Irak: planes para una retirada americana

En la primavera del 2003, el Presidente George W Bush acudió a bordo de un buque de guerra norteamericano para declarar el final del combate relevante en Irak. Una bandera utilizada como apoyo a su discurso rezaba «Misión cumplida«.

Escribe Amir Taheri que durante los tres últimos años, aquellos que se opusieron al derrocamiento de Saddam Hussein han utilizado ese discurso y esa bandera para atacar a Bush y afirmar que «la misión» en Irak sigue sin estar cumplida.

Hay señales de que algunos dentro de la propia administración Bush han comenzado a compartir esa creencia. El resultado es que analizan la situación en Irak en términos puramente militares, y planifican y actúan como si aún estuvieran luchando para lograr la victoria.

El hecho, sin embargo, es que la misión inicial, es decir, el derrocamiento del régimen y el desmantelamiento de su maquinaria de guerra y represión, ha sido lograda. En ese sentido, la controvertida bandera desplegada en ese buque de guerra fue precisa.

Hoy, la coalición liderada por Estados Unidos no está luchando para conseguir la victoria, sino para proteger su victoria frente a aquellos que la desafían. Ese desafío puede prolongarse durante meses, incluso años. Sin embargo, no tiene posibilidad de deshacer la victoria lograda por la coalición liderada por Estados Unidos en abril del 2003; el régimen Saddamista no puede ser restaurado.

Tampoco la desvencijada colección de Saddamistas, jihadistas y bandidos que desafían al nuevo Irak tienen la más remota posibilidad de hacerse con el poder en Bagdad. El nuevo Irak es como una caravana que continúa su viaje hacia su destino mientras es atacada por detrás y por los flancos por lobos y bandidos que matan y roban, pero que no pueden detener el avance de la caravana, por no decir alterar su curso.

Por tanto, es importante lanzar una nueva fase en el proyecto iraquí: la estabilización y reconstrucción. Eso significa cambiar el énfasis en los aspectos militares al proyecto de «nation-building».

El primer paso en esa dirección es que el nuevo gobierno iraquí establezca una estrategia que, al tiempo que proporciona la derrota definitiva a la insurgencia terrorista, moviliza los recursos de la nación hacia una reanimación económica masiva, y esperada.

Una señal de que el énfasis está cambiando de los aspectos militares al nation-building sería un acuerdo sobre el estatus de las fuerzas de la coalición. La coalición está presente en Irak bajo un mandato de Naciones Unidas que expira en diciembre. Puesto que Irak tiene hoy un gobierno soberano, el mandato ya no puede ser extendido por la ONU.

El nuevo gobierno iraquí encabezado por el Primer Ministro Nuri al-Maliki tiene un buen número de decisiones clave a tomar en las próximas semanas. Tiene que presentar un plan para derrotar a la insurgencia y restaurar la seguridad en aquellas partes del país que aún son objetivo del terrorismo. Dentro de ese plan, tiene que decidir el papel que los aliados de la coalición tendrán que jugar, y los niveles de efectivos militares requeridos.

Mi estimación es que aún es necesario un firme compromiso americano y aliado durante al menos los próximos cuatro años – es decir, hasta las próximas elecciones generales en Irak.

Ese compromiso serviría a tres propósitos.

En primer lugar, actuaría como disuasorio frente a aquellos vecinos de Irak que albergan deseos de intervenir en sus asuntos. En segundo lugar, Estados Unidos puede servir como hombro en el que los líderes de los diversos partidos y formaciones iraquíes pueden llorar hasta que desarrollen una nueva cultura de política y compromiso democráticos. Finalmente, la coalición es aún necesaria para ayudar a construir el nuevo ejército y la policía de Irak – una tarea que puede llevar de cuatro a cinco años.

¿Cuántas tropas serían necesarias para tal propósito?

Es demasiado pronto para decirlo.

En lo que respecta al compromiso simbólico, unas cuantas brigadas pueden ser suficientes. Y, en lo que respecta al entrenamiento, un reducido número de unidades especializadas podría desarrollar la tarea.

Ahora mismo, la coalición dispone de cerca de 140.000 tropas en Irak. Puesto que algunos miembros de la coalición, sobretodo Italia y Polonia, se están distanciando al tiempo que un par de otros quieren reducir su presencia, esa cifra puede ser inferior conforme se acerque el final del año.

El hecho de que la coalición haya transferido ya dos tercios de sus 109 bases en Irak al nuevo ejército iraquí es una señal de que una reducción significativa en la cifra de tropas está en la agenda.

Mi estimación es que el nuevo gobierno y parlamento iraquíes intentarán alguna forma de sociedad estratégica con Estados Unidos y sus aliados principales de la coalición, sobretodo Gran Bretaña, modelada según la negociada una vez por el Presidente de Afganistán, Hamid Karzai.

Esto permitiría a la coalición mantener cuatro o cinco bases en Irak: una para cada una de las regiones chi’í, sunní y kurda, y otra cerca de Bagdad. La base de Balad, el nervio central de la presencia de la coalición, también se puede conservar. La cifra de tropas de la coalición en Irak puede reducirse de 30 a 40.000 el año que viene.

Una cifra de ese tamaño, aunque numéricamente reducida, sería suficiente para el propósito explicado. También tenemos que recordar que seis estados árabes tienen hoy acuerdos especiales de sociedad con la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) mientras que Estados Unidos mantiene una presencia militar en otros ocho países árabes, además de Turquía.

Tales hechos son importantes a la hora de garantizar un entorno de seguridad regional en el que el nuevo sistema iraquí pueda echar raíces y crecer.

El éxito de tales planes, sin embargo, descansa sobre un imperativo: el resurgimiento del ejército iraquí como factor fidedigno en una mezcla compleja de seguridad.

A pesar de tanto esfuerzo por parte de la coalición y el gobierno iraquí de transición, aún no me queda la sensación de que ninguno de los dos esté preparado para proporcionar el grado de compromiso necesario.

Los tres gobiernos post-liberación , encabezados por Iyad Allawi, Ibrahim al-Jaafari y ahora al-Maliki, han hablado largo y tendido acerca de levantar un nuevo ejército, pero se han quedado cortos en lo que respecta a tomar las decisiones necesarias y destinar los recursos necesarios.

Todos han hablado de desarmar a las diversas milicias, una medida clave a la hora de hacer creíble el nuevo ejército, pero no tomaron medidas concretas. Las reconstrucciones del Ministerio de Defensa y el Mando Central iraquí han sido lentas y marcadas por vaivenes.

Y, a fecha de este escrito, Irak carece aún de ministro de defensa. La decisión de excluir a anteriores funcionarios ba’azistas de nuevo ejército ha sido en la práctica parcialmente abandonada. Ali-Maliki haría bien en levantar la prohibición al mismo tiempo. La gente debería ser juzgada como individuos en su presente estado, y no sobre la base de lo que fue una pertenencia compulsiva al partido bajo un régimen totalitario.

Los americanos, por su parte, tienen que empezar a proporcionar al nuevo ejército iraquí armamento nuevo y eficiente. Hace unas cuantas semanas el ejército iraquí recibía un regalo de 77 tanques de fabricación soviética procedentes de Hungría, un miembro de la OTAN. A cambio, los húngaros recibirán tanques nuevos de fabricación norteamericana. Esto no tiene sentido, porque Irak necesita tanques de calidad más que Hungría, que no es amenazada por nadie.

También es llamativo que Estados Unidos esté dispuesto a suministrar las armas más sofisticadas a algunos de sus aliados árabes al tiempo que intenta construir el nuevo ejército iraquí con kalashnikov y lanzagranadas anticuados. Y es necesario que entendamos que hay más funcionarios argelinos entrenados en Estados Unidos que funcionarios iraquíes.

Conforme la coalición se encamina a las negociaciones con el nuevo gobierno de Bagdad, tiene que demostrar que está preparada para tratar de manera distinta al nuevo Irak. Y distinta debería significar mejor.

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