Las limitaciones de la ONU

Afirma Paul Kennedy que cualquier opinión sobre la ONU debe ser muy cautelosa a la hora de explicar qué puede hacer y qué no puede hacer la organización, porque es la cabeza de turco cuando los Gobiernos de los principales países no logran ponerse de acuerdo o no actúan.

Este ha sido un verano especialmente desafortunado para Naciones Unidas», comentaba el historiador de Harvard Niall Ferguson hace unos días. Y ¿quién podría objetar? Con su misión en Líbano incapaz de controlar a Hezbolá, sus observadores de casco azul en la frontera sur hechos pedazos por los proyectiles israelíes y su papel en la crisis más reciente de Oriente Próximo vapuleado en ese cuadrilátero conocido como el Consejo de Seguridad, la ONU parece haberse quedado corta en su misión original de 1945 de «ahorrar a las futuras generaciones el azote de la guerra». Incluso el alto el fuego que finalmente se negoció parece incompleto y propenso a hacerse añicos en un futuro muy cercano.

Por tanto, ¿sirve para algo la ONU? Como afirmaba el embajador de EE UU, John R. Bolton, «podríamos eliminar 10 plantas de la sede de la ONU en Nueva York y no notar la diferencia»

¿Qué hace la ONU para ayudar a la humanidad? Con tantos escándalos protagonizados por su personal, el fiasco del programa Petróleo por Alimentos y el constante aluvión de ataques neoconservadores es justo hacerse esa pregunta. Y cualquiera que tenga fe en el valor de la organización internacional debería estar dispuesto para responderla.

La salida fácil sería señalar los casos en los que la ONU lo ha hecho bien: la negociación de los acuerdos de paz en Centroamérica de principios a mediados de los años noventa; la supervisión de elecciones en países que se recuperan de la guerra; la reconstrucción de infraestructuras; la defensa del programa de derechos humanos internacional; la instauración de los derechos de propiedad intelectual, el derecho marítimo y los acuerdos sobre el clima; el fomento de la cooperación cultural; la obtención de estadísticas y otras cosas por el estilo.

Pero eso les parecería una forma de evadir la cuestión a los muchos observadores que se interesan por las demoledoras luchas en las fronteras israelíes o por la guerra contra el terrorismo. Para ellos, la pregunta es: ¿qué puede hacer Naciones Unidas para solventar de una vez por todas la crisis de Líbano y ayudar en el proceso de paz paralelo entre Palestina e Israel? Y si la respuesta es «no mucho», los detractores se verán ratificados en su rechazo a la utilidad de las organizaciones internacionales.

Cualquier defensa de la ONU debe ser muy cautelosa al explicar qué puede hacer hacer y qué no. Es inútil (y prueba de ignorancia) culpar a la Fuerza Provisional de Naciones Unidas en Líbano (FPNUL) de no desarmar a Hezbolá, cuando el mandato del Consejo de Seguridad le prohibió expresamente emprender esa acción militar. Y es una estupidez culpar al secretario general de no ejercer poderes que no posee; al fin y al cabo, es el sirviente de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad.

La actuación de la ONU sólo se puede medir respecto a las competencias y la autoridad que tiene hoy, y no por una capacidad mítica e inexistente. Reflexionemos sobre dos tópicos básicos relativos a la organización, el primero de los cuales resulta cada vez más evidente para defensores y detractores de la ONU por igual, y el segundo, mucho más sutil y cínico.

El primer tópico es que Naciones Unidas no es, ni ha sido nunca, un actor importante y centralizado en los asuntos mundiales. A pesar de que su Carta está vagamente basada en algunas partes de la Constitución de EE UU, sus creadores insistieron en que no sería más que una asamblea de Estados nacionales soberanos.

Es, si se prefiere, una especie de grupo de empresas, en el que los Gobiernos son los accionistas, y en el que algunos de esos accionistas -los cinco miembros permanentes con derecho a veto del Consejo de Seguridad- poseen mucho más poder de voto que otros.

Es cierto que todos los signatarios de la Carta de la ONU aceptan renunciar a cierta soberanía, pero con reservas. No existe un ejército ni un departamento de Hacienda de la ONU, que son símbolos de categoría de Estado. Y, a pesar de los objetivos proclamados en la Carta de disuadir la agresión y detener los abusos masivos contra los derechos humanos, el lenguaje sobre el uso de la fuerza es muy cauteloso y comedido. Todo depende de las circunstancias.

Ése es el motivo por el que ha sido y será tan difícil que la ONU lleve una paz duradera a Líbano. Para empezar, los cinco miembros permanentes con derecho a voto deben acordar qué ha de hacerse o, como mínimo, no discrepar. Segundo, las fuerzas de paz de la ONU pueden verse muy atenazadas. La resolución que autoriza «toda acción necesaria» es en realidad bastante vaga en sus instrucciones sobre dónde y cuándo pueden utilizar la fuerza los cascos azules si se reanuda la lucha entre Hezbolá e Israel.

Por encima de todo, incluso a una gran operación de la ONU le resultaría imposible aplastar a Hezbolá, por no hablar de las fuerzas de defensa israelíes, si alguno de los dos bandos retomara la lucha. Cuando el enemigo es débil, la ONU puede ser fuerte (Sierra Leona, Timor Oriental). Pero si los protagonistas son poderosos, su única esperanza es que se mantenga una paz frágil.

¿Y qué hay del tópico sutil y cínico? La ONU es la cabeza de turco cuando los principales Gobiernos no logran ponerse de acuerdo o no actúan. A fin de cuentas, no fue la ONU la que falló a los pueblos de los Balcanes a principios de los noventa; fueron las disputas entre Estados Unidos, por un lado, y el Reino Unido y Francia, por otro, respecto al uso de los bombardeos como una alternativa al despliegue de unas tropas numerosas, así como las amenazas rusas de veto en nombre de Serbia.

No fue la ONU la que echó a perder la operación para atrapar al general Aidid en Mogadiscio (Somalia), en 1993, sino el mando central de EE UU, que siguió adelante con esa desventurada empresa sin tan siquiera informar a las autoridades locales de la ONU. No ha sido la ONU la que ha impedido que se envíen fuerzas de paz a Darfur, sino las objeciones de los Estados africanos y la posibilidad de un veto de China.

Sin embargo, a las grandes potencias les sigue viniendo bien el culpar al organismo internacional cuando se niegan a cooperar. Y esta función, como insinúan algunos hastiados funcionarios de la ONU, puede ser una de las más importantes de la organización, ya que si no existiesen unas Naciones Unidas a las que culpar de inacción ante el desastre, el dedo podría señalar directamente a los diferentes Gobiernos. ¡Horror! Por tanto, esto indica las limitaciones de lo que la ONU puede ser capaz de conseguir a la hora de llevar la estabilidad a las azotadas fronteras israelíes.

Desde luego, no deberíamos esperar gran cosa. Si Hezbolá mantiene la paz y se centra prudentemente en reconstruir las poblaciones del sur de Líbano, Israel también se quedará quieto, inmensamente desconfiado, pero también desconcertado por lo poco decisivos que fueron los combates del mes pasado. La ayuda internacional manará hacia Líbano, y varios organismos de la ONU colaborarán en la reconstrucción, bajo el auspicio de una FPNUL reforzada por un número mucho mayor de cascos azules.

Si se respeta el alto el fuego, esta operación podría prolongarse años o décadas. ¡Vaya!, los historiadores futuros podrían describirlo incluso como un éxito. Pero si los grupos escindidos de musulmanes radicales vuelven a lanzar cohetes e Israel responde (y normalmente se siente obligado a hacerlo) de una forma desproporcionada, y si los miembros permanentes con derecho a veto discuten sobre quién tiene la culpa, las numerosas y prometedoras actividades sobre el terreno de la ONU en Líbano finalizarán, se retirará al personal internacional y volverá a iniciarse la espiral descendente.

Aun así, nos queda un consuelo: todos podremos echar la culpa a la ONU por ineficaz, pusilánime, antiisraelí o antiárabe y, por tanto, por no servir de nada a la comunidad internacional. Es conveniente que dispongamos de una cabeza de turco así. Si no lo tuviéramos, tendríamos que inventarnos uno.

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