Los intereses de los realistas

Escribe Charles Krauthammer que, ahora que los «realistas» dominan la ciudad consignando alegremente la «doctrina Bush» al montón de cenizas de la historia, todo el mundo ha descubierto la noción de intereses, como si fuera alguna idea nueva planteada por James Baker y el Iraq Study Group. ¿Qué cree la gente que llevamos haciendo cinco años? Cierto, la retórica del presidente tiene tendencia a ser disparatadamente Wilsoniana: léase lo de la tiranía en decadencia de su segundo discurso inaugural. Pero nuestras políticas de democratización en Irak y Afganistán y el Líbano han estado profundamente enraizadas en los intereses americanos más concretos.

Si realmente hubiéramos estado en manos del «idealismo», habríamos estado en el Chad, y en Burma, y en Darfur. No lo estamos. En su lugar intentamos mantener frágiles democracias en tres países estratégicamente importantes –Afganistán, Irak y el Líbano– que conforman el paréntesis geográfico en torno a la principal amenaza a los intereses occidentales en la región, el eje Irán-Siria.

Intentamos llevar la democracia a Irak, en particular, porque un gobierno pro-occidental que disfrute de apoyo popular y legitimidad sería el medio más contundente de garantizar nuestros intereses allí. Deponer a Sadam e Hijos era esencial porque suponía una amenaza estratégica permanente para la región y para los intereses americanos. Pero su sucesor –el popularmente elegido gobierno Maliki– ha fracasado.

La causa de ese fracaso está enraizado en la cultura política iraquí que es suficientemente paralizadora de que una dirección política actúe con sentido de conciencia nacional. Deberíamos no obstante hacer un último esfuerzo por cambiar la composición del gobierno e instituir un nuevo compuesto de aquellos –kurdos, sunníes moderados, chiíes seculares y algunos chiíes religiosos– que puedan ser capaces de alcanzar un gran acuerdo político.

Todo el mundo dice ahora que la clave para detener la lucha en Irak es política; otra vez, como si esto fuera otro gran descubrimiento. Durante el último año ha quedado claro que una solución militar a la insurgencia estaba demasiado lejos. El precio militar habría sido prohibitivo y la victoria sin un compromiso político efímera. Y ese tipo de compromiso –investir a los sunníes de poder político y financiero (léase petróleo) –es algo que los chiíes, aquellos que componen el gobierno Maliki al menos, parecen incapaces de hacer.

Estados Unidos debería dar al Primer Ministro Nouri al-Maliki un ultimátum claro: si no aparece con una solución política en dos meses o cede el poder a una nueva coalición que lo haga, Estados Unidos abandonará la Zona Verde, se retirará a sus bases, desplazará gran parte de su personal al Kurdistán, donde es bienvenido y está seguro, y dejará que la guerra civil siga su curso. Dejar que los actuales políticos de la Zona Verde protegida que siguen la estela de Moqtada al-Sadr afronten la insurgencia en solitario.

Eso concentraría sus mentes o bien en hacer una generosa oferta a los sunníes, o en hacerse a un lado en favor de una nueva coalición que lo haga.

La clave para el progreso es el cambio político dentro de Irak. La nueva corriente, sin embargo, es «ser regional», involucrando a Irán y Siria con el fin de hacer que les saquen las castañas del fuego.

Esta idea descansa en la noción de que tanto Irán como Siria tienen interés en la estabilidad en Irak. Términos realistas muy pensados: intereses, estabilidad, potencias regionales. Pero engancharlos entre sí para sugerir que Irán y Siria comparten nuestros intereses en la estabilidad es el clímax de la fantasía.

De hecho, Irán y Siria tienen interés a cualquier precio en el caos en Irak –es precisamente por lo que han estado apoyando por separado a la insurgencia e instigando la guerra civil. Quizá en algún futuro a largo plazo quieran un Irak estable como dócil estado satélite del eje Siria-Irán. Por ahora quieren caos. ¿Que traerá una negociación con ellos, en nombre de Dios?

En el mejor de los casos, puede que nos concedan unos cuantos meses para retirarnos. Pero, ¿por qué necesitamos su ayuda para hacer eso? Podemos hacer nuestra retirada muy bien sin ellos.

Y a cambio de una no ayuda en una no solución que esencialmente es una rendición, Siria exigirá que se le conceda carta blanca una vez más en el Líbano –exactamente igual que cuando Estados Unidos necesitaba ayuda en Irak antes de la Guerra del Golfo, el entonces Secretario de Estado James Baker entregó el Líbano a Siria como quid pro quo.

E Irán exigirá carta blanca con su proyecto de armamento nuclear, que le convertirá en la superpotencia regional predominante sobre los estados árabes del Golfo y su petróleo. Si eso nos salvase Irak, al menos habría un buen argumento para tal metida de pata.

¿Pero solamente para encubrir una retirada americana? Eso es sacrificar un interés sin ni siquiera asegurar otro. Es suficiente para dar mal nombre al realismo.

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