Mentiras, blasfemias y prejuicios

Es difícil recordar otro libro que haya cautivado tanto la imaginación popular como «El Código Da Vinci» de Dan Brown. Y ahora con la película dirigida por Ron Howard aumenta la atención sobre sus alegatos respecto a Jesucristo y la Iglesia Católica.

Escribe Samuel Gregg que tanto el libro como la película contienen todos los ingredientes para atraer al público: misterio, conspiración, religión, asesinato. Entonces, ¿por qué ha surgido tanta crítica de parte de los cristianos y especialmente de los católicos?

Una razón es que la ficción es presentada como hechos históricos y la novela explota ingeniosamente los sentimientos anticatólicos. Esos prejuicios han surgido alrededor del mundo, especialmente en un Occidente que se enorgullece de ser tolerante, excepto cuando se trata de la Iglesia Católica y de aquellos que respetan sus enseñanzas.

Consideremos primero algunos de los «hechos» presentados. Como dice la escritora Amy Wellborn, aunque se trata de una novela, el autor trata pasajes como si fueran hechos históricos ampliamente aceptados, al introducirlos con frases como «los estudiosos comprenden» y «los historiadores mantienen».

Un ejemplo de esto es que según Dan Brown, Jesucristo no fue considerado un ser divino hasta el Consejo de Nicaea en el año 325, cuando el emperador Constantino declaró repentinamente que Jesús era Dios. El autor mantiene que es un «hecho» que hasta entonces los cristianos creían que Jesucristo era un hombre.

El arzobispo George Niederauer de San Francisco dice que cualquiera que haya leído los Evangelios sabe que tales supuestos «hechos» son falsos. El Evangelio según San Juan fue escrito 50 o 60 años después de la crucifixión de Jesús, o sea 200 años antes del nacimiento de Constantino, e indica que sí murió antes de levantarse entre los muertos (señal de divinidad). Y el Evangelio también incluye una bella escena del Apóstol Tomás saludando a Jesucristo con las famosas palabras «mi Señor y mi Dios».

Inclusive, antes de la crucifixión de Jesús, el Evangelio según San Juan deja constancia de que Jesucristo dijo claramente a sus detractores: «Amén, amén os digo, antes de que Abraham naciese, Yo Soy». El Evangelio describe la indignación de los fariseos al oír la misma expresión de Yahweh (Dios) al identificarse a sí mismo frente a Moisés.

Además están los supuestos «hechos» respecto a la Iglesia Católica, como por ejemplo que «la Iglesia quemó en hogueras a más de cinco millones de mujeres» como brujas. Eso es un disparate. Los historiadores mantienen que la mayoría de las ejecuciones por brujería, en las que alrededor de 20% eran hombres, sucedieron entre los años 1500 y 1800 y la cantidad máxima estimada es de 50.000. La mayoría fueron personas pobres y sencillas, no enérgicas mujeres como mantiene Brown. Sus acusadores fueron gente del mismo pueblo, no el clero. Algunos de los ejecutados eran protestantes, como sucedió en Salem, Massachusetts. Y el arzobispo Niederauer nos recuerda que la práctica de quemar a las brujas fue condenada por muchos Papas, lo cual Brown no menciona.

Esto nos conduce al segundo problema de «El Código Da Vinci»: la descarada divulgación de sentimientos anticatólicos. Pensemos por un momento cuál sería la reacción frente a una novela y película basadas en una conspiración de los judíos para dominar al mundo, similar a la falsificación fraguada por la policía secreta del zar de Rusia, en el siglo XIX, bajo el título «Protocolo de los Sabios de Sión». O imagínese un libro sobre una investigación de la religión islámica, donde los personajes son perseguidos por fanáticos islámicos por «descubrir» que el Corán fue una mentira y que Mahoma no fue un profeta. ¿No habría manifestaciones exigiendo que se retire esa novela? Pero que «El Código Da Vinci» sea históricamente incorrecto y se trate de una andanada inflamatoria en contra del catolicismo lo hace aparentemente aceptable.

En su instructivo libro «El nuevo anticatolicismo: el último prejuicio aceptable» («The New Anti-Catholicism: The Last Acceptable Prejudice», 2004), su autor Phillip Jenkis, que no es católico, presenta evidencias de que el único grupo que queda contra el cual es aceptable lanzar las más fanáticas e ignorantes falsedades son los cristianos y, especialmente, los católicos.

Y ese parece ser el verdadero mensaje del actual fenómeno respecto a «El Código Da Vinci». Mientras gran parte del mundo rechaza la tolerancia como virtud, se puede decir cualquier cosa contra el cristianismo y nada pasará.

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