¿Por qué secuestrarnos? Si cedemos nuestros valores gratis

¿Vio usted ese vídeo de los dos periodistas de la Fox anunciando que se habían convertido al Islam? Escribe Mark Steyn que el problema general, me parece, es que gran parte de los restantes medios también se han convertido al Islam, y parece no haber manera de volverlos a convertir al periodismo.

Considere, por ejemplo, el barroco comportamiento de Reuters, la agencia de noticias globalmente respetada en tiempos que ahora es reducida a sacar propaganda terrorista irrisoriamente torpe. Hace unos cuantos días daba un golpe de efecto con que los israelíes disparan un misil intencionalmente contra su vehículo de prensa y hieren a su cámara Fadel Shana.

Shana estaba dispuesto en una artística postura con una camisa manchada de sangre. Pero había sido rasgada y debajo, su camiseta estaba impecablemente blanca, como una representación de Julius Caesar que muestra los boxer bajo su toga.

Lo chocante no es que casi todas las organizaciones mediáticas occidentales que informan desde Oriente Medio dependan de personal local que es aplastantemente simpático hacía un bando del conflicto — eso se sabe desde hace tiempo — sino el nivel de aficionado de las falsificaciones con las que las oficinas centrales están dispuestas a seguir adelante.

En el otro extremo del negocio de las noticias, mientras tanto, uno se encuentra crónicas como la de este pie de página del Sydney Morning Herald: «Una niña de 16 años fue acosada por un coche lleno de varones antes de ser arrastrada dentro y asaltada al oeste de Sydney la otra noche, informó la policía… «Tres hombres implicados en el ataque fueron descritos a la policía como de pelo oscuro largo por detrás».

Tres varones con corte de pelo «largo por detrás», ¿eh? No es mucho por lo que empezar. Una especie de rompecabezas. Pero como era el caso, la incansable redactora del Sydney Morning Herald había copiado al pie de la letra cada uno de los detalles destacados del parte policial, excepto uno.

He aquí la declaración difundida por los propios polis: «La policía busca a tres varones descritos como el de apariencia mediterránea / de Oriente Medio, con cortes de pelo ´de estilo largo por detrás´».

Ese detalle adicional es crucial, ¿no le parece? El único motivo por el que sabemos esto es porque al gurú australiano de Internet Tim Blair le picó la curiosidad a propósito de la epidemia de incidentes cometidos por varones sin ninguna apariencia física conocida, y decidió examinarla con detenimiento.

Uno puede imaginar la agonía que tienen que soportar los periodistas multiculturales políticamente correctos, inquietos ante el pensamiento de que una formulación desafortunada pueda perpetuar los infortunados estereotipos de los varones musulmanes jóvenes.

Pero, incluso así, omitir el hecho más pertinente dando la impresión de que las fuerzas policiales de Sydney están peinando la ciudad en busca de cortes de pelo largos por detrás es toda una convulsión. Jeff Jacoby, del Boston Globe, escribía el otro día acerca de cómo los libros escolares americanos «están sacrificando la verdad en el altar de la corrección política».

Pero parece haber mucho de eso también en los libretos de los adultos. Y, como he dicho antes, anteponer la realidad nunca es una buena idea. Puede llegar un momento en el que lo necesite. Es sorprendente cómo, con toda esta presunta sensibilidad multicultural, somos prácticamente insensibles a las demás culturas.

Concluimos que nos es completamente imposible imaginar lo diferente que ven el mundo. Vuelva a ese vídeo en el que Steve Centanni y Olaf Wiig, de la Fox, anunciaban su conversión al Islam. En el momento en el que los hombres eran liberados, los medios occidentales y sus colegas describieron la escena como una jugada mediática, una estratagema ingenua de consecuencias no mayores que gritar «¡Detrás de ti! ¡Tiene un arma!» y hacer saltar los dientes de tu secuestrador después.

En la práctica, unas cuantas páginas web parecieron ver la rutina de la conversión islámica como un comodín útil de salida de la cárcel por el morro. No apueste por ello. En mi próximo libro, dedico unas cuantas páginas a un thriller que leí cuando era niño — un panfleto literario antiguo del creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle.

En 1895 Sir Arthur había llevado a su enferma esposa a Egipto por motivos de salud, y, no queriendo desperdiciar el colorido local, redactó una delgada novela llamada La tragedia de Korosko, acerca de un conglomerado de turistas anglo-americano-franceses que es secuestrado por los Mahdistas, los jihadistas de la época. Gran parte del relato sitúa a los personajes en la misma tesitura que Centanni y Wiig: los secuestradores les ofrecen elegir entre el Islam o la muerte.

Los británicos y los americanos y los europeos de Conan Doyle eran hombres y mujeres del mundo moderno ya entonces: «Ninguno de ellos, excepto quizá la señorita Adams y la señora Belmont, tenía convicción religiosa alguna. Todos ellos eran hijos de su época, y algunos de ellos estaban en desacuerdo con todo lo que representaba aquel símbolo sobre la tierra». «Aquel símbolo» era la Cruz.

Pero al final, incluso en calidad de hombres sin convicciones religiosas, no logran obligarse a someterse al Islam, no porque no comprendan que es simplemente una negación de Cristo, sino porque en cierto sentido, también es una negación de ellos mismos.

De modo que fríen a preguntas y posponen y marean la perdiz con el imán con un montón de preguntas técnicas, hasta que eventualmente él se harta y ellos son condenados a muerte. 110 años más tarde, ¿cuál es la gran noticia para los periodistas de la Fox y los medios occidentales que informaron de su liberación?

Viste trapos, cámbiate el nombre a Jalid, sal en directo y deja caer por aquí y por allí el nombre de Alá: si ese es tu pasaporte de salida, cógelo. Todo el mundo sabe que solamente es un fraude.

Pero así no es como lo ve la audiencia de al-Jazira. Si usted es musulmán, el vídeo es de todo menos insignificante. Ni siquiera el jihadista más corto se cree que estos infieles son de pronto verdaderos creyentes. Más que eso, confirma la verdad central que Osama y los mulás han estado vendiendo — que Occidente es débil, que no hay nada — ninguna materia crucial, ningún punto innegociable — que no esté dispuesto a canjear.

En su nuevo libro El alma conservadora, intentando reconciliar su temperamento sexual con su presunto temperamento político, el cronista homosexual de la revista Time, Tory Andrew Sullivan, se entusiasma, «Al dejar ir, recibimos. Al ceder, ganamos. Y aprendemos cómo vivir — ahora, que es el único momento que importa».

Eso es casi una elaboración literal del trato de Fausto con el demonio:

«Por el momento voy a decir ´¡Ten paciencia! ¡tómate tu tiempo!´ Después podrás encadenarme directamente Después al abismo partiré»

En otras palabras, si Fausto es tan cautivo del «momento» que quiere vivirlo para siempre, el demonio le tendrá para toda la eternidad. En el mundo musulmán, ellos contemplan el vídeo Centanni / Wiig y ven hombres tan enamorados del presente, del ahora, que harán cualquier cosa o dirán cualquier cosa para vivir el momento.

Y extraen sus propias conclusiones — que estos hombres son más fáciles de obligar a entrar en un coche que la niña de 16 años de Sydney. No importa lo «comprensibles» que sean para nosotros las acciones de Centanni y Wiig, lo que comprende la audiencia a la que va destinado el producto es muy distinto: que no ha hay nada por lo que estemos dispuestos a morir. Y, en la mentalidad islamista, una sociedad sin nada por lo que morir, es una sociedad muerta ya.

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