Sí, es antisemita

Los documentos académicos colocados en una página web de Harvard no atraen normalmente el elogio entusiasta de prominentes partidarios de la supremacía blanca. Pero el lobby de Israel y la política exterior norteamericana, de John Mearsheimer y Stephen Walt, han logrado la aprobación de David Duke como «una Declaración de Independencia americana moderna» y una justificación del trabajo previo de Klansman, incluyendo presumiblemente su rompedor libro, «La supremacía judía”.

Subraya Eliot A. Cohen, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, que Walt y Mearsheimer argumentan que la seguridad nacional americana dicta distanciarnos del estado de Israel; que el apoyo norteamericano a Israel ha llevado a desastres tales como la posición de América en el objetivo número uno de los terroristas islámicos; y que una salida del sentido común tan inexplicable de otro modo es achacable solamente al poder de «El Lobby» (mayúsculas suyas), una fuerza desbordantemente judía apoyada por algunos cristianos evangélicos y un colaborador gentil neocon o dos, que han secuestrado la política exterior americana y la han controlado durante décadas.

Uno de los colegas de Mearsheimer en la Universidad de Chicago ha caracterizado esto como «ciencia social monocausal desechable». Ciertamente es un trabajo académico deplorable. La ciudadanía israelí descansa «en el principio de la sangre», dice, y aún así el país tiene un millón de ciudadanos no judíos que votan.

El agravio de Osama bin Laden con Estados Unidos empieza con Israel, dice — pero en la práctica, su fatwa de 1998 declarando la guerra contra este país comenzaba denunciando la presencia norteamericana en Arabia Saudí y el sufrimiento del pueblo de Irak. «Otros grupos de presión étnicos sólo pueden soñar con tener la fortaleza política» que tiene El Lobby — noticias para cualquiera que defienda el levantamiento del embargo sobre la Cuba de Fidel Castro.

La guerra de Irak se derivó de la concepción del Lobby del interés de Israel — pero aún así, extrañamente, la guerra atrajo el apoyo de intelectuales anti-israelíes tales como Christopher Hitchens y de publicaciones relevantes tales como The Economist. La política anti-Irán de América refleja los dictados de El Lobby — pero, ¿cómo explicar la oposición igualmente fuerte de Europa a las ambiciones nucleares iraníes?

Extrañamente, estos realistas de las relaciones internacionales — en sus vidas académicas más normales declaran que los intereses del estado determinan la política, y que la política nacional importa poco — han descubierto el único caso en el que la política nacional ha determinado, durante décadas, la política del mayor estado del mundo.

Sus teorías proclaman la importancia del poder, no de los ideales, pero aún así aborrecen la idea de aliarse con la economía más vibrante y el ejército más fuerte de Oriente Medio. Informando de persecución, han declarado no poder publicar su trabajo en Estados Unidos, pero han evitado nombrar los diarios académicos que les rechazaron.

Trabajo académico incompetente, incluso falto de cordura, pero, ¿es antisemita? Si por antisemita uno se refiere a creencias obsesivas e irracionalmente hostiles a propósito de los judíos; si uno les acusa de deslealtad, traición o usura, o de tener poderes ocultos y de participar en acuerdos secretos que manipulan instituciones y gobiernos; si uno selecciona sistemáticamente todo lo injusto, desagradable o equivocado acerca de los judíos como individuos o grupo e igualmente suprime de manera sistemática cualquier información exculpatoria — bien, sí, este documento es antisemita.

Mearsheimer y Walt conciben El Lobby como una conspiración entre el Washington Times y el New York Times, la Brookings Institution de alineamiento Demócrata y el American Enterprise Institute de alineamiento Republicano, entre los arquitectos de los acuerdos de Oslo y sus detractores más vigorosos.

En este mundo Douglas Feith manipula a Don Rumsfeld, y Dick Cheney obedece órdenes de Richard Perle. Rastrean figuras públicas de apellidos judíos y lanzan repetidas salvas contra los cristianos conservadores (objetivo aceptable de prejuicios en los círculos intelectuales), pero nunca se preguntan porqué el Senador John McCain hoy, o en los años previos un rudo líder obrero como George Meany se declararon amigos de Israel.

Los autores desprecian o ignoran las pasadas amenazas árabes de exterminar a Israel, así como el vertedero de literatura antisemita que contamina el discurso público de mundo árabe hoy. Los más recientes llamamientos del fanático — y hambriento de armamento nuclear — presidente de Irán a «borrar del mapa» a Israel los solventan como insignificantes.

No hay nada acerca de los millones de dólares que Arabia Saudí ha derrochado en hacer presión y en instituciones académicas, o la riqueza de los programas de estudios islámicos en campus norteamericanos, aunque ven con recelo los alrededor de 130 programas de estudios judíos en esos campus. Los asentamientos del West Bank reciben atención; la carnicería terrorista de civiles en autobuses o en centros comerciales, no. Poner en duda su opinión de Israel no es diferir acerca de política, sino actuar como agente extranjero.

Si esto suena personal, es porque lo es, aunque yo solamente soy un objeto de nota al pie para Mearsheimer y Walt. Soy un intelectual público y un judío orgulloso; simpatizante de Israel y extensamente involucrado en los temas militares de nuestra nación; vagamente conservador y ocasionalmente militarista.

En una semana, mi familia celebrará la Pascua con mi hijo mayor — la tercera generación en cumplir el servicio militar como oficial del Ejército de los Estados Unidos. Estará en casa abandonando las calles repletas de bombas de Bagdad. La insignia sobre su hombro es la misma bandera que ondea en mi porche.

Otros presuntos miembros de «El Lobby» tienen también hijos en el servicio militar. Impugnar su patriotismo o el mío no es defensa política o académica. Simple, e imperdonablemente, es prejuicio racial.

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