El encuentro de Annapolis parece condenado a ser un ejercicio ilusorio

El encuentro de Annapolis parece condenado a ser un ejercicio ilusorio

(Salim Mansur/PD).-El optimismo en materia de la conferencia de Oriente Próximo a ser celebrada por la administración Bush en Annapolis, Md., es el pesimismo de todas las partes acerca de que algún logro dramático vaya a poner fin al conflicto palestino israelí por tierra y refugiados antes de establecer el estado palestino.

El revés es predecible. El fracaso por parte de Estados Unidos en cumplir las exigencias unilaterales palestinas — alineándose con Israel — sin ninguna garantía o prueba de que los palestinos dejan de apoyar el terrorismo, será un regalo para los terroristas, sus partidarios y los apologistas de la región. La verdad obvia de tales conferencias de Oriente Medio es la congregación de los estados árabes contra Israel como show de fuerza verbal en el frente diplomático, encaminada a compensar su miserable historial en guerras que ellos han precipitado contra el único puesto avanzado de la democracia en su entorno.

Para cualquiera con nociones de historia de Oriente Medio existe ironía en la elección del momento de la conferencia de Annapolis. En este mes se cumplen varios aniversarios para árabes y judíos. Fue hace 90 años, en noviembre de 1917, que Gran Bretaña, a través de la declaración de Balfour, se comprometía a establecer una patria judía en Palestina. Después, hace 60 años, en noviembre de 1947, la ONU aprobaba la resolución de la partición de Palestina en dos estados, presentada por Gran Bretaña bajo mandato de la Liga de Naciones: uno árabe y otro judío. 20 años más tarde, en noviembre de 1967, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaba la resolución 242 como sustrato para mediar un final al conflicto árabe-israelí.

Finalmente, hace 30 años, en noviembre de 1977, el presidente de Egipto Anwar Sadat visitaba Jerusalén, se dirigía a la Knesset israelí, y abría negociaciones con el primer ministro Menachem Begin que daban por resultado el acuerdo entre Egipto e Israel. En cualquier momento a largo de este periodo, los estados árabes podrían haber reconocido los derechos de los judíos a un estado en Palestina, aceptado la resolución de la ONU sobre la partición, negociar los detalles de la coexistencia, asistido a los palestinos con su estado, y recibido el apoyo de las grandes potencias, Estados Unidos incluida, para cumplir las necesidades de sus pueblos y llevar prosperidad a la región dados los recursos disponibles.

Pero la postura árabe fueron unos contundentes «tres noes», como plasmaba después al pie de la letra la desbordada ambición del líder egipcio Gamal Abdel Nasser y sus partidarios aplastados en la humillante derrota de la guerra de junio de 1967: nada de paz, nada de negociación, y nada de reconocimiento de Israel. La gran mentira que se cuenta repetidamente en Oriente Medio, y en casi todo o parte de Occidente, es que el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel se interpone entre una paz justa en la región. Lo que está implícito en esta mentira es el significado de «paz justa». Para los partidarios árabes y musulmanes de Hamas, Hezbolá, Al Qaeda, o los acólitos iraníes del difunto ayatolá Jomeini, «paz justa» exige el desmantelamiento de Israel y el retorno de los judíos a la posición de ciudadanos de segunda clase de “ dhimmi” (protegidos) según dicta la ley islámica de cuando los árabes eran creadores de imperios.

Hasta que, y a menos que, haya un cambio profundo de mentalidad entre los árabes y los palestinos, como el demostrado por el presidente Sadat al reconocer a los judíos como partes iguales y reconciliándose con Israel, la diplomacia pública tal como está montada para Annapolis seguirá siendo un ejercicio ilusorio en el que los estados árabes buscan al unísono el apaciguamiento de concesiones americanas e israelíes como reivindicación a su justicia.

El Dr. Salim Mansur es profesor residente de Ciencias Políticas en la Universidad de Ontario y director de la sede en Canadá del Centro para el Pluralismo Islámico.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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