La división del Partido Demócrata sobre la tenencia de armas

(Jeff Jacoby).- En lo que respecta al control de armas, el Partido Demócrata es una formación dividida entre sí misma. Eso ayuda a explicar las posturas absurdamente inconsistentes de Barack Obama a propósito de la sentencia de Columbia vs. Heller, la histórica resolución judicial del Supremo la semana pasada sustentada en la Segunda Enmienda.

Como candidato a la Legislatura de Illinois en los años 90, Obama había apoyado una legislación para prohibir «la fabricación, la venta y la tenencia de armas de fuego», de manera que no fue sorprendente que apoyara la prohibición de las armas solicitada en Heller mientras hacía campaña a presidente. En noviembre, por ejemplo, su campaña explicaba al Chicago Tribune que «Obama cree que la ley de armas ligeras del Distrito de Columbia es constitucional.» En febrero, cuando durante un foro televisivo un participante dijo «Usted apoya la prohibición de armas ligeras en el Distrito de Columbia,» Obama respondía puntualmente: «Correcto.»

Hacia marzo, sin embargo, su portavoz había dejado de decir claramente si Obama consideraba constitucional la prohibición de armas o no, y cuando el senador era preguntado por ello durante un debate en abril, se negaba a dar una respuesta clara con el argumento de que «obviamente no he revisado los informes y examinado todas las pruebas.» Aún así, cuando el tribunal dictaba sentencia 5 a 4 el pasado jueves, Obama afirmaba que sus opiniones se habían visto ratificadas. «Yo siempre he creído,» comenzaba su declaración, «que la Segunda Enmienda protege el derecho de los ciudadanos a llevar armas.» Por otra parte, informaba Associated Press, «la campaña no respondió directamente… al ser preguntada si el candidato convenía o no con el tribunal.”

Esta no es solamente la coreografía política acostumbrada en la que los candidatos presidenciales Demócratas bailan al son de la izquierda durante las primarias y después saltan figurativamente al centro con vistas a las generales. (Los Republicanos giran en el sentido contrario.) Las armas son un tema particularmente espinoso para los Demócratas, que han venido siendo desde hace tiempo el partido del control de armas, y cuya nutrida ala izquierda detesta las armas de fuego y mira por encima del hombro a «los garrulos armados» que las disfrutan. Los Demócratas progresistas han visto generalmente la Segunda Enmienda como un anacronismo constitucional vergonzante, no como garante de una libertad esencial. Albergan una repugnancia singular hacia la Asociación Nacional del Rifle. Y están seguros de que más armas en manos privadas solamente pueden significar más muertes y crímenes violentos.

El problema de los Demócratas es que tales opiniones les alejan bastante de la opinión americana mayoritaria. Podría haber hasta 283 millones de armas de propiedad privada en Estados Unidos, y casi la mitad de los hogares norteamericanos tiene una al menos. Antes incluso del veredicto del Supremo, una gran mayoría de americanos – el 73 por ciento según Gallup — piensa que la Segunda Enmienda garantiza el derecho de los ciudadanos a tener armas a título personal. Casi 7 de cada 10 se oponen a ilegalizar la tenencia de armas.

Teniendo en cuenta la extendida opinión pro-armas, un partido político dado a demonizar las armas o a los propietarios de armas puede esperar alienar a muchos votantes. En 1994, en cuestión de meses de introducir en vigor una prohibición de armas de asalto, los Demócratas perdieron sus mayorías en ambas cámaras del Congreso – mayorías que costó recuperar más de una década. Su “incapacidad para ganar elecciones a perpetuidad en lugares en los que el número de armerías supera al de Starbucks,» escribía el respetado analista político Charlie Cook en el National Journal durante su largo exilio, «es un motivo claro de que el partido no controle ni la Cámara ni el Senado.»

Algunos Demócratas han puesto los medios para sanear la imagen como el partido de los que odian las armas. Presentándose a presidente en 2004, el Senador John F. Kerry hizo gala de ponerse la ropa de caza y sostener una escopeta durante una jornada muy pública de la caza del pato en el sur de Ohio. Cuando el Senador por Nebraska Ben Nelson y el gobernador de Montana Brian Schweitzer se presentaron a la reelección dos años más tarde, sus anuncios de televisión les mostraban usando armas. (A Schweitzer, cazador aficionado, le gusta decir que tiene «más armas de las que necesito pero no tantas como quiero.») Más de 60 Demócratas recibieron el apoyo de la Asociación Nacional del Rifle en las elecciones a la cámara de 2006 – las elecciones en las que quizá no sea coincidencia que su partido se hiciera con el control del Congreso.

Aún así, para muchos Demócratas progres, la animadversión anti-armas es automática. Los Senadores Ted Kennedy y Dianne Feinstein no perdían tiempo en deplorar el dictamen del tribunal en el caso Heller la semana pasada. El alcalde de Chicago Richard Daley lo denunciaba por «muy siniestro.» A lo largo de los años, tales posturas han sido una bendición para los Republicanos, ayudándoles a retratar a los Demócratas como elitistas distantes que odian lo que les gusta a millones de americanos. Las declaraciones de John McCain elogiando el veredicto aludieron frontalmente a los infames comentarios de Obama de que los americanos de clase media «se aferran a las armas o la religión» cuando «están resentidos.»

Todo lo cual hace irónico que el impacto del veredicto de la semana pasada puede privar al Partido Republicano de una valiosa arma política. Al poner fin al debate sobre si la Segunda Enmienda garantiza el derecho individual a tener armas, los jueces han allanado el camino a que los que tienen armas voten Demócrata. McCain celebraba el veredicto del tribunal, pero Obama podría demostrar ser el más beneficiado.

Jeff Jacoby es columnista de The Boston Globe

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído