Un desorden genético hereditario

El éxito de la campaña en favor de la libertad académica y la publicación de Los profesores han dado lugar a un torrente de páginas web y un abanico de críticos dedicado a atacarlos. Sus asaltos despliegan el amargo arsenal de la condición del carácter criminal – distorsión, difamación e historias inventadas – y un bombardeo calculado de cada desacuerdo intelectual o error honestamente cometido y tratarlos como si fueran «mentiras» inconfundibles, calculadas e inequívocas por parte de un objetivo adversario.

La premisa es que si tales tácticas son repetidas con la suficiente frecuencia, el enemigo se encontrará inmerso en una pila de basura tal que sus argumentos simplemente desaparecerán.

No hay nada nuevo en tales tácticas. Desde los días de Stalin (y Lenin y Marx antes) la izquierda ha prosperado a costa del odio abrasador a sus detractores y una postura sin cuartel en el escenario político. En las zonas libres de fuego de las guerras que libran, nadie puede oponerse a una postura izquierdista por motivos o preocupaciones razonables. La pureza de la causa izquierdista sólo puede ser puesta en duda por «fascistas», «racistas», «homófobos», «enemigos de la humanidad» y «embusteros».

Los detractores de la izquierda son especímenes repugnantes de la raza – indecentes e indignos del respeto común. Dignificar sus argumentos es un crimen contra la humanidad y sus aspiraciones a una vida mejor. Necesitan ser eliminados de una vez por todas del debate.

Entre las páginas web conducidas por estas pasiones se encuentra FreeExchangeOnCampus.org, que está financiada por sindicatos de profesores, Media Matters y Campus Progress, la subvencionada por George Soros y los multimillonarios tras sus operaciones para quitar el puesto al Presidente Bush. Y uno de los perros de presa de la campaña es el hijo de Sidney Blumenthal, el empleado de la Casa Blanca que asignó Clinton con el fin de destruir la figura y la credibilidad de Monica Lewinsky y de otras víctimas femeninas que mostraron disposición a defenderse y contraatacar.

El hijo de Blumenthal, Max, tiene su propia página web en MaxBlumenthal.blogspot.com, así como una columna en HuffingtonPost.com, y ha publicado en The Nation y lugares similares. Periodísticamente aún en pañales, Max ha abrazado con entusiasmo la carrera del padre, especializándose en artículos de ataque que ponen sus miras en los enemigos políticos de la izquierda. Como alguien con tal ambición, Max muestra con orgullo los comentarios de sus víctimas como trofeos en su página.

Un elogio de Christopher Hitchens, por ejemplo, le describe como «Una joven mofeta que no ha aprendido a mear aún». Hay otros. Si el padre de Max hubiera tenido sentido de la decencia, sus instintos paternales le hubieran llevado a tener cuidado con su hijo antes de embarcarlo tan pronto en una carrera sucia. Pero Sidney Blumenthal carece de decencia, y ni siquiera sabría cómo llevar a cabo esta función paternal si se le ocurriera hacerlo.

Max asistió a mi debate con Ward Churchill el 7 de abril y publicó «un informe» para su blog y HuffingtonPost.

El artículo comenzaba con esta nota:
«

El hecho de que centenares de personas se reúnan en el campus de una universidad importante para contemplar un debate serio acerca de los méritos de una ley tan demente como la Ley Académica de Derechos de Horowitz, que permitiría a los estudiantes denunciar a sus profesores y exigiría la contratación de un profesor de derechas por cada profesor que ordene presuntamente material de izquierdas, fue una victoria en sí misma para el bebé de pañal rojo favorito de la derecha».

Esto es toda una frase. Existen muchos adjetivos que un detractor de la Ley Académica de Derechos podría emplear para desacreditarla sin minar su [propia] causa en la práctica. Pero «demente» no es uno de ellos. Esta ley «demente» ha inspirado una legislación que aprobó el Senado de Georgia en una votación de 41-5 (es decir, con amplio apoyo Demócrata), y la Cámara de Pennsylvania, y se incorpora en parte a la Higher Education Authorization Act del Congreso norteamericano, cuyas provisiones aprobaba recientemente la Cámara. La Ley de la Cámara también fue aprobada por el Consejo Norteamericano de Educación, una organización liberal apoyada por toda universidad destacada de los Estados Unidos.

El texto de la Ley Académica de Derechos es fácilmente accesible en internet y ha sido específicamente elogiado por sus detractores como difícil de criticar. La razón es que sus preceptos son muy «liberales» – y cuerdos. De modo que caracterizar la ley como un delirio demente pone en duda eficazmente la credibilidad del propio crítico.

El texto empeora. Afirma falsamente que la Ley Académica de Derechos «permitiría a los estudiantes demandar a los profesores». Esto es una afirmación que ya ha sido refutada muchas veces. Se basa en la premisa de que la Ley de Derechos es un estatuto legal sin provisiones legales. Incluso con tal premisa, no existe nada en la ley que proporcionase base legal para que los estudiantes denunciasen a sus profesores.

En primer lugar, a causa del hecho de que uno denuncia a una universidad, no a un profesor individual, un hecho básico que conocería un reportero competente; pero más importante, porque no existe en la práctica legislación con provisiones de ley, y tampoco ha sido propuesta tal legislación.

Todas las resoluciones con respecto a la Ley Académica de Derechos que ha sido aprobada a través de comités legislativos son solamente eso – resoluciones. Ninguna de ellas tiene mecanismo legal alguno. En otras palabras, la afirmación es falsa.

Tampoco es simplemente un error. Toda esta información está disponible en la web (véase www.studentsforacademicfreedom.org, una página que contiene todas las versiones de la legislación y artículos tanto críticos como defensores del movimiento de la libertad académica y la Ley Académica de Derechos). La misma afirmación falsa acerca de la Ley Académica de Derechos ha sido alegada más de una vez por sus críticos del sindicato de profesores, y en más de una ocasión ha sido públicamente refutada.

La parrafada afirma entonces que la Ley Académica de Derechos «ordenaría por decreto la contratación de un profesor de derechas por cada profesor que asigne como obligatorio material de izquierdas». Esta declaración revela la naturaleza radical e incontrolable de las pasiones partisanas de Max y porqué le será difícil convertirse en un periodista de credibilidad.

Ni siquiera puede permitirse la posibilidad de que pueda haber realmente profesores de izquierdas. Si Max escribiese que la Ley de Derechos Académicos ordena la contratación de un profesor de derechas por cada profesor de izquierdas, entonces sus detractores dirían al menos una cosa que es verdad — que hay profesores de izquierdas.

Pero a sus detractores no se les puede permitir ni la concesión más modesta, de modo que Max debe hacer la absurda afirmación de que la Ley Académica de Derechos exige contratar a un profesor de derechas «por cada profesor que asigne como obligatorios materiales de izquierdas». ¿Entendido? Tampoco existe algo como material izquierdista de lectura, solamente «presunto material izquierdista».

Pero ya se presuma o no, o haya profesores de izquierdas o no, la declaración entera de Max es ficción, porque la Ley Académica de Derechos no sólo no exige «equilibrio» político o la contratación de un profesor de derechas por cada lectura obligatoria de izquierdas. Punto. En lugar de eso, dice que «Ningún miembro del claustro será contratado o despedido o le será denegada la plaza fija o el ascenso con motivo de sus creencias políticas o religiosas».

Y por supuesto esta información está completamente disponible en la web. De hecho, he señalado esto en innumerables ocasiones desde que se hicieran los primeros ataques contra la Ley por parte de sus críticos de inspiración sindical hace dos años y medio. Mi personal y yo hemos refutado esta afirmación, una y otra vez, simplemente citando lo que dice la Ley.

En suma, en una única frase, el joven Max ha caracterizado un documento perfectamente razonable como «demente», al tiempo que ha fabricado dos alegaciones falsas para demostrarlo.

La maldad de Max también se muestra en la «entrevista» que me realizó después del debate con Churchill. Pongo la palabra «entrevista» entre comillas puesto que no me reveló quién era hasta que había terminado la entrevista. Además, lo había arreglado para que la mitad de ella fuese realizada por un agente que se hizo pasar por un periodista sin vinculación con él.

El engaño fue fácil, puesto que la «entrevista» tuvo lugar entre un tumulto de curiosos y reporteros presentes que se habían reunido alrededor del cámara de FoxNewsChannel para ver el segmento de Hannity&Colmes que era televisado inmediatamente después del debate.

Por lo que sé, el falso periodista era realmente periodista, aunque el artículo de Max le describe simplemente como «un amigo». El amigo me preguntó lo que pensaba del ataque de Max en The Nation contra el Centro Madison de Princeton, un programa conservador de conferencias montado por el profesor conservador de filosofía Robert George. Dije que el ataque mostraba el conjunto de ideas totalitarias de la izquierda de Blumenthal.

Princeton es un campus típico que posee múltiples departamentos y programas ideológicamente de izquierdas, y el Centro Madison es un esfuerzo conservador solitario y muy modesto que lleva a Princeton intelectuales que no lograrían un puesto en el claustro de Princeton debido a la lista negra existente.

El Centro Madison ni siquiera es un departamento o un plan de estudios en Princeton, y aún así ya tenía demasiada diversidad intelectual para izquierdistas como Max. Un programa modesto, y Max y The Nation sintieron la necesidad de aplastarlo como una amenaza.

Cuando había terminado de responder, el periodista impostor me preguntó lo que pensaba entonces de Max Blumenthal. Desconocedor aún de que estaba al lado mío, dije «Es un subproducto de la vieja escuela sórdida». El impostor me preguntó cómo se deletreaba «sórdida». S-ó-r-d-i-d-a. Entonces dijo: «Ése es Max Blumenthal», quien me lanzó una mirada asesina y desapareció.

Antes, sin anunciarse, un marcadamente herido Max me había preguntado porqué no había incluido a Kevin McDonald, de la Long Beach State, en mi libro Los profesores. Era una pregunta «con truco». «Porque no tengo idea de quién es», fue mi respuesta. El Max de incógnito me advirtió entonces que McDonald era «un racista». Dije, bien, si lo es y hubiera sabido de él, le habría incluido.

En lugar de utilizar esto como respuesta, utilizó otra vía de ataque: «¿Por qué nombra a Jared Taylor en su página web?» Se refería a un artículo de Taylor acerca de los crímenes raciales cometidos por negros durante el Huracán Katrina que de alguna manera no se convirtieron en parte del debate sobre el racismo durante el episodio del Katrina.

En el debate nacional del Katrina, Bush fue acusado de racismo por no llegar al lugar de Nueva Orleáns inmediatamente, pero los crímenes raciales reales cometidos por negros fueron censurados.

Al publicar el artículo de Taylor, no «presenté» a Taylor en el sentido de «He aquí alguien que habla por mí o mi revista». De hecho presenté su artículo con una declaración editorial distanciando a la revista de sus opiniones racistas, pero mencionando que la información que presentaba acerca de actividades criminales en Nueva Orleáns y la hipocresía de los abusos raciales del Katrina por parte de la izquierda debía ser tratada, particularmente porque su información procedía de fuentes fiables.

Dije, ¿por qué se necesita un racista para plantear estos temas difíciles? Supe la respuesta, y era que otros habían sido tan intimidados por la caza de brujas de izquierdas que tenían miedo de plantearlas por sí mismos.

Previamente yo había escrito un artículo entero acerca de Taylor y porqué sus opiniones eran deplorables y deben ser rechazadas. No lo hice solamente porque sea mi opinión, sino porque la tentativa de cargarme a mí las opiniones de Taylor era parte de una campaña izquierdista para difamarme y desacreditarme como un racista.

Max se metió hasta el cuello en este esfuerzo, habiendo escrito un artículo acerca de Christopher Hitchens y yo, intentando ligarnos a neonazis y revisionistas del Holocausto.

Lo que demuestra mi encuentro con Max es que a causa de la misma naturaleza liberal de lo que intenta lograr, la campaña de la libertad académica ha roto un tabú de ese segmento – el segmento «progresista» — de la izquierda política, para revelar que no ha cambiado moralmente ni ella ni sus tácticas políticas desde los días dorados de Stalin.

El carácter criminal en lugar del argumento político es su método predilecto, y sus escrúpulos brillan por su ausencia. En consecuencia, no he escrito esto para poner en su sitio al joven Blumenthal, sino para centrar la atención una vez más en los problemas generados por la catadura moral y la deshonestidad intelectual de la izquierda.

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