¿Punto sin retorno?

Es difícil pensar en un momento en el que una nación – y toda una civilización – se haya decantado de manera más fútil hacia una catástrofe mayor que la que se avecina hoy sobre Estados Unidos y la civilización occidental.

Escribe Thomas Sowell que las armas nucleares en manos de Irán y Corea del norte significan que solamente es cuestión de tiempo antes de que haya armas nucleares en manos de organizaciones terroristas internacionales. Corea del Norte necesita dinero e Irán ha formulado abiertamente su objetivo como la destrucción de Israel – y tanto sus acciones como su retórica sugieren que lo que pretende se extiende mucho más allá de un segundo Holocausto.

No preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti.

Esto no es solamente otra amenaza en la historia de las amenazas militares. La Unión Soviética, a pesar de su arsenal nuclear masivo, podía ser disuadida mediante nuestro arsenal nuclear propio. Pero los terroristas suicida no pueden ser disuadidos.

Los fanáticos llenos de odio no pueden ser ni disuadidos ni comprados, ya sean de Hezbolá, Hamas o el gobierno de Irán.

Y los esfuerzos fútiles por llevar la paz a Oriente Medio a través de concesiones se equivocaron de manera fundamental al concebir las fuerzas en juego.

El odio y la humillación son las fuerzas clave que no pueden ser compradas a través de «cambiar tierra por paz», de «un estado palestino», o mediante cualquier otra concesión que pueda haber funcionado en otros momentos y lugares.

La humillación y el odio van de la mano. ¿Por qué humillación? Porque la cultura dinámica y una vez orgullosa en primera línea de la civilización mundial y que aún lleva un mensaje de su propia superioridad frente a los «infieles», es dolorosamente visible ante el mundo entero como una región atrasada carcomida por la pobreza y que se queda muy atrás en virtualmente todos los campos de la empresa humana.

No hay modo de que puedan saltar 100 años, incluso si el resto del mundo se queda tal cual. Y no van a esperar 100 años para airear su resentimiento y frustración ante la humillante posición en la que se encuentran.

La mera existencia de Israel como nación occidental moderna y próspera en su entorno es un bofetón cotidiano en la cara. Para los demagogos, nada es más fácil que culpar a Israel, a Estados Unidos, o a la civilización occidental en general por su propia situación atrasada.

Hitler fue capaz de provocar resentimiento y fanatismo similares en Alemania bajo condiciones ni remotamente parecidas a las de la mayor parte de los países de Oriente Medio. La prueba del éxito demagógico similar en Oriente Medio abunda por doquier.

¿Qué tipo de gente proporciona un mercado para la decapitación grabada de rehenes inocentes? ¿Qué tipo de gente tira por la borda de un crucero a un inválido simplemente porque es judío? ¿Qué tipo de gente empotra aviones contra edificios para airear su odio a costa de sus propias vidas?

Éstas son el tipo de personas de las que hablamos que posean armamento nuclear. ¿Y qué hay de nosotros mismos?

¿Comprendemos que el mundo nunca será el mismo después de que los fanáticos llenos de odio logren la capacidad de borrar de la faz de la tierra ciudades americanas enteras? ¿Imaginamos aún que podemos comprarlos, como Israel fue animado a comprarlos con «tierra por paz» – una paz que ha demostrado ser completamente ilusoria?

Hasta los conquistadores sin escrúpulos del pasado, de Genghis Khan a Adolf Hitler, querían algunos beneficios tangibles para ellos mismos o para sus naciones – tierra, riqueza, dominio. Lo que los fanáticos de Oriente Medio quieren es la destrucción y la humillación de Occidente.

Su tratamiento de los rehenes, algunos de los cuales eran personal humanitario ayudando a gente de Oriente Medio, muestra que lo que quiere el terrorismo es provocar el máximo dolor y angustia psíquica a sus víctimas antes de matarlas.

Una vez que estos fanáticos tengan armas nucleares, esas víctimas le incluirán a usted, a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Los terroristas no necesitan empezar borrando del mapa ciudades. Las probabilidades dictan que primero quieren forzarnos a humillarnos en cualquier sentido que conciban sus sádicas imaginaciones, por miedo a sus armas nucleares.

Después de que nosotros, o nuestros hijos o nuestros nietos, nos encontremos viviendo a merced de gente sin clemencia, ¿qué pensarán las futuras generaciones de nosotros, que dejamos que esto sucediera porque queríamos aplacar a «la opinión mundial» no actuando «unilateralmente»? Nos aproximamos rápidamente al punto sin retorno.

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