A la vista de los fracasos progresistas, ¿tiene futuro el conservadurismo?

A la vista de los fracasos progresistas, ¿tiene futuro el conservadurismo?

(Michael Gerson).-El conservadurismo compasivo empezó con algunas preguntas: ¿Es posible aplicar las ideas conservadoras y del libre mercado – vales para la libre elección de centro escolar, la promoción de la comunidad y las instituciones basadas en la fe, el estímulo de la creación de riqueza y el ascenso en la escala social – a la tarea de ayudar a los americanos marginados?

A la vista de los fracasos progresistas, ¿ofrecen los conservadores alguna esperanza a los adictos y los desheredados, a los menores desfavorecidos que necesitan de mentores y educación adecuada, a los ciudadanos que viven el castigo de la pobreza de rigor?

Este proyecto encontró defensores conservadores: Jack Kemp, Dan Coats, Steve Goldsmith, George W. Bush. Pero el conservadurismo compasivo ha sido objeto de crítica por un amplio abanico de razones. Para algunos, está diametralmente enfrentado de manera fundamental con el conservadurismo fiscal – ninguna prioridad social se juzga más acuciante que equilibrar el presupuesto.

Para otros, supone una violación de su visión de gobierno limitado – el único propósito válido del estado es respaldar al mercado y proteger la libertad individual. Pero al establecer estos límites de manera tan estrecha, tales críticos relegan el conservadurismo al ámbito de las ideologías rechazadas: sencillo, sin complicaciones, e ignorado. Y al dejar sin satisfacer grandes necesidades sociales, dejan el terreno despejado al progresismo e invitan al estatismo genuino.

Ahora se presenta otra acusación – que el conservadurismo compasivo es en la práctica opuesto por la Biblia. “El sentido común y las escrituras,” argumenta el Senador Tom Coburn, “demuestran que la verdadera caridad y compasión exige del sacrificio por parte del donante. Este es el motivo de que Jesús ordenase al joven gobernador rico que vendiera sus posesiones, no las posesiones de su vecino. Gastar el dinero de los demás no es ser compasivo.”

No es mi propósito intimidar (una vez más) al senador de Oklahoma; es un hombre de principios. Y simplemente está reformulando una opinión bastante común: que la compasión es una virtud privada, no una pública, y que la conciencia religiosa se ciñe a lo primero y no a lo último.

Pero ésta es una afirmación teológica, no política. Y como teología, es parcial. Es cierto que Jesús no fue un activista político; no se unió a ningún partido ni decretó ningún “Contrato con el Imperio Romano.” Pero interpretar su desafío personal al joven gobernador acaudalado como fundamento bíblico del libertarismo es sacar los pies del tiesto.

La tradición judía en la que Jesús vivió y fue educado exigía que los gobernantes justos apartasen una partida económica mínima destinada a los pobres, incluyendo préstamos sin intereses y la distribución de bienes agrícolas. (Puede buscarlo: Éxodo 22: 25-27 y Deuteronomio 24:19-21) El apóstol Pablo tenía una elevada opinión del papel del gobierno en el fomento de la justicia e instaba al pago de impuestos – una exigencia bíblica más severa, para algunos de nosotros, que todas esas prohibiciones sexuales. Y los seguidores de Jesús, propagándose a lo largo de carreteras romanas, con el tiempo expresaron opiniones sobre la esclavitud, el infanticidio y la humillación de la mujer – opiniones políticas que naturalmente se derivaban de la creencia en una igualdad ante Dios radical.

Los grandes reformistas evangélicos de los siglos XVIII y XIX – desde John Wesley a William Wilberforce pasando por Lord Shaftesbury – ciertamente creían que las enseñanzas de Jesús tenían implicaciones para los africanos esclavizados y los menores que trabajaban sin descanso en los molinos. Shaftesbury, Tory de toda la vida, se centró en el Parlamento en la difícil situación de los mentalmente enfermos, de los jóvenes deshollinadores que con frecuencia fallecían de cáncer testicular, y de los 30.000 menores sin hogar del Londres de Dickens. Un biógrafo de Shaftesbury escribía: “Ningún nombre ha hecho más en realidad por reducir el grado de miseria humana ni por incrementar la cantidad total de felicidad humana.”

Esto, asume uno, es un juicio histórico que un político conservador codiciará. El argumento de que el gobierno es con frecuencia un instrumento de mejora de las condiciones sociales defectuoso tiene mérito. Existen límites a la compasión burocrática del coja-número-y-espere-su-turno – y enormes ventajas en el compromiso y el amor de sacrificio de los voluntarios. Lo cual es precisamente el motivo de que el conservadurismo compasivo recurra en primer lugar a la expansión de las respuestas comunitarias y privadas a la pobreza y la necesidad.

Pero la escala de estas necesidades en ocasiones es colosal. La compasión privada no puede reemplazar a Medicaid, ni proporcionar medicinas del sida a millones de personas en África durante el resto de sus vidas. En estos casos, es necesario y compasivo un papel para el gobierno – la expresión de los compromisos conservadores con el bienestar social general y el valor de cada vida humana.

Durante siglos, artistas, pensadores y políticos han dado forma a su imagen de Jesús, replicando con frecuencia la imagen de sí mismos. Pero el objetivo del Cristianismo es dejar que Él nos modele a nosotros, no al revés. Y de la misma manera que Jesucristo, el izquierdista revolucionario, es una distorsión, también lo es Jesucristo, el libertario.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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