Púlpito tiránico

El último nominado para embajador ante Naciones Unidas que desesperó al New York Times fue Daniel Patrick Moynihan. En la práctica, se desesperó con él dos veces. La primera fue en noviembre de 1970, cuando el nombre de Moynihan salió a colación brevemente como posible candidato. El Times se dio prisa en declararle «el hombre equivocado para la ONU«. El hombre adecuado era Charles Yost, funcionario de exteriores durante 4 décadas tan discreto como para ser casi invisible.

Escribe Martin Peretz que Moynihan nunca dejó claro el motivo por el que entonces no tomó el testigo. ¿Lo rechazó desde el principio a causa de la oposición reunida en el 42 de West Street? Quién sabe. Al final, el Presidente Nixon, que había pedido a Eugene McCarthy que ocupara el puesto antes que Moynihan, envió el nombre de George Bush padre al Senado — y, como Moynihan objetaba en su libro Un lugar peligroso (que es lo que consideraba a Naciones Unidas), el Times no dijo que era el hombre equivocado.

Tras ocupar (de manera magnífica) durante dos años el cargo de embajador en la India (en la tradición de John Kenneth Galbraith), Moynihan fue llamado al cargo de la ONU por el Presidente Ford. De nuevo, el Times encontró fallos con el designado: «La perspectiva de Moynihan en Turtle Bay ha provocado dudas genuinas entre algunos amigos de Naciones Unidas acerca de la política norteamericana hacia la organización mundial, y especialmente hacia los países del tercer mundo”.

El Times continuaba con lo que uno sólo puede llamar vendetta contra Moynihan por lo que eran entonces informaciones sorprendentes sobre la carrera, pero que ahora son — perdone la metáfora — miga de pan. Pero Moynihan fue confirmado. Aún puedo recordar la amarga división en la élite de la política exterior con motivo de la insistencia de Moynihan en contraponer a Estados Unidos “frente a” los perversos acuerdos que los soviéticos hacían entonces con “los no alineados”, siendo esa etiqueta una mentira en sí misma.

El actual enviado a Naciones Unidas, John Bolton, ha servido como nombramiento de paso desde el verano del 2005, no porque no pudiera obtener una mayoría en el Senado que le respaldase (podría) sino porque la directiva de la mayoría no pudo lograr los 60 votos con los que bloquear al candidato obstruccionista. (Cuando era pequeño, los Demócratas progresistas veían al candidato obstruccionista como antidemocrático y reaccionario). El Presidente Bush despacha de nuevo el nombre de Bolton al Senado. Y, de nuevo, el Times está furioso. El año pasado editorializaba, «Esta puede ser la primera vez que una superpotencia mundial ha utilizado su lugar en Naciones Unidas como emplazamiento de formación correccional de un empleado gubernamental problemático».

Pero el hecho es que Moynihan y Bolton están cortados del mismo patrón: algo beligerantes en su patriotismo, realistas con los límites morales y prácticos de la diplomacia de la organización mundial, teniendo claro el hecho de que algunas de las naciones que se sientan a lo largo de la mesa con nosotros en Naciones Unidas son realmente enemigos. Bolton comprende, al igual que hacía Moynihan, la futilidad de las gigantescas burocracias y procedimientos plásticos de la ONU. Cuando hay una crisis, el enorme aparato de la ONU se moviliza para aprobar una resolución. Una resolución es casi el principio y el final de Naciones Unidas.

Nadie parece prestar mucha atención en absoluto a las consecuencias. Igual que la resolución 1559, aprobada hace dos años, afirmaba de manera bastante clara lo que se suponía que había de suceder en el sur del Líbano… a saber, el desarme de Hezbolá y todas las demás milicias. Y no olvidemos su requisito de que el secretario general redacte un informe “en cuestión de 30 días” acerca del progreso hacia los objetivos de la resolución. Por supuesto, no podría haber informado acerca de algo. Esta posición de impotencia no es la excepción a la norma; es la norma.

Un embajador norteamericano honesto reconoce la lógica de la toma de decisiones de la ONU. Fred Iklé lo llamó “infiltración semántica”. Minas tu postura adoptando el lenguaje de tus adversarios. Lo que la ONU debate con mayor frecuencia es la formulación — formulación que aúna posturas opuestas. Pero estas formulaciones que aúnan posturas opuestas son, como comprendió Moynihan y comprende Bolton, las frecuentes manipulaciones profundas.

Se dice que la internacionalización de la toma de decisiones a través de Naciones Unidas es la única base para la toma de decisiones genuinas, especialmente en lo que respecta al uso de la fuerza. En Darfur, sólo por poner un ejemplo, la internacionalización del proceso ha significado hasta la fecha ninguna fuerza de la ONU en absoluto. Apostaría a que la decisión de la semana pasada de no colocar la resolución 1701 bajo las directrices el Capítulo 7 significará que nadie desarmará a Hezbolá.

El compromiso verbal equivale a un rechazo a actuar, o el rechazo a actuar decisivamente. En cualquier caso, Bolton ha rechazado la propuesta básica de la internacionalización de la toma de decisiones en diversas ocasiones. Su idea es que la legitimidad política solamente se deriva de los procesos democráticos. Puesto que tan pocos estados de Naciones Unidas operan a través de estos procesos, existe poca legitimidad en Naciones Unidas en absoluto, particularmente en cuestiones extremas como la fuerza.

Ahora, Bolton ha convertido el escándalo Petróleo por Alimentos, la reforma de la gestión, la pertenencia a agencias auxiliares (por ejemplo, si destacados violadores de los derechos humanos — como China o Cuba — deben ser elegidos para el nuevo Consejo de Derechos Humanos de la ONU; lo fueron), y otros temas como la corrupción, el comportamiento sexualmente abusivo de los pacificadores de la ONU, etc en el centro de atención. No es que no haya asumido compromisos. Los ha asumido. Pero el lobby americano de la ONU (existe uno) está contento, incluso ansioso, por dejar en su lugar las normas antitéticas, corruptas y exageradas. Ciertamente no quieren que la atención se centre en ellas. Este lobby es muy reacio a la confirmación de Bolton.

Realmente es bastante improbable para la minoría Demócrata atacar la nominación de Bolton. No es como si el puesto de la ONU fuera un nombramiento judicial, donde la separación de poderes implica mayores prerrogativas senatoriales a la hora de ejercer «consejo y consentimiento». El embajador en la ONU realmente es un representante del presidente en asuntos internacionales. Por supuesto, la mayor parte de los senadores Demócratas se opone a la política exterior del presidente. Pero están en minoría. ¿Y tienen derecho a sabotear un nombramiento que expresa – para mejor o para peor – las opiniones del presidente?

En el año en que ha ocupado el puesto, Bolton ha sido ejemplar en muchos asuntos, el más significativo de los cuales es la tentativa del Consejo de Seguridad de persuadir a Corea del Norte y a Irán de suspender sus empresas nucleares. Su trabajo acabó en la unanimidad de los cinco miembros permanentes del Consejo. Ha llamado la atención de los estados miembros sobre las elecciones del Congo y las condiciones en deterioro de Burma. Continúa presionando en favor de iniciativas más eficaces sobre la situación del genocidio de Sudán. La inteligencia de Bolton llevó al establecimiento tanto de reformas presupuestarias como de gestión que se necesitaban hace mucho tiempo. Trivial, dirá usted. Pero su habilidad para tratar temas importantes y rutinarios es una rareza en burocracia.

Lamentablemente, Bolton fue uno del grupo de James Baker que acudió a Florida a robar votos electorales del estado a Al Gore. Personalmente rechazo a los involucrados en esa empresa. Pero el hecho es que Bush es ahora presidente, y su administración está poblada por muchos de sus entusiastas que salieron a Tallahassee después del 7 de noviembre. Florida ya no es relevante.

Aún desesperados por dar la puntilla al nombramiento de Bolton, sus detractores se han detenido en los temas de carácter. Es «un abusón», dicen. Y, en la práctica, algunos relatos de su brusco trato a los analistas gubernamentales de Inteligencia son problemáticos, de ser ciertos. Pero eso es ya agua pasada. Su labor en Turtle Bay — co-redactar resoluciones con Francia, por poner el ejemplo más reciente — no es ni de lejos la huella de un radical agresivo.

¿Y los Demócratas imaginan que la administración Clinton era toda genialidad? ¿Los Demócratas ven a Hillary Clinton igual de amistosa? Lo que me lleva a otro ex embajador ante la ONU, Richard Holbrooke — uno de los diplomáticos más curtidos de nuestro tiempo. Espero que el próximo presidente Demócrata le nombre secretario de estado. Pero, si Bolton es rechazado por ser intimidatorio, déjeme decirle que Holbrooke también va a tener problemas.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído