Siete años infiltrado en Al Qaeda

Un marroquí que espió al grupo de Bin Laden por cuenta de los servicios secretos franceses y británicos critica en un libro su enfoque simplista de la lucha contra la organización. y la pregunta que se hacen muchos expertos, incluidos los de la revista Time, es si Omar Nasiri es un espía real o un simple y hábil estafador.

Omar Nasiri, un seudónimo, cuenta este y otros muchos episodios en un libro autobiográfico, Dentro del Yihad: mi vida con Al Qaeda, historia de un espía (Inside the Jihad: my life with Al Qaeda, a spy’s story, editorial Perseus Books), que acaba de publicar en Estados Unidos y, casi simultáneamente, en otros 10 países. Por ahora no está prevista una edición en español.

La historia es apasionante, lo que no quiere decir que sea cierta.

Nasiri, marroquí de unos cuarenta años, narra a lo largo de 440 páginas cómo infiltró, entre 1994 y 2001, al GIA argelino y después a la propia Al Qaeda en los campos de entrenamiento en Afganistán y en los círculos islamistas de Londres.

Lo hizo –siempre según él– por cuenta, primero, de los servicios franceses (Dirección General de Seguridad Exterior), después, de los británicos (MI5), y finalmente, de los alemanes (Verfassungsshutz).

Su relato se lee como una trepidante novela de espionaje, pero Nasiri sostiene, en una conversación telefónica con este corresponsal, que «todo en él es verdad excepto algún que otro detalle que ha sido modificado para proteger la vida de varias personas», empezando por la del propio autor, que, según el semanario Der Spiegel, vive ahora en Alemania con una nueva identidad y casado con una mujer marroquí.

Para asegurarse de la verosimilitud de la narración de Nasiri, la editorial entregó su manuscrito a Michael Scheuer, que dirigió la unidad de la CIA encargada de perseguir a Osama Bin Laden.

«Nunca había visto nada sobre ese periodo que estuviera tan completo y sonara tan verdadero», declaró Scheuer a The New York Times refiriéndose a la descripción de los campamentos de entrenamiento militar en Afganistán. Una redada de islamistas en Bruselas, en 1995, corrobora también el relato.

Según explica Ignacio Cembrero en El País, el ahora famoso y controvertido espía era, a principios de los noventa, uno de esos tangerinos que se las agenciaban como podían para sobrevivir en ese norte de Marruecos más pobre aún que el resto del país. Había aprendido el castellano viendo TVE y se ofrecía, por ejemplo, como guía a los reporteros de prensa.

El salto al espionaje Nasiri lo dio porque a su hermano mayor se le ocurrió poner a disposición de los jefecillos del GIA argelino en el exilio la casa de su madre en Bruselas. Ahí elaboraban Al Ansar, el boletín del grupo terrorista, y pasaban las órdenes de compra de armas. El joven tangerino se chivó a la DGSE y la policía belga detuvo a toda la red.

El siguiente paso Nasiri lo dio ante la mirada incrédula de sus mentores franceses, que no le creían capaz de introducirse en un campamento en Afganistán. Logró entrenarse en el de Khalden bajo las órdenes de algunos de los lugartenientes de Bin Laden.

A continuación, quiso poner en práctica en Chechenia los conocimientos adquiridos, pero el emir del campamento prefirió encomendarle la puesta en pie de una célula en Europa para atacar «bancos, sinagogas (…)». En Londres se codeó con célebres predicadores radicales como Abu Qattaba y Abu Hamza sobre cuyas andanzas informaba al MI5.

Por un lado, Nasiri expresa su tajante rechazo del terrorismo, pero, por otro, deja entrever su fascinación por los muyahidin, «valientes defensores de una ideología /religión agredida». «Son equiparables a los integrantes de las Brigadas Internacionales que lucharon en su día en España en defensa del comunismo», sostiene.

Los brigadistas combatieron en el frente contra un Ejército sublevado y no atacaban a civiles, le hace observar el periodista.

«En los campamentos me enseñaron que había que respetar a los civiles, empezando por los niños, las mujeres y los ancianos, que había que preservar los edificios civiles, etcétera», responde el ex espía. «Es verdad que, sobre el terreno, se cometen excesos», reconoce.

Después de trabajar sucesivamente para tres servicios de espionaje, Nasiri arremete contra su labor: «Tienen una visión reduccionista, sólo les preocupa proteger su territorio, evitar que se produzcan atentados y no profundizan sobre las causas de la violencia para tratar así de erradicarla».

Los servicios secretos replican a sus críticas dando a entender en algunos medios que escribió su libro para vengarse porque cuando concluyó su contrato no se le ayudó lo suficiente, en Alemania, para empezar una nueva vida. «Es cierto que las pasé canutas, pero ahora estoy, estamos, bien con mi mujer», contesta el autor. «La verdad es que cogí la pluma para que se sepan algunas cosas como que, por ejemplo, se avecinan tiempos difíciles: habrá atentados más».

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