerrase filas alrededor suyo, hizo tragar la legislación al parlamento en una moción de confianza de arriba a abajo, e hizo doblegarse a todo sector de la vibrante sociedad civil de Francia por si acaso.

El verdadero tema es la oportunidad. Hace mucho que Francia dejó de ser una sociedad de oportunidades y se convirtió en una sociedad de derecho.

No hay crecimiento del empleo porque las normas del estado de bienestar ponen tantas restricciones a los patronos que rechazan contratar. (En Francia, el castigo por «despido económico» – denominado «reducción» o «reestructuración» en Estados Unidos – es una indemnización en metálico igual al salario de dos años).

Al mismo tiempo, los jóvenes franceses no crean sus propias empresas porque las empresas pequeñas son objeto de restricciones al despido similares. Añada esos enormes impuestos sociales (bastante por encima del 40%), y esto hace prohibitivamente elevado el precio de crear nuevos empleos y expandir el crecimiento.

Gobiernos a derecha e izquierda han intentado mitigar estas deficiencias estructurales a lo largo de los años haciendo trampas. Lo que necesita Francia – y lo que ningún político francés tiene narices para decir en voz alta – es echar abajo el sistema entero y empezar de cero. Necesitan políticos con visión y habilidades capaces de incitar un debate nacional, no un decreto aristocrático.

De no lograrlo, Francia se convertirá en un parque temático elegante para turistas ricos, donde la industria de mayor crecimiento será la policía.

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