Donde convergen América e Iraq

Los tanto tiempo anticipados testimonios ante el Congreso esta semana del General David Petreaus y el embajador norteamericano en Irak Ryan Crocker fueron edificantes a dos niveles.

Escribe v que, en primer lugar, nos dicen mucho acerca de la compleja y desafiante naturaleza de la guerra en Irak hoy. En sus presentaciones, los dos hombres no informan simplemente al Congreso de los estimables y en la práctica sorprendentes progresos que han realizado la coalición y las fuerzas iraquíes a lo largo de los últimos meses desde que la nueva estrategia de contrainsurgencia del incremento gradual fuera adoptada.

También destacan el tamaño colosal de los desafíos que afrontan Estados Unidos y su coalición con los aliados iraquíes al mirar al futuro del país.

Los dos hombres no hicieron sus comentarios por su cuenta. Sus comparecencias en Capitol Hill llegaron en el contexto de histéricas denuncias a Petreaus en concreto y a la guerra de Irak en general. Esas denuncias estaban orquestadas por los cuantiosos fondos de los activistas pacifistas de la extrema izquierda y los políticos Demócratas que aparentemente desfilan al ritmo de la música (y los talones bancarios) de los activistas.

Las condenas preventivas a Petreaus por parte de la izquierda y la prolongación de los ataques de la izquierda por parte de los políticos Demócratas en el interior de la Cámara del comité evidencian la preocupante dirección que ha tomado la política norteamericana en los 6 años que han transcurrido desde que los legisladores de ambos partidos hicieran una piña en los exteriores del edificio del Capitolio el 11 de septiembre del 2001 y cantasen el «Dios bendiga a América». Y como los informes de Petreaus y Crocker acerca de la situación en Irak hoy y las perspectivas de Irak en el futuro dejan claro, el apoyo del Partido Demócrata al radicalismo tiene repercusiones estratégicas para las perspectivas de la guerra en Irak y para el futuro de la seguridad global en conjunto.

Como explicaba el embajador Crocker, tras 40 años de tiranía baazista, Irak emergía en el 2003 como una sociedad traumatizada y fracturada que aún hoy se debate con cuestiones básicas en apariencia respecto a su identidad y sus aspiraciones. Su capacidad para salir con respuestas razonables a estas preguntas básicas y existenciales queda limitada por la guerra que ahora le asedia. Las fuerzas que combaten en Irak, por supuesto pretenden proporcionar respuestas a estas preguntas básicas a través de la fuerza — y sus respuestas, obviamente, no serán buenas para Irak, Oriente Medio o el mundo en general.

Petreaus y Crocker explicaban que en general, Estados Unidos y sus aliados hacen frente a dos fuerzas enemigas características en Irak hoy — Al Qaeda en Irak, y las fuerzas chiítas de respaldo iraní. Como demuestra la sorprendente inversión de la situación de la seguridad en la provincia de Anbar, infestada por Al Qaeda, a lo largo de los últimos meses, las fuerzas norteamericanas han realizado grandes progresos contra el primer enemigo. Estados Unidos capitalizó el rechazo de los líderes tribales hacia el barbarismo de Al Qaeda y trabajó con ellos para lanzar una ofensiva contra las fuerzas de Al QAeda y para meter a las tribus sunitas en el proceso político en Irak. Como resultado de esta operación, los ataques del terror y la insurgencia en Anbar , que apenas el pasado diciembre se consideraba «perdida», han caído alrededor del 80%. Los guerreros tribales se han unido a las fuerzas de seguridad iraquíes en miles. Y por su parte, el gobierno central de Irak de dominio chiíta ha apoyado la inversión sunita y está proporcionando dinero y demás asistencia a los líderes sunitas de la provincia de Anbar.

Por otra parte, no ha habido ningún descenso, y en la práctica según Crocker y Petreaus ha tenido lugar un incremento, en los ataques de dirección iraní en los últimos meses. Caracterizando el papel de Irán, Petreaus decía, «Es cada vez más obvio tanto para la Coalición como para los líderes iraquíes que Irán, a través del uso de las Brigadas de Qod, pretende convertir los grupos especiales iraquíes [milicias shiítas] en una fuerza de estilo Hezbolá que sirva a sus intereses y libre una guerra a distancia contra el estado iraquí y las fuerzas de la coalición en Irak”.

La disparidad entre las derrotas de Al Qaeda y en contra-incremento chiíta de Irán nos dice algo importante acerca de la diferencia entre las operaciones controladas por el estado y las operaciones de beligerantes sin estado. Es cierto que Al Qaeda en Irak tiene vínculos directos con Irán y Siria. Sus líderes tienen relaciones con los servicios sirios de Inteligencia; sus mandos en Irak están encabezados en gran medida por el Consejo de la Shura de Al Qaeda, radicado en Irán; y recibe armas y dinero procedentes de Teherán y Damasco.

Pero aún así existe una diferencia importante entre el patrocinio iraní y sirio de Al Qaeda en Irak y el apoyo iraní a las milicias chiítas en Irak. Irán y Siria ven a Al Qaeda como una delegación de conveniencia. Aunque su guerra en Irak sirve a su objetivo de evitar que el Irak post Sadam se convierta en un estado coherente, multiétnico y estable gobernado por el estado de derecho, Al Qaeda no es una organización iraní (ni siria). Desde sus perspectivas, sus contribuciones al esfuerzo bélico contra Estados Unidos y sus aliados iraquíes son acertadas mientras dure.

En cambio, el Ejército del Mahdi de Moktada el-Sadr, el Partido de la Dawa o las Brigadas Badr son agentes del régimen iraní. Y por supuesto, los grupos especiales iraquíes y Hezbolá forman parte del régimen iraní.

Petreaus observaba que tanto Estados Unidos como los iraquíes estaban sorprendidos por la profundidad de la implicación de Irán en la guerra. Pero no tenían que estarlo necesariamente. Irak e Irán, con su histórica competencia por el dominio del Golfo Pérsico y el islam chiíta, siempre han estado integral y competitivamente vinculados. En los años 80, reconociendo la hostilidad de ambos países para los intereses de la seguridad nacional norteamericana, la administración Reagan adoptaba sabiamente una política de contención dual hacia ellos.

Desafortunadamente, en el 2003, Estados Unidos ignoraba la interconexión de los destinos de los dos países y adoptaba así políticas divergentes hacia ellos. Mientras que Irak era confrontado, Irán era ignorado. A lo largo del tiempo, la política norteamericana de abandono hacia Irán fue reemplazada eventualmente por la política del apaciguamiento. La divergencia en la política norteamericana hacia los dos países permitió que Irán renovase su tradicional apuesta por el control sobre Irak al tiempo que maniobraba hacia el dominio regional a través de su programa de armas nucleares, su colaboración estrecha con el régimen sirio, la expansión de su influencia militar y política sobre Líbano a través de Hezbolá, y su patrocinio de la guerra de los palestinos contra Israel.

Las maniobras ofensivas de Irán en Irak señalan una de las complejidades estratégicas más básicas de todo el conflicto en Irak. En concreto, Irak no existe por sí solo. Forma parte de los mundos árabe e islámico. Las patologías que plagan al Irak post-Sadam no son simplemente la consecuencia de su brutal totalitarismo. También son consecuencia de las patologías que han echado raíces en el mundo árabe y musulmán desde el colapso del Imperio Otomano hace 90 años. Como resultado, el objetivo norteamericano de domesticar el desarrollo de un Irak democrático y estable post-Sadam gobernado por el estado de derecho mientras el gobierno de la fuerza, los imanes y los mulás siguen en el orden del día en los países vecinos siempre ha sido problemático.

Con la franqueza de Petreaus y Crocker al reconocer el papel central de Irán en la guerra en Irak, estamos siendo testigos por primera vez del reconocimiento estratégico de que es contraproducente ver Irak en aislamiento con respecto a sus vecinos. Y esta aceptación de la naturaleza regional de la guerra en Irak pone en evidencia uno de los riesgos centrales inherentes a la presente estrategia de la contrainsurgencia norteamericana en Irak.

El componente central de la estrategia norteamericana para estabilizar Irak es quizá su organización y entrenamiento del ejército y las fuerzas iraquíes policiales. Mientras que la mayoría de las fuerzas de seguridad de Irak son leales a sus mandos y al gobierno central, y apoyan a las fuerzas de la coalición junto a las que luchan, muchas de las unidades iraquíes han sufrido la infiltración de fuerzas enemigas — sobre todo de miembros de las milicias chiítas de patrocinio iraní.

Como advertían esta semana Petreaus y Crocker, si el Congreso norteamericano o la siguiente administración deciden retirar los fondos a los esfuerzos en Irak encabezados por Estados Unidos, los resultados serán horrendos. Ambos hombres advertían de que una retirada precipitada de las fuerzas norteamericanas provocará probablemente la desintegración del país, y se puede contar con que Irán se hará con las piezas clave de Irak para quedárselas. Pero más allá de esto, una retirada norteamericana también dejará en medio de ninguna parte a casi medio millón de fuerzas armadas y entrenadas por Estados Unidos, que sin duda buscarán patrocinadores nuevos.

Las implicaciones de la desintegración de las fuerzas iraquíes para la seguridad regional y en la práctica global son aterradoras de imaginar, y las ramificaciones políticas de tamaña eventualidad son claras. Si los Estados Unidos planean una salida rápida del país, lo mejor que pueden hacer es dejar de entrenar y armar al ejército iraquí.

Esto nos lleva al peligro estratégico implícito en la marcada hostilidad y la irracionalidad estratégica de la izquierda norteamericana hacía todo lo que esté vinculado a la campaña de Irak, que quedaba expresada tan abiertamente en el Congreso y en los medios progresistas norteamericanos esta semana. Cuando un líder del Congreso antes responsable como el presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara Tom Lantos prefiere ridiculizar a Petreaus y pedir un repliegue rápido de las fuerzas norteamericanos y «un incremento diplomático» que implica negociaciones con Irán y Siria para aceptar las responsabilidades del liderazgo global norteamericano en tiempo de guerra global, está claro que algo horrible le ha sucedido al Partido Demócrata.

En palabras del Wall Street Journal el martes, la extrema izquierda, que parece haber salido catapultada a la cabeza del Partido Demócrata, «ve la política no tanto como un enfrentamiento en curso sino como una competición definitiva». El Journal continuaba, «Bajo estos nuevos términos, la política pública ya no es objeto de debate, discusión o discrepancia entre opiniones e interpretaciones en competición. En su lugar, la oposición queda reducida al estatus de embustera. La oposición ahora no se equivoca simplemente, sino que carece de legitimidad y altura política. El objetivo aquí no es debatir, sino destruir”.

Gran parte de la crítica se ha acumulado adecuadamente en los hombros del gobierno Maliki en Irak por no hacer progresos políticos críticos que podrían mejorar las perspectivas a largo plazo del Irak post-Sadam. La competencia gubernamental es imperativa porque como explicaba Petreaus, «la fuente fundamental del conflicto en Irak es la competición entre las comunidades étnicas y religiosas por el poder a través de los recursos». Petreaus continuaba, «La pregunta es si la competición tendrá lugar más violentamente o menos».

Lo notable de las declaraciones de Petreaus es que se pueden aplicar igualmente a cualquier país. Política y enfrentamiento bélico tratan por separado de la distribución relativa del poder. Lo que diferencia a las democracias de las tiranías y los estados fallidos es que las democracias determinan la distribución del poder a través del debate y las deliberaciones, mientras que las tiranías y los estados fallidos son gobernados por el poder de las armas y la ley de la jungla.

Que el partido político hoy a los mandos de ambas cámaras del Congreso y bien posicionado para formar la próxima administración parezca haber descartado esta verdad básica es mucho más peligroso para Irak, para Oriente Medio y en realidad para el mundo entero que la debilidad crónica, la incompetencia, la doble negociación y la corrupción del gobierno Maliki o de cualquier gobierno posterior.

La estrategia que los Estados Unidos han adoptado en Irak, que ha encontrado tanto éxito incluso en el breve tiempo que lleva operativa, es una estrategia a largo plazo. A menos que los Demócratas vuelvan a sus cabales, será difícil que cualquiera confíe en que Estados Unidos no abandonará Irak por las buenas y con él, su responsabilidad como líder del Mundo Libre en medio de una guerra global.

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