El suicidio de Occidente

El último libro de Mark Steyn, titulado America Alone se fundamenta en una sola idea, simple pero potente y preocupante: Occidente como concepto está muerto; y como realidad humana, se está suicidando. América se va a ver sola ante los retos del mundo en unos pocos años. Y escribe Rafael Bardají en la web del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES)que de hecho –y a decir verdad- más que América sola, el título debiera haber sido América abandonada. Idea que hace más justicia a las tesis y sentimientos de Steyn expuestos en esta obra.

La línea argumental de esta nueva obra de Mark Steyn es clara: Lo que hoy conocemos como Occidente no va a sobrevivir a este siglo XXI que nos toca. Es más, buena parte de esta comunidad liberal, sobre todo en Europa, desaparecerá mucho antes. Tanto que quizá nos toque verlo.

El suicidio de Occidente que nos avanza el autor nada tiene que ver con las visiones apocalípticas a las que nos tienen acostumbrados –hartos estaría mejor empleado- los ecologistas, conservacionistas y demás antiglobalización.

Ni Occidente ni el mundo morirán por falta de petróleo o demás recursos naturales; ni las hambrunas amenazarán el boom demográfico; ni una nueva glaciación que suceda a un previo calentamiento será la causa de ello.

La cuestión es mucho más simple y eso es lo que nos viene a recordar este libro de Steyn: en el futuro no habrá que preocuparse de todas esas predicciones porque para cuando se materialicen, si es que lo acaban haciendo, no habrá casi nadie humano en nuestro entorno –porque, no lo olvidemos, somos los occidentales quienes nos preocupamos por todas esas cosas, no los chinos, árabes o nigerianos- que pueda sufrirlas. Habremos desaparecido mucho antes.

¿Cómo eso? Para Mark Steyn es muy sencillo de explicar y de entender: simplemente, los occidentales, al menos buena parte de ellos con la sola excepción de los americanos, ni crecemos ni nos multiplicamos, sino todo lo contrario.

No es ilógico para una sociedad no sólo secularizada, sino sobre todo post-cristiana y post-bíblica. Pero no por consistente deja de ser menos suicida. Como el autor nos recuerda, la tasa de reposición social, esto es, la cantidad de niños que una mujer fértil debe tener para que una población dada se mantenga estable, es decir, que ni crezca ni se reduzca, es de 2´1. En ese sentido, el mundo, globalmente considerado, está actuando más que bien.

El problema es que esa «eficacia» está desigualmente repartida y eso va a causar un ajuste global como nunca antes visto. Los países que están a la cabeza en cuanto a tasa de reposición se refiere, son: Somalia, Nigeria, Afganistán y Yemen, con 6´91, 6´83, 6´78 y 6´75 respectivamente. ¿Sorpresa quien está en los puestos más bajos? Alemania, Rusia, Italia, Japón y España. Entre el 1´3 y el 1´1.

El Instituto Nacional de Estadística posiblemente argüiría que los datos que usa Steyn ha quedado relativamente obsoletos y que el crecimiento de la población en parte de Europa se está recuperando.

Particularmente en España se habría alcanzado el 1´34 en el último año. Pero para desgracia nuestra y refuerzo de las tesis de Mark Steyn este crecimiento se debe al aumento de la población emigrante y los mayores índices de natalidad que sostienen frente a los nativos españoles.

Nada mejor que un paseo por las plantas de obstetricia y ginecología de nuestros hospitales públicos para comprobarlo in situ.

Por tanto, acorde con el autor, aunque todo el mundo acabe asumiendo la actual apatía demográfica de los países avanzados y occidentales, aquellas sociedades o pueblos que sucumban a ella más tarde gozarán de una gran ventaja competitiva de aquí hasta que ese momento les llegue.

Esta ventaja competitiva es más que importante en la sustentación de las tesis de Mark Steyn puesto que para que América se quede sola es condición imprescindible que el resto de Occidente la abandone de una forma u otra. Así como el mundo es hoy más islamista que hace dos décadas, Europa es también más musulmana hoy que hace 20 años.

Aún peor, dada las tendencias demográficas en su seno, aún lo será más dentro de otros 20 años. Cierto, las mujeres musulmanas en suelo europeo reducen rápidamente su alta natalidad de su tierra de origen, pero con todo, la tasa más baja a la que han llegado de 2´9 hijos.

Lo que quiere decir, que mientras que en una generación, italianos y españoles se reducen a la mitad, los musulmanes en Europa seguirán doblándose durante bastante tiempo. La pregunta que se hace el autor, ¿que impacto tendrá este crecimiento desigual y sostenido durante décadas? Es más que apropiada.

Para Mark Steyn el problema fundamental es la cerrazón y la ceguera que los europeos tenemos para ver realmente nuestro futuro. Preferimos discutir interminablemente sobre arreglos institucionales, sobre multitud de cuestiones que son irrelevantes o secundarias y nos dejamos seducir por la falsa idea de que todo permanecerá más o menos como lo conocemos. Estamos ciegos.

Si la demografía se vuelve islámica, tarde o temprano Europa será del Islam. No más Unión Europea, sino más bien Unión Euroarábica.

El libro de Mark Steyn recoge ya de por sí suficientes evidencias de qué significaría eso, porque se empieza a sufrir en muchos rincones de Europa. Un cineasta asesinado allí, una parlamentaria que se tiene que exilar a América, un local gay asaltado, otra paliza a chicas «díscolas» en otro barrio, el asesinato a judíos por el mero hecho de serlo…una Europa islamizada no sería más suave, todo lo contrario.

De ahí que sean más sorprendentes las manifestaciones de solidaridad con la cultura islámica de grupos de izquierda o feministas en Europa, justo las primeras comunidades que sufrirían el asalto del totalitarismo islámico.

Y esa es la segunda gran tesis de Mark Steyn: lo verdaderamente importante en esta lucha histórica entre occidente e islamización es la debilidad de los occidentales, y más en particular de los europeos, para defender los principios con los que se ha creado y se basa Occidente.

El Islam tiene su fuerza, sin duda, sobre todo se si materializa en la forma de terroristas suicidas, pero es más fuerte en la medida en que nosotros somos más condescendientes, retraídos y cobardes. Nuestra debilidad es el alimento de su fuerza.

Si uno hace un discurso crítico con el Islam es inmediatamente tildado de xenófobo y racista. Pero nada de la crítica que se hace al Islam tiene que ver con la raza. Tiene que ver con la cultura social y política que se deriva de la práctica del Islam. A nadie nos molesta un indio o una india vestida a su manera.

Porque la India es una nación democrática. El burka o el velo por nuestras calles es ofensivo por lo que connota de rechazo a los valores más básicos que nos han servido de identidad, como europeos, como occidentales, como avanzados, como liberales y como progresistas.

Como el propio Steyn dice, si el 100 por 100 de la población de verdad cree en la democracia liberal, poco importa el color de la piel o que haya minorías o mayorías de color. Pero si una sociedad está dividida y separada por culturas donde una parte sí cree en la libertad individual y la otra parte no, que los primeros sean mayoría o minoría es de una gran importancia.

La parte más endeble del libro de Steyn tiene que ver con sus recomendaciones. Su prosa mordaz y colorida se vuelve más gris y menos definida. Posiblemente porque nadie tenga soluciones listas para los problemas a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos.

Al menos Steyn sabe que mientras que la población europea nativa se encoge en beneficio de la emigración, los Estados Unidos acaban de superar los 300 millones y que llegarás a los 500 en algún punto de mitad de siglo.

Igualmente, Steyn no aborda más que de pasada el agrio debate que sobre la identidad nacional y la emigración está teniendo lugar en la propia Norteamérica. Con todo, el libro es meridianamente claro: América y Europa han elegido caminos distintos para el futuro. Y eso nada tiene que ver con Bush y Chirac, mucho menos con ZP.

Lo más curioso, el análisis demográfico que hace de los Estados Unidos, los que están en crisis demográfica por los demócratas y los más dinámicos poblacionalmente hablando, a favor de los republicanos.

Sea como fuere, este es un libro fácil de seguir y de leer, con una prosa periodística que hace pasar las páginas con rapidez, lleno de anécdotas, peor no por eso menos serio y consistente.

Para todos los que queremos que Europa no se quede sola (antes de que América se quede sola) es una lectura más que interesante, requerida. Como reza el subtítulo de este libro: es el fin del mundo tal y como lo conocemos. Ni más, ni menos.

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