Inseguridad en el Kurdistán

Inseguridad en el Kurdistán

Sandra Remon (Periodista Digital).- Recién llegada de mi visita a Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, la reflexión me lleva a valorar la inseguridad y el miedo que vive este lugar, autónomo desde 1991. Con el recién constituído Gobierno unificado la situación se presenta esperanzadora para los kurdos. Pero si lo que yo he vivido es seguridad, que venga Dios y lo vea.

Los kurdos están felices porque su situación va mejorando, pero si uno no esta acostumbrado a viajar a países cuya historia ha estado siempre envuelta en conflictos y ve lo que yo he visto en el Kurdistán, puede llegar a pensar que esta zona, al igual que Iraq, sigue viviendo una semiguerra civil.

Pudieramos pensar que los controles en los aeropuertos son algo normal, pero estos destacan por su abundancia. Separados por sexo, los hombres son cacheados tras pasar por los detectores de metales en cada esquina del aeropuerto, y a las mujeres nos cachean en cabinas cerradas. Creo que entre la ida y la vuelta me han cacheado unas ocho veces, tantas, como las que han registrado mi bolso. Me cachearon incluso dentro del avión que cubría el vuelo Erbil-Amman. Y lo hicieron muy concienzudamente.

Mi pasaporte está ya doblado de las veces que lo han abierto y cerrado, y he tenido que rellenar dos formularios con mis datos, motivos del viaje y profesion, dentro del avión. Curioso. Y mas para mi que nunca he viajado a ningún país de Oriente Próximo. Bueno, miento. Hasta llegar a Erbil hicimos escala en Amman, la capital de Jordania, y además de un par de policías motorizados (los únicos jordanos con derecho a usarlas desde la prohibición de Hussein tras un robo perpetrado con motos)no vi hombres armados, ni ejército en sus calles.

He de reconocer he en un momento pasé miedo. Fue en la tarde del miércoles. En el mercado del centro de Erbil. Esta zonas es la más concurrida de esta antigua ciudad de 800.000 habitantes. Las mujeres apenas hacían el amago de mirarnos, al contrario de los niños, para quienes parecíamos gentes de otro planeta a juzgar por la manera en que nos miraban, y los hombres, para los que las mujeres occidentales debemos resultar de los más exóticas, como mostraban con sus miradas. Hubo un momento de tensión aquella tarde. Nos acercabamos a un garaje cuando el hombre de seguridad sacó rápidamente y asustándome una pistola de la guantera. Sentada en el asiento del copiloto hice como si no hubiara visto nada, y lo comenté con mis compañeros. Este hombre iba armado, y quería que los kurdos supieran que iba armado. Con la cacheta en la mano dejaba mostrar su arma, metida en la cintura del pantalón, a todo aquel que nos miraba. Y cuando se ponía la chaqueta, que sobraba, no entiendo por qué lo hacía, se la colocaba sobre los hombros dejando ver su pistola.

Era una llamada a los kurdos que nos mirasen con «alguna idea extraña». No debían acercarse. En un momento, debido al calor me senté en el peldaño de una escalera. El hombre de la pistola, del que no me separé en todo el trayecto a pie (el más largo que hacíamos desde que llegamos al Kurdistán)tuvo que invitar a marcharse a una docena de jóvenes que se acercaron en avalancha pensando que estaba sola, y seguramente por ser una mujer occidental.

Todos los edificios y todas las esquinas están custodiadas. Los soldados portan kalashnikov fabricadas en Cuba y con cargadores chinos de 72 balas, como he podido saber después de preguntar a uno de los hombres del presidente Barzani del PDK, al que visitamos por la mañana.

Y aunque su presencia asusta, y me da a entender que tienen miedo y que en cualquier momento pueden reaccionar ante algo (hace dos semanas 250.000 soldados turcos se apostaron en la frontera con el Kurdistán dispuestos a avanzar hacia Kirkuk, y Erbil pilla de paso), de noche su presencia se agradece. Este miércoles nuestro avión partía de Erbil a las cinco de la madrugada, por lo que a las tres los hombres de seguridad nos esperaban en la puerta del hotel. Camino al aeropuerto, una de las calles estaba cortada y hemos tenido que cambiar de dirección (no me ha hecho ninguna gracia).

Las calles aqui en Erbil están a oscuras desde que en 2003 los soldados de Sadam Husseim bombardearan todas las centrales elécticas del Kurdistán, y aquí disfruta de luz artificial el que puede cubrir los gastos de un generador. Pasados de nuevo varios controles, él último antes de llegar al aeropuerto ha sido extremadamente exagerado. Dos guardas nos han hecho colocar nuestras maletas en fila y colocarnos a nosotros en fila también sobre la acera alejados de ellas. Un perro ha olfateado varias veces cada maleta para que nos dejaran continuar. Y en el aeropuerto, como no, nuevos controles.

Los kurdos se sienten inseguros, y temen lo que pueda pasar, como muestran todos estos controles de seguridad. Se abre, dicen, un proceso esperanzador con el nuevo Gobierno. Y creanme si les digo, que después de convivir durante tres días con estos hombres y mujeres, nada me gustaría más.

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