Las angustiosas dudas de Israel

A la vez que amaina la lucha a tiros en el Líbano, el fuego se incremnta en el frente interno israelí. Habiéndose acostumbrado a derrotar puntualmente a los enemigos árabes, los israelíes no están satisfechos comprensiblemente con que esta guerra terminase, por decirlo suavemente, en tablas. Hace unos cuantos días, el Haaretz, principal diario progresista de Israel, publicaba un artículo en portada diciendo que el Primer Ministro Ehud Olmert «tiene que irse«.

Escribe Max Boot, miembro del Council on Foreign Relations y ex editor del Wall Street Journal, que es probable que tales gritos se intensifiquen junto con llamamientos a crear una comisión de investigación con el fin de investigar porqué Israel no tuvo más éxito a la hora de detener la lluvia de misiles terroristas.

Una visita a Israel de una semana de duración, patrocinada por el American Jewish Committee, revelaba un catálogo de defectos que los analistas atribuyen al hecho de que Olmert (un ex alcalde), la Ministro de Exteriores Tzipi Livni (una abogada) y el Ministro de Defensa Amir Peretz (un líder sindicalista) son neófitos en seguridad nacional.

La inexperiencia de Olmert se puso en evidencia cuando ordenó una acción militar contra el Líbano el 12 de julio horas después del ataque de Hezbolá que secuestró a dos soldados israelíes y mató a otros ocho – sin molestarse siquiera en celebrar una reunión del Gabinete para explorar las diversas opciones. En su precipitación, el primer ministro aceptó aparentemente las garantías del General Dan Halutz, el primer general de las fuerzas aéreas en liderar nunca a las Fuerzas de Defensa de Israel, en que la potencia aérea en solitario podría doblegar a Hezbolá.

La Fuerza Aérea hizo un trabajo destacable y no apreciado a la hora de destruir las lanzaderas de medio y largo alcance de Hezbolá – los Fajrs y los Zilzals capaces de golpear ciudades importantes como Haifa o Tel Aviv. Pero había pocas evidencias de que la aviación pudiera hacer algo contra los misiles Katyusha de corto alcance, tan pequeños que no pueden ser detectados fácilmente desde el aire. En sus tentativas por destruir los Katyusha disparados desde zonas residenciales, los cazas provocaron daños civiles sustanciales que, tal como pretendía Hezbolá, perjudican a Israel en el tribunal de la opinión internacional.

Cuando quedó claro que los ataques aéreos no eran suficiente, Olmert ordenó ofensivas terrestres a pequeña escala que encontraron fuerte resistencia desde la trinchera, guerrilleros de Hezbolá decididos equipados con sofisticados proyectiles antitanque. Llevó mucho tiempo, según los estándares israelíes al menos, movilizar a suficientes reservistas para preparar una invasión a escala completa. La ofensiva comenzaba por fin dos días después de que la implacable presión internacional impusiese un alto el fuego, dejando a Hezbolá sangrando pero sin ceder.

Los funcionarios israelíes argumentan que el acuerdo de alto el fuego, la resolución 1701 de Naciones Unidas, representa una victoria porque introduce una fuerza de pacificación internacional de 15.000 efectivos en el sur del Líbano para evitar que Hezbolá reanude las hostilidades. Pero pocos creen que o bien la fuerza de la ONU o el ineficaz ejército libanés estén dispuestos a, o sean capaces de, desarmar a Hezbolá o evitar incluso su reabastecimiento por parte de Siria o Irán. Es probable que Hezbolá emerja con su prestigio mejorado entre las masas árabes, que ya dan salvas a su carismático hampón, el jeque Hassán Nasralah, por paralizar el norte de Israel y enviar a la huida a más de un millón de israelíes, o bien hacia el sur o hacia los refugios antibombardeo. La dureza obvia de Hezbolá es contrastada con la presunta debilidad de Israel.

Sin embargo, Hezbolá no quebró la voluntad de resistir Israel. Una visita a la frontera libanesa hace una semana, entre los incendios iniciados por proyectiles del enemigo y la tormentosa respuesta de los tanques y los proyectiles israelíes, descubría miles de tropas esperando «como la llegada de la primavera», en palabras de un oficial, invadir «la tierra de Hezbolá». Los soldados estaban deseando enfrentarse y matar al enemigo. Los alcaldes de las ciudades que habían estado bajo incesante ataque de proyectiles durante un mes me decían que su electorado estaba dispuesto a permanecer en los refugios sin importar el tiempo que costase acabar con los terroristas. Pero la mayor parte de los israelíes era al principio reticente a arriesgarse a bajas enviando al ejército de vuelta al Líbano, una resistencia compartida por sus vacilantes líderes que, al igual que la OTAN en Kosovo, intentaban lograr la victoria a través de la potencia aérea fácil.

Ahora llegará el bombardeo político. Algunos ven esta separación como signo de debilidad. Todo lo contrario. Las sociedades árabes tienden a atribuir sus carencias a los extranjeros, un fallo evidente en una reunión en Jerusalén la semana pasada con el negociador palestino Saeb Erekat, que culpaba de la autocracia y teocracia prevalecientes en Oriente Medio (¿a quién más?) a Occidente. En contraste, los israelíes buscan la fuente de su mala fortuna en el interior. Eso les permite corregir lo que salió mal y hacerse más fuertes en el futuro. Este proceso está hoy en marcha, y los enemigos de Israel habían bien en no subestimar la capacidad de lucha de la nación, sin importar lo arduo del debate.

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