El Líbano: las tropas de la ONU no sirven

El Secretario General de la ONU Kofi Annán y el Primer Ministro británico Tony Blair han pedido una fuerza de pacificación de la ONU en el sur del Líbano. Casi seguro, se verán acompañados por un coro de otros. Pero la idea es la receta para el fracaso, por no decir el desastre.

Escribe Michael Meyer, editor de Europa y Oriente Medio de Newsweek International, que el impulso humanitario es de admirar. En medio de tal crisis, afectados por los sentimientos de impotencia general, los líderes mundiales sienten comprensiblemente que tienen que hacer algo, cualquier cosa, para poner fin a la violencia y evitar una escalada de sufrimiento humano. Tales misiones han tenido éxito antes, reza la lógica. También esta vez tenemos que intentarlo.

Pero también es cierto que tales misiones han fracasado con mucha mayor frecuencia. En lo que respecta a la intervención humanitaria, el truco es saber cuándo funcionará — y cuándo no.

No faltan ejemplos. Puedo elegir dos de mi propia experiencia: Kosovo, donde fui miembro de la misión de la ONU que se encargó de la arrasada provincia después de la campaña aérea de la OTAN en 1999, y la guerra de Bosnia, que cubrí como corresponsal de Newsweek.

Esta última estalló a comienzos de la primavera de 1992, cuando las fuerzas serbias comenzaron a bombardear Sarajevo. Terminó en 1995, tras los ataques aéreos norteamericanos, con los acuerdos de paz de Dayton. En el ínterin, la ONU envió 39.000 de las mejor armadas y mejor entrenadas tropas militares a Bosnia — sin ningún efecto casi.

Para mí, el momento más emblemáticamente oscuro llegaba durante julio de ese año final, contemplando una emisión en televisión de un general serbio, Ratko Mladic, entrando en el atacado enclave musulmán de Srebrenica. Un casco azul holandés, delgado y con el pecho descubierto excepto por su chaleco anti balas, intentó interponerse en el camino del general. Mladic, similar a un oso, le pasó por encima de manera bastante literal, prestando menos atención de la que prestaría a una mosca.

Más tarde llegaron otras imágenes de televisión: los soldados de Mladic haciendo desfilar niños tan jóvenes de hasta doce o catorce años hasta tumbas recién excavadas y después disparándoles en la nuca de modo que se derrumbaran calculadamente dentro — sólo unas cuantas de las 7000 víctimas de ese brutal periodo posterior.

Si Srebrenica fue la peor masacre de la guerra, no fue la única ni de lejos. Hasta la fecha, amigos que sirvieron con la Fuerza de Protección de la ONU (UNPROFOR la llaman por abreviar) describen la experiencia como la peor de sus vidas — un caso de estudio en términos de futilidad. La presencia internacional no sólo fracasó a la hora de detener la lucha sino que, a menudo, la acentuó. Cuentan historias de contemplar fuerzas serbias, croatas o musulmanas matándose entre sí (o con mayor frecuencia a civiles) y, bajo órdenes, permanecer mirando y no hacer nada.

Kosovo fue distinto. Allí, la OTAN se involucró, seguida de 10.000 constructores civiles o más, y eso fue todo. En Bosnia, los pacificadores internacionales fueron empujados a una zona de guerra, rodeados de partes mutuamente hostiles; en Kosovo, había una paz que mantener.

Para la mayoría albanesa de la población de Kosovo, liberada de sus amos serbios, era un momento de reconstrucción y alegría. Recuerdo, al principio, bromear con un colega: «Lo mejor que podemos hacer por este lugar es comer». Puede que eso suene como una salida de tono cínica de la labor ética de empleados civiles internacionales, pero era una verdad simple. Tras dos años de conflicto étnico, la mayor parte de los kosovares sólo quería una cosa — normalidad y algo de prosperidad. De modo que podíamos comer, ellos habrían cafés y restaurantes, generando a su vez ingresos, trabajos y una nueva vida de cero. La ONU negocia hoy las etapas finales de lo que promete ser una historia de éxito de referencia: un país independiente y estable.

El Líbano sería mucho más como Bosnia que como Kosovo, sin ningún final feliz. Las conversaciones acerca de lo grande que una fuerza de la ONU sería necesaria, quien la encabezaría, o qué mandato debería tener no importan. La idea es que, al igual que en Bosnia, una fuerza de la ONU se verá arrojada en medio de partes en conflicto sin ningún interés en la paz. Israel quiere aplastar a Hezbolá y crear una zona de seguridad al sur del Líbano, patrullada por el ejército libanés oficial. Hezbolá nunca estará de acuerdo. Si es expulsado de la zona fronteriza por el ejército israelí, las guerrillas pasarán al anonimato y continuarán su lucha, como cuando (en sus mentes) expulsaron a los israelíes primero en el 2000.

Las tropas de la ONU que intenten detenerles se convertirán automáticamente en el enemigo, siendo probablemente etiquetadas incluso como «ocupantes». Habría raptos, como también sucedió en Bosnia, donde los militantes capturaban a los pacificadores internacionales como póliza de seguro para su propia seguridad.

Antes o después, Naciones Unidas se verá forzada a retirarse. A los ojos de los fundamentalistas de la región, especialmente en Irán y en los territorios, esto supondrá otra derrota humillante para los «cruzados» extranjeros en Oriente Medio, reforzando a los radicales de cada franja étnica e ideológica, mucho más si se acompaña de un arrastre de tropas norteamericanas en Irak.

Casi olvidado en el debate está el hecho difícil de que la ONU ya dispone de una fuerza en la región: la Fuerza de la ONU en el Líbano, UNFIL. Creada hace más de dos décadas con el fin de ayudar al gobierno del Líbano de postguerra civil a extender su autoridad, la historia de UNFIL debería dar cuartel a cualquiera que contemple planes más ambiciosos en el futuro.

Pensada para ser temporal, nunca fue capaz de hacer mucho más que observar gélidamente cuando estallaba el combate entre las fuerzas israelíes y árabes. En los últimos días, sus 2000 miembros o así (incluyendo tropas hindúes, francesas, ghanesas y polacas) escasamente se han atrevido a abandonar sus bases.

¿Marcará la diferencia una fuerza mayor? No es probable. Al igual que en Kosovo o en Bosnia, todo depende del contexto — y justamente ahora en el Líbano, no hay contexto para la paz.

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