Orientando a Condi

Se mire por donde se mire, la Secretario de Estado norteamericana Condolizza Rice es escrupulosamente profesional y más inteligente que el funcionario promedio del Departamento de Estado. De ahí quizá su tono de profesora y comportamiento autoritario aquí la semana anterior, durante otra escala más destinada a reformar a los trasnochados latidos mediante reprimenda e impulsar la causa de «la visión» de su jefe de un estado palestino.

Subraya Sarah Honig que, además de todo lo que no ha podido salir peor de camino a la solución de los estados de GW, los palestinos se dividen con violencia en dos componentes mutuamente antagonistas, una complicación que ciertamente reduce la de todos modos improbable viabilidad de su autogobierno.

¿Pero se desalienta Condi? ¡Ni de broma! Su último mantra es “un estado palestino primero”. Presumiblemente, una vez que ese estado aparezca por arte de magia con existencia nominal (y una vez que Bush expíe la cólera árabe a costa de Israel), la independencia de los palestinos proporcionaría fuerza para unificar a las milicias palestinas rivales.

Es exactamente igual de realista como la premisa sostenida con la última tentativa de crear dos estados entre el Jordán y el Mediterráneo — el 29 de noviembre de 1947, cuando la Asamblea General de la ONU aprobaba la partición de este reducido territorio en un estado árabe palestino y un homólogo judío ridículamente minúsculo y aterradoramente vulnerable (acuñado principalmente a lo largo de la autopista costera entre Tel Aviv y Haifa). Jerusalén fue consignado a la administración internacional, y la ensalada completamente hostil iba a formar una unidad económica en el perenne espíritu del amor fraternal.

El excepcional defecto de la ensoñación fue la palpable ausencia de amor fraternal. Los árabes rechazaron con desprecio el patrón de tan elevada mentalidad e invadieron al recién creado Israel. Dos semanas pre-invasión, el 1 de mayo de 1948, el secretario general de la Liga Árabe, Abdul-Rahmán Azzam Pasha, declaraba: «Si los sionistas se atreven a establecer un estado, las masacres que desataremos dejarán pequeña cualquier cosa que perpetraran Gengis Khan y Hitler”.

A fin de que no quedase ninguna duda, Azzam reiteraba su mensaje el día en que atacaban siete ejércitos árabes: «Esta será una guerra de exterminio y una masacre trascendental de la que se hablará como de las masacres mongolas y las Cruzadas”.

Pero lamentablemente, las cosas no salieron según la bravuconada de Azzam. Desde entonces, en consecuencia, los frustrados árabes rugen con amarga indignación con serle negado su estado bajo el plan de partición que frustraron deliberadamente.

LA SOLICITA COMUNIDAD INTERNACIONAL, encaminada a ayudar al oprimido presuntamente, responde de manera simpática hacía los agravios y ávidamente ofrece compensaciones. Al suscribir Oslo y sus secuelas, los israelíes siempre timables y ansiosos por complacer se alistan con entusiasmo en los esfuerzos por deshacer lo que los hostiles árabes provocaron sobre ellos mismos. No obstante, a pesar de la generosidad global y la abundante buena voluntad, ningún estado palestino existe aún — frustrado repetidamente por los herederos espirituales y los fanáticos de Azzam.

Condi prefiere comprensiblemente rebajar la continua agresión árabe de los últimos 60 años. Presumiblemente, la visión de Bush inspiraría más coexistencia fraternal de la que inspiró la ONU en 1947, haciendo irrelevante la sed de sangre islamofascista actual.

Por el mismo motivo, serviría bien a Condi examinar lo que salía de esta tierra entre noviembre de 1947 y mayo de 1948. Más que nada — incluso los impulsos genocidas árabes, a los cuales resta importancia convenientemente — la manera en que cada uno de los dos estados conducía sus asuntos internos entonces pueden orientar a Condi sobre porqué la democracia palestina sigue siendo inverosímil hoy, al margen de la presión americana y el apaciguamiento israelí.

La resolución 181 de la ONU detalla los requisitos que conducen a la independencia de los estados proyectados judío y árabe por igual. Éstos incluyen la formación de «un Consejo Provisional de Gobierno en cada estado» que «procederá al establecimiento de los órganos administrativos del gobierno” y “celebrará elecciones a la Asamblea que serán conducidas según normas democráticas».

A pesar del manifiesto obstruccionismo británico, los judíos se embarcaron en satisfacer estas obligaciones con sinceridad notablemente pedante. El Consejo Provisional fue montado tanto con el ala legislativa como ejecutiva, y a la ejecutiva de 13 miembros se le asignó la redacción de la Declaración de Independencia. El meticuloso cuidado puesto en cada formulación de esa declaración y la atención prestada con los cinco sentidos a cada minucia legalista solamente pueden engendrar admiración a regañadientes.

Las minucias a las que los padres fundadores de Israel no renunciaron mientras las armas disparaban ya furiosamente (la ceremonia de proclamación de independencia del 14 de mayo en Tel Aviv tuvo que ser mantenida en secreto para evitar un bombardeo aéreo) nacen más que nada de la mentalidad inherente democrática y la fenomenal conciencia bajo presión entre el colectivo judío.

No se dejó nada al azar — ni siquiera bajo qué ha auspicios funcionarían los tribunales en el breve hiato potencial entre la finalización del mandato británico y el comienzo de la autoridad judía. Poco puede iluminar más que la concentración de cualquier contingencia concebible, al margen de lo trasnochada que sea.

En el más claro de los contrastes, no solamente no ocurría nada parecido dentro del estado árabe palestino proyectado, sino que en la práctica ningún movimiento de ningún tipo se hizo para preparar la soberanía. Los árabes se preparaban abierta y pretenciosamente para la batalla. Estaba patentemente claro que no estaban interesados en dirigir su propio estado. Todas sus aspiraciones se centraban en destruir a la naciente entidad judía, responsable a sus ojos de la designación separada de los palestinos en primer lugar — la que entonces rechazaban apasionadamente pero que hoy afirman apoyar asiduamente y promover como casus belli.

Por todo el Mandato, los árabes locales brillaban constantemente por su ausencia en las oportunidades de invención británica para crear instituciones autónomas. Los judíos construían enérgicamente una amplia red de servicios y desarrollaban una infraestructura civil encomiable de sanidad, educación, ayudas sociales, economía, agricultura y cultura. Una democracia ultra vibrante estaba en marcha y la prensa libre florecía. Nada ni remotamente similar era cultivado por el electorado árabe. En su lugar, la carnicería fratricida ya estaba presente en aquellos días de la manera en que las controversias entre árabes se resuelven normalmente.

Si Condi dejara de engañarse a ella misma y a nosotros, tendría que admitir que no ha cambiado nada en absoluto entre aquellos a los que ella llama palestinos. En la práctica no ha cambiado nada en todo el mundo árabe. Sigue siendo incorregiblemente antidemocrático mientras pasan las décadas. Instruir a los palestinos como si fuera una profesora para que cumplan sus expectativas porque ella lo dice, no va a servir absolutamente de nada.

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