El ejército estadounidense en Irak ha sabido aprender de sus errores

El ejército estadounidense en Irak ha sabido aprender de sus errores

(David Ignatius).- El ejército de los Estados Unidos ha hecho algo destacable en su nueva historia de los 18 primeros desastrosos meses de la presencia americana en Irak: Ha llevado a cabo una rigurosa autocrítica de cómo se tomaron las malas decisiones, para que el ejército no las vuelva a tomar de nuevo.

Los líderes civiles están aún enfrascados echándose la culpa de Irak, señalándose unos a otros para explicar lo que salió mal y justificar sus propias acciones. Ciertamente ese es el tono de las recientes memorias de Douglas Feith, ex subsecretario de Defensa, y L. Paul Bremer, director en tiempos de la Autoridad Provisional de la Coalición. Estas fueron las personas que hacían la política, pero aún así trataron los errores clave como fallos de los demás. Feith critica a Bremer y a la CIA, al tiempo que Bremer echa pestes del ex Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el ejército por ignorar su consejo de que Estados Unidos no contaba con los efectivos suficientes.

El ejército no puede permitirse este tipo de auto justificación retroactiva. Sus mandos y soldados son los que perseveraron con la situación en Irak y tuvieron que hacerla funcionar lo mejor que pudieron. Y este relato interno, publicado el mes pasado bajo el título «On Point II,» da fe de la fortaleza del ejército como institución de aprendizaje. (Este estudio cubre desde mayo de 2003 hasta enero de 2005. Un volumen previo, «On Point,» recogía el asalto inicial sobre Bagdad.)

El estudio es claro en materia de lo falto de preparación que estaba el ejército para los desafíos de la posguerra: «El Departamento de Defensa y el ejército carecían de un plan coherente para traducir el ataque rápido y focalizado (a Bagdad)… en éxito estratégico. Soldados y mandos a casi todos los niveles desconocían lo que se esperaba de ellos una vez que Saddam Hussein fuera depuesto y sus fuerzas militares destruidas. La situación de la primavera de 2003 evocaba el aforismo, ‘si no sabes adónde vas, lo más probable es que termines en cualquier otro lado.'»

¿Por qué estaba el ejército tan falto de preparación de cara a la insurgencia y el caos que siguieron al derrocamiento de Saddam? El estudio rechaza la respuesta fácil (aunque correcta en gran medida) de que fue culpa de una pobre dirección integrada por civiles, y se centra en su lugar en los propios defectos del ejército. El jefe del mando central, el General Tommy Franks, «no veía la postguerra de Irak como responsabilidad suya a largo plazo,» reza el estudio. «El mensaje de Franks a Defensa y el mando conjunto fue, ‘Vosotros os ocupáis del día después, y yo me ocuparé del día presente.'»

Pero resultó que nadie se estaba preparando para el día después. El jefe del Estado Mayor del ejército, el General Eric Shinseki, argumentó que serían necesarios más efectivos, pero el Alto Mando Conjunto apoyó el plan de guerra de Franks de recursos insuficientes. Los mandos asumieron que un ejército iraquí reconstituido ayudaría a proteger el país tras la guerra, sin darse cuenta de que Bremer lo desarticularía en mayo de 2003. En aquel momento, el ejército asumía aún que la mayor parte de las tropas americanas se habrían ido hacia septiembre.

Estados Unidos disponía de una fuerza para la “derrota del régimen” pero no para “el cambio de régimen,” escriben los autores, Donald P. Wright y el Coronel Timothy R. Reese. Cuando el ejército comenzó a entender que se enfrentaba a una insurgencia bien organizada, “la transición a una nueva campaña no fue bien planeada.” El ejército no estaba listo para entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes, o para manejar a los miles de presos iraquíes detenidos en lugares como Abú Ghraib.

Pero el ejército aprendió de sus errores. En lugar de cabrearse por el desastre de Irak, los mandos realizaron los cambios necesarios. El ejército desarrolló una nueva doctrina para librar una contrainsurgencia; aprendió cómo trabajar con los líderes tribales iraquíes; persiguió a al-Qaeda en cada aldea de Irak; experimentó con el poder blando trabajando de cerca con los Equipos de Reconstrucción Provincial. «Se podría afirmar con facilidad que el ejército de los Estados Unidos se reinventó esencialmente durante este periodo de 18 meses,» escriben los historiadores.

Este estudio ilustra lo más admirable del ejército. Ha mantenido una tradición de rigor y de autocrítica intelectuales. Eso ha consolidado el programa único del ejército de educación profesional intermedia. No es casualidad, sino parte de la tradición del ejército, que el mando de más alto rango hoy en Irak, el General David Petraeus, se doctorara en relaciones internacionales en Princeton, o que el anterior comandante del Mando Central, el General John Abizaid, estuviera destacado como comandante en West Point. Esta tradición queda plasmada, también, en la decisión del General George Casey, actual jefe del Estado Mayor, de publicar esta crítica, feroz por momentos, a su propia profesión.

Los políticos repiten, hasta la nausea, la máxima del filósofo George Santayana, “aquéllos que no pueden aprender de la historia están condenados a repetirla.” El ejército norteamericano es esa institución poco corriente de la vida americana que realmente lleva a la práctica este precepto.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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