La dualidad de la guerra en Irak

La dualidad de la guerra en Irak

El domingo 2 de abril, Edward Wong y Kirk Semple, de The New York Times, informaban desde Irak. Su artículo de portada, en la columna derecha, incluía esta buena noticia: «Bajas americanas caen en picado durante los últimos 5 meses«.

Pero, por supuesto, como siempre en los medios importantes al tratar acciones norteamericanas en el extranjero, la parte positiva tenía que ser eclipsada por la negativa, en este caso por un incremento en las muertes entre árabes sunníes y chi’íes.

Wong y Semple informan de sunníes y chi’íes abandonando áreas mixtas y agrupándose por su cuenta — aunque las cifras confirmadas son reducidas. Irak se encamina más, según el Times, hacia una ruptura étnica y sectaria. Los iraquíes están demasiado ocupados asesinándose mutuamente para masacrar americanos, parece.

Pero, ¿por qué hay esta auto segregación en Irak? Por el mismo motivo, dicen algunos representantes de la mayoría chi’í iraquí, los chi’íes no están satisfechos con los acuerdos de gobierno promovidos por funcionarios norteamericanos en Bagdad. Los chi’íes argumentan que Estados Unidos respalda a vecinos sunníes hostiles de Irak que están financiando el terrorismo radical sunní.

Estados Unidos quiere de igual manera que los chi’íes del interior del país acepten un compromiso con los sunníes que les oprimieron en el pasado y que aún les matan hoy. A lo largo del mismo fin de semana (1-2 de abril), el London Financial Times citaba a un furioso ayatoláh iraquí Mohammed al-Yacoubi:

«El embajador americano y los tiranos de los estados árabes están prestando apoyo político a esos partidos que han proporcionado protección política a los terroristas».

El atentado del 22 de febrero contra el enclave chi’í del Imán Oculto en Samarra, la furia específica que expandió tan dramáticamente el vacío entre sunníes y chi’íes iraquíes, no debería, esperaría uno, haberse olvidado. ¿Y a quién hay que culpar de la destrucción del enclave?

Como sabe el mundo musulmán entero, el mortal culto wahabí de Arabia Saudí — que tiene una larga frontera con Irak, y que posee un numeroso clero al que le repugnan los chi’íes — está aterrorizado ante la perspectiva de un gobierno de mayoría chi’í en su frontera norte y por tanto, está avivando las llamas del conflicto.

¿Y por qué responde la coalición liderada por Estados Unidos a esta situación insistiendo en que el nuevo gobierno de Irak apacigüe a los sunníes? De nuevo, el ayatoláh al-Yacoubi está bastante en lo cierto: porque carecemos de la voluntad de decir a los saudíes, por encima de todo, y a los jordanos, en segundo lugar, que detengan la incitación, el reclutamiento y el transporte de terroristas a Irak.

Sopesemos ahora otro aspecto de este debate. La descripción de la violencia radical sunní en Irak como «insurgencia», que le concede cierta apariencia de legitimidad indígena y no es un cachet real – piense en el Ché Guevara, etc. — nunca se escucha entre los iraquíes. Los partidarios de las atrocidades sunníes en Irak se refieren a sus autores materiales como mujahidín, o luchadores de la jihad.

Sus detractores y víctimas les llaman exactamente por lo que son: terroristas wahabíes. Los criminales son del mismo tipo que durante un tiempo, correcta aunque incompletamente, eran denotados como «guerrilleros extranjeros», hasta que quedó claro que la mayor parte de los extranjeros eran saudíes. Los medios relevantes, que odian utilizar la palabra con W (wahabí), también son reticentes a mencionar la palabra con S cuando debaten el terrorismo global, a pesar del imborrable recuerdo de los 15 saudíes entre los 19 pilotos suicida del 11 de septiembre del 2001. Los medios comparten esta desagradable reticencia con el gobierno norteamericano.

Esta idea aparentemente trivial trae a la memoria un fenómeno de décadas de duración: La paradoja de «Las guerras duales». Es decir, guerras que son vistas de manera completamente diferente por aquellos que las experimentan y por los medios americanos y la elite política progresista.

• Hoy en Irak, lo que los medios americanos llaman insurgencia realmente es agresión externa por los vecinos sunníes del país, y es vista de ese modo por los locales.
• No hace mucho, las masacres en la ex-Yugoslavia eran llamadas «guerra civil» por los principales medios, cuando no había nada más que invasiones serbias de los pobres dominios adyacentes con «repúblicas socialistas», y como tales eran vistas por las víctimas eslovenas, croatas, bosnias y albanesas.
• Y antes de eso, un giro del paradigma que no obstante refleja la misma ignorancia, arrogancia e influencia ideológica, el conflicto nicaragüense entre sandinistas y contras era denominado en los medios relevantes como un acto de agresión creado por Estados Unidos. Realmente era una guerra civil, y nunca fue visto como nada distinto por los nicaragüenses — incluyendo a los sandinistas, que admitieron en Managua lo que sus amigos izquierdistas de Washington negaban.

La norma de la «guerra dual» es simple: la guerra como es vivida por aquellos que luchan, huyen, son expulsados, violados o heridos, o mueren, es completamente distinta — no sólo en su dolor e instantaneidad, sino en sus causas y contradicciones — de la misma guerra según se debate en las capitales del mundo. Nicaragua presenta un ejemplo soberano en que el vacío entre estas dos realidades nunca se ha cerrado, al menos en la mente americana y europea.

Pero el paralelo crucial aquí se da entre Irak y la ex-Yugoslavia. En el primer país, los árabes sunníes apenas constituyen el 20% de la población. Atormentaron y explotaron a sus vecinos chi’íes durante muchas generaciones.

Ahora, dado que están amenazados por la pérdida de su poder, atacan a sus conciudadanos expulsándoles de las comunidades mixtas, igual que los serbios expulsaron a los musulmanes croatas y bosnios de las comunidades mixtas. Estados Unidos ha venido a liberar Irak, pero insiste en que tal liberación incluya ventajas perpetuas para los antiguos torturadores del país. Los líderes de los chi’íes y muchos kurdos (sunníes) — que también acusan la dominación árabe sunní — se preguntan, ¿qué es esta democracia de la que tanto hemos oído, si no que significa el final de los abusos sunníes?

¿Por qué deberían ser hoy objeto los iraquíes sunníes de tanta solicitud americana y de la coalición? ¿Simplemente porque sean minoría? Tales miramientos nunca impresionaron a nadie en Occidente en debates acerca del destino de los blancos sudafricanos, cuyo legado histórico es el mismo que el de los sunníes iraquíes.

El pretzel lógico por el que las fuerzas norteamericanas llegaron a Irak a (en la práctica) proteger a los antes opresores del país reproduce la política absurda seguida en Kosovo, donde Serbia asesinó a miles de personas e intentó expulsar a una nación entera de su territorio histórico. Una vez que Naciones Unidas tomó el gobierno de la provincia, las atrocidades sufridas por los albano kosovares fueron olvidadas de pronto; todo lo que contaba era proteger a los derrotados serbios.

La equivalencia moral entre víctima y criminal es el nuevo imperativo. Lo mismo ha ocurrido en Irak: la terrorífica opresión sufrida por la mayoría chi’í bajo gobierno sunní ha pasado al olvido, en la prisa de los representantes americanos y de la coalición por proteger a los sunníes.

¿Cuál ha sido el resultado de esta política — no sólo en Kosovo, sino en Bosnia Herzegovina antes de eso, donde se dejó a los serbios bosnios con el control de dos tercios del país bajo el Acuerdo de Dayton? En primer lugar, estancamiento económico.

Puesto que los serbios de Bosnia y Kosovo conservan la influencia política, pueden bloquear la privatización y la reestructuración empresarial necesarias para aliviar problemas tales como el 70% de paro, educación subfinanciada, y la ausencia de una ley laboral y reinstauración de las pensiones.

¿Cuál será el resultado probable de tal política en Irak? Anteponer el interés de los sunníes a todo lo demás significa más terror wahabí y más separación, así como obstáculos continuados a la reforma económica y mayor desintegración social.

También significa el reforzamiento de la ideología extremista en Arabia Saudí, y mayor inestabilidad en Jordania, así como tensiones incrementadas a propósito de Irán. Apaciguar a los sunníes radicales no les tranquilizará, como tampoco apaciguar a los serbios de Kosovo les ha calmado en absoluto. En su lugar, les animará a mayores desafíos.

¿Quién respalda la imposición de tales políticas? El reino saudí actúa a lo largo de todo el mundo musulmán sunní protegiendo a aquellos hacia los que siente una afinidad pseudo-religiosa. En Kosovo, los serbios son apoyados por la presión internacional procedente de Rusia y, en menor medida, de China.

¿Queremos, o nos merecemos, un segundo Kosovo en Irak — una tregua llamada paz, preferida antes que la libertad del oprimido? ¿Merecen los iraquíes tal tratamiento?

A aquellos que examinan la política norteamericana de apaciguar a los sunníes iraquíes se les debería recordar que existe una posibilidad en Irak aún peor que Kosovo II. Sería la repetición de la tragedia de 1991 en la que el padre del presidente George W. Bush rehusó terminar el trabajo de derrocar a Saddam, haciendo necesaria la limpieza de doce años más tarde.

Después, los chi’íes se levantaron en rebelión contra Saddam, fueron abandonados por Estados Unidos, y fueron masacrados. Si Estados Unidos cede una vez más ante la presión de Arabia Saudí y otros estados de gobierno sunní — los mismos poderes que salvaron a Saddam de la expulsión final tras la guerra de Kuwait — y niega a los sunníes la oportunidad de consolidar el gobierno de la mayoría en Irak, Bush 43 podría terminar no siendo mejor que Bush 41.

Y ese sería el peor escenario de todos. Se ha vertido mucha tinta a propósito de la afirmación de que si no luchamos contra el islamofascismo (del que Saddam y Zarqawi representan variantes vagamente discernibles) en Oriente Medio, tendremos que luchar contra él más extensamente en nuestro propio suelo.

Subraya Stephen Schwartz, Director Ejecutivo del Centro del Pluralismo Islámico de Washington, que una cosa debería ser obvia: abandonar en Irak ciertamente será un incentivo para que nuestros enemigos asalten la nación americana una… y otra vez. No nos atacan por lo que hacemos, sino por lo que no hacemos… no por lo que somos, un pueblo fuerte comprometido con nuestros valores, sino por lo que aparentamos ser: débiles, vacilantes y dados a compromisos ilusorios.

En Irak tenemos que completar lo que hemos empezado: el gobierno de la mayoría, el pluralismo religioso y la recompensa a la iniciativa harán más por ese país, y la región, y el mundo, que las políticas de mala fe.

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