Bélgica intenta desesperadamente salir de su laberinto

(PD).- El caos político vuelve apoderarse de Bélgica después de que el primer ministro, el democristiano flamenco Yves Leterme, ha presentado este lunes su dimisión ante el rey Alberto II, como consecuencia del fracaso en el impulso de las medidas para dar más poder a las regiones del país, Flandes y Valonia.

Pero el rey Alberto II, que ya ha iniciado una ronda de consultas con las principales formaciones políticas, se ha reservado el derecho a tomar una decisión, aunque todo apunta a que rechazará la dimisión porque supondría nuevos y complejos trámites para la formación de un Gobierno.

El Palacio Real ha emitido un comunicado en el que confirma que Alberto II «deja en suspenso» su decisión al respecto, lo cual, por el momento, no significa que haya aceptado la petición de renuncia de Leterme, que se había proclamado primer ministro el pasado marzo.

Leterme, por su parte, ha reconocido posturas «irreconciliables» entre las comunidades francófona y flamenca, a la que pertenece, para descentralizar el Estado.

El primer ministro belga acudió al Palacio Real al filo de la medianoche, después de constatar el bloqueo de las negociaciones y tras conocer el rechazo de su propio partido a la opción de prolongarlas. La audiencia con el Rey, que duró más de cuatro horas, contó también con la presencia del presidente de la Cámara, el democristiano flamenco Herman Van Rompuy.

La noticia de la dimisión ha llegado de manera totalmente inesperada, a pesar de los problemas que existían en el terreno de la reforma institucional para la descentralización del Estado.

Es la tercera vez que Leterme presenta su dimisión al rey, tras las dos tentativas que hizo durante los nueve meses que tardó en formar gobierno, después de ser el candidato más votado en las elecciones de hace un año.

El martes 15 de julio se cumplía el plazo que los partidos flamencos habían dado a los francófonos para llegar a un acuerdo sobre una reforma en profundidad del Estado federal. Sin embargo, la fecha ha llegado y el acuerdo no se ha conseguido.

Las diferencias han sido insalvables. La última propuesta de Leterme para proseguir las negociaciones sobre la descentralización había sido involucrar en ellas también a los presidentes de los ejecutivos regionales y no sólo a los responsables de los principales partidos de uno y otro lado del país.

Esta idea, destinada sobre todo a rebajar la presión ejercida dentro de su propio campo flamenco, no habría sido secundada por su partido, el CD&V, lo que habría llevado al primer ministro a un callejón sin salida.

Los principales problemas

La división lingüística es uno de los principales puntos de desacuerdo. La región de BHV, que engloba Bruselas y otros 35 municipios de mayoría francófona de su periferia quieren utilizar el francés como lengua oficial, pero están enclavados en Flandes, cuya lengua es el neerlandés.

La BHV es la única región de Bélgica donde se puede votar tanto a las listas flamencas como a las valonas, mientras en Flandes sólo se puede votar a partidos flamencos y en Valonia a partidos valones.

Los partidos flamencos consideran esta característica excepcional de BHV algo contrario a la ley y exigen la escisión de este distrito, en el que viven muchos francófonos.

Los valones piden a cambio compensaciones en el acuerdo general, como ampliar el territorio de Bruselas o contar con un corredor que comunique Valonia con la capital, pero cualquier opción que implique ceder territorio a Valonia resulta inaceptable para los flamencos.

Los enfrentamientos en este tema ya estuvieron detrás de la grave crisis que vivió Bélgica tras las elecciones de junio de 2007, que dejó al país durante nueve meses sin gobierno.

Otro aspecto problemático consiste en las pretensiones flamencas de que las regiones obtengan más competencias, como sanidad, empleo, seguridad social, circulación e inversiones, que actualmente pertenecen al Gobierno central. Los valones, sin embargo, han rechazado tales reformas.

Una coalición débil desde el principio

El hasta ahora primer ministro de Bélgica fue elegido tras un periodo de crisis en el que se sucedieron las disputas entre los partidos de cada una de las dos regiones lingüísticas. En los nueve meses que duraron las negociaciones para la formación de Gobierno se llegó a temer la ruptura del país.

El nuevo Ejecutivo que salió de las negociaciones estaba formado por cinco partidos: dos flamencos y tres valones, rompiendo así la tradicional paridad de fuerzas de los gobiernos belgas. Los flamencos del norte del país, que representan el 60% de la población, estaban representados por los cristianos demócratas (CDV) y los liberales (Open VLD), liderados por Bart Somers.

Por parte de los valones francófonos participaban los liberales de Movimiento Reformista, presidido por Didier Reynders, los cristiano demócratas humanistas, que lidera Jöelle Milquet, y los socialistas dirigidos por Elio Di Rupo. Sin embargo, esta coalición adolecía de fragilidad desde el principio, ya que no llegó a una solución para la reforma institucional, que es el auténtico conflicto en el que se encuentra enzarzado el país.

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