Peligros en el lugar de la utopía

El paisaje europeo está tan bello como siempre. Los hoteles de las ciudades están tan abarrotados como caros son. Los turistas llenan Roma. La misma actividad ruidosa es evidente de Lisboa a Frankfurt. En todas partes, azafatas europeas reciben a millones de turistas para disfrutar de los tesoros de la civilización occidental. La vida nunca ha tenido tan buen aspecto.

Escribe Victor Davis Hanson que, a pesar de un antiamericanismo público, los europeos extienden la antigua calidez y amistad a los visitantes americanos. Pero aún así, bajo la superficie del estilo de vida glamoroso, también existe un aire evidente de incertidumbre en Europa este verano, similar quizá al de 1914 o al de finales de los años treinta.

La inquietud se hace obvia en los periódicos y las conversaciones de la calle que se hacen eco de que los votantes y los políticos no quieren tener nada que ver con la constitución de la Unión Europea. El malestar general europeo podría resumirse mejor quizá de la manera siguiente: ¿por qué la buena vida no ha resultado ser el estilo de vida que queríamos?

Inglaterra, Francia y Alemania elevan las edades de la jubilación y/ o recortan los planes de pensiones. Han abandonado el sueño de que los trabajadores puedan jubilarse en el futuro a los 55 años — ¡Incluso a los 65!

Los iraníes irritan a Europa. Los gobiernos europeos les vendieron las herramientas de precisión necesarias para los reactores nucleares. Muchos europeos garantizaron a Teherán que solamente el diálogo, no los camorristas americanos, puede solucionar «el malentendido» surgido a raíz de la proliferación nuclear. Pero como agradecimiento, el escurridizo presidente de Irán se dirige a estos europeos postmodernos igual que George Bush. Mientras tanto, Irán huye hacia adelante — esperando terminar misiles nucleares de tres etapas que podrían golpear el Vaticano, la Torre Eiffel o la Puerta de Brandenburgo.

La España en primera línea de fuego clama impacientemente porque la Unión Europea actúe con contundencia contra los inmigrantes ilegales que fluyen a lo largo del Mediterráneo. La visión utópica de un continente con fronteras porosas está, por el momento, en vilo — en lo que a África se refiere al menos.

Los holandeses, los franceses y los daneses están petrificados ante los radicales musulmanes sin asimilar en sus países, que han asesinado o amenazado a lo más progresista de los europeos. Las iglesias están casi vacías. Se están construyendo mezquitas. Los italianos batallan por los planes de una de las mayores en Italia – a ubicarse en medio de la nada entre los viñedos y los olivares de la Toscana.

La mayoría de los alemanes encuestados cree hoy que los pacifistas europeos se encuentran en «un choque de civilizaciones» con el mundo islámico.

¿Qué está sucediendo?

Buenas intenciones que se han agriado.

Los enemigos del pasado de Europa – responsables de todo desde Verdún a Dresde, pasando por una amenaza constante de destrucción mutuamente garantizada – fueron identificados como nacionalismo y militarismo. Mientras tanto, en casa, los europeos citaban la competición feroz y el individualismo incontrolado como contribuyentes adicionales a la infelicidad y la lucha previas.

De modo que en respuesta a los errores del pasado, los europeos expandieron sistemáticamente el estado del bienestar. Ingresaron inmigrantes en grandes cantidades. Los políticos redujeron drásticamente el gasto en defensa, redujeron la edad de jubilación, y recortaron la semana laboral. Los votantes exigieron barreras comerciales para proteger al público de la devastación de la globalización. Ya fuera por la buena vida o para salvar el planeta, las parejas prescindieron de los hijos.

Pero en lugar de la utopía, sobrevinieron consecuencias inesperadas. El paro se disparó. Siguió un crecimiento económico nimio, poblaciones en declive, y un mundo aterrador fuera de sus fronteras.

En el extranjero, ni siquiera el tan cacareado «poder influenciador» de una Europa desarmada podía más que llamar la atención sobre, no detener, la matanza de Darfur. Mientras tanto, China y la India ya no son socialistas ineficaces, sino competidores capitalistas de vértigo. En la práctica, han desafiado a los europeos: «¡Cuidado! ¡Trabajadores del mundo que trabajan más duro, durante más tiempo y más inteligentemente merecen recompensas materiales mayores!» En este nuevo escenario global sin corazón, aparentemente pocos se permiten detenerse en las delicadezas de la Unión Europea.

Públicamente, las frustraciones europeas son achacadas a «los groseros americanos» – y a George Bush en particular. La guerra de Irak ha envenenado la alianza, insisten los europeos. Argumentan que los avaros consumidores de América calientan el planeta, desperdician su petróleo, y pisotean a las culturas extranjeras.

Pero en privado, algunos europeos confiesan que el problema se encuentra en los europeos, no en nosotros. Algún alma cándida va a tener que informar pronto al público europeo: trabajad mucho más duro y durante mucho más tiempo por menos dinero; defiende el continente por tu cuenta; sal de la casa de mamá, y empieza a cambiar pañales – y, de ahora en adelante, espera mucho menos del estado.

¿Quién sabe cuál será la reacción a este jarro de agua fría? En respuesta, ¿qué populista europeo aparecerá pronto en las calles de Roma, Berlín o Madrid una vez más para engañar al público con que alguien más ha provocado estas decepciones?

Nosotros en América deberíamos tomar nota del final que se avecina a este verano aparentemente interminable en tiempos. Hemos estado allí, hecho eso con este apreciado continente demasiadas veces antes.

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