La restauración de la disuasión

«Present at the Creation» fue el título que Dean Acheson dio a sus memorias acerca de la fundación del orden post Segunda Guerra Mundial. Ahora, con Corea del Norte afirmando haber probado un arma nuclear en desafío a la comunidad internacional e Irán aparentemente de camino, el profesor de Harvard Graham Allison argumenta que actualmente nos encontramos en su desmoronamiento.

David Ignatius escribe que la bomba norcoreana es un suceso sísmico para la comunidad mundial. Demuestra que la estructura creada para mantener la seguridad global está fallando. Todos los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas — Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia — advirtieron a Corea del Norte contra dar este paso. Pero los líderes de Pyongyang ignoraron estas señales, y en el proceso volaron por completo el Tratado de No Proliferación Nuclear.

La directiva norcoreana, débil en todo excepto en tecnología armamentística, lleva dirigiéndose hacia este momento desde los años cincuenta. Pensar que, habiéndose abierto camino descaradamente hasta detonar lo que dicen es una bomba nuclear, los norcoreanos ahora van a desistir no es realista. La maquinaria de la proliferación no va a funcionar a la inversa.

En ese sentido, la pregunta no es cómo reparar la antigua arquitectura de la no proliferación — hablando de manera práctica, son escombros — sino cómo construir una nueva estructura que pueda detener las peores amenazas.

¿Cuáles son las piedras angulares adecuadas de esta nueva estructura de seguridad? Planteo esa pregunta a Allison, que es un recurso nacional en lo que respecta a preguntas de proliferación y disuasión nuclear. Escribió el libro definitivo, «Essence of Decision», acerca de la crisis de los misiles cubanos, el coqueteo más cercano del mundo con la guerra nuclear total.

En los últimos años ha estado estudiando el peligro del terrorismo nuclear, y editó una discusión profética de las implicaciones de un logro norcoreano que aparece en el número de septiembre de Anales de la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales.

Allison sostiene que la comunidad mundial tiene que centrarse ahora en lo que llama «el principio de la responsabilización nuclear». El mayor peligro planteado por Corea del Norte no es que lance un misil nuclear, sino que este país desesperadamente pobre venda una bomba a al-Qaeda o a otro grupo terrorista. En los términos de Allison, responsabilización significa que si una bomba que contiene material fisionable norcoreano explota en Manhattan, Estados Unidos actuará como si llegara de la propia Corea del Norte — y respondería en consecuencia, con fuerza devastadora.

Para hacer que este principio de responsabilización funcione, Estados Unidos precisa de un programa de choque para crear «forenses nucleares» que sepan identificar la firma del material fisible de todo estado nuclear potencial. El experto en control de armas Robert Gallucci describe este enfoque como «disuasión expandida» en su artículo de Anales de septiembre.

El Presidente Bush parecía estar trazando esta línea roja de responsabilización cuando advertía el lunes: «La transferencia de armas o materiales nucleares por parte de Corea del Norte a estados o entidades no estatales será considerada una amenaza grave contra Estados Unidos, y responsabilizaremos por completo a Corea del Norte de las consecuencias de tal acción».

Duras palabras, pero ¿son creíbles? Ese es el motivo por el que el segundo pilar esencial del nuevo régimen de seguridad es la restauración de la disuasión. La administración Bush advirtió a Corea del Norte una y otra vez que afrontaría severas consecuencias si probaba un arma nuclear. Lo mismo hicieron China y Rusia, pero Kim Jong Il siguió adelante de todas maneras.

Los líderes iraníes están impertérritos de manera similar ante las recargadas amenazas de Bush, viendo a América como una nación debilitada lastrada por una inganable guerra de Irak. Para restaurar la disuasión, Occidente necesita dejar de hacer amenazas que no puede mantener. Y Estados Unidos tiene que salvar su posición estratégica en Irak — o bien ganando, u organizando el plan de retirada más estable.

Tras la crisis de los misiles cubanos, el Presidente Kennedy se puso serio acerca de prevenir la guerra nuclear. Instaló la «línea roja» de modo que la Casa Blanca y el Kremlin pudieran hablar cuando surgieran las crisis; negoció el Tratado de Prohibición de Pruebas de 1963; e inició las conversaciones que llevaron al Tratado de No Proliferación de 1968. Ese tratado funcionó adecuadamente durante más de cuatro décadas.

En lugar de los 20 estados nucleares que Kennedy temía que existieran hacia 1975, solamente tuvo ocho, hasta el pasado fin de semana. Pero la prueba norcoreana amenaza con abrir lo que una comisión de la ONU en el 2004 advertía que sería «una catarata de proliferación» que podría extenderse a Japón, Corea del Sur, Irán, Egipto y Arabia Saudí.

Actualmente nos encontramos en el desmoronamiento. Tenemos que «pensar lo impensable» con nueva urgencia. Estados Unidos y sus aliados tienen que empezar a construir un sistema que pueda tener éxito donde el Tratado de No Proliferación ha fracasado. Una bomba nuclear terrorista en Manhattan o Washington no es la fantasía de un escritor de thrillers; es una posibilidad, a menos que América y sus aliados establezcan nuevas normas para la responsabilización nuclear que sean claras y creíbles.

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