El McCain que nadie conoce

El McCain que nadie conoce

(David Ignatius).- En los días tórridos del verano, la personalidad política de John McCain se ha vuelto tan vaga que hasta algunos Republicanos están preocupados por su viabilidad. Pero si quiere un recordatorio de porqué McCain debería ser un candidato formidable, eche otro vistazo a su notable autobiografía de 1999, “Fe de mis padres.”

El relato de McCain es igual de revelador que las memorias de Barack Obama, “Sueños de mi padre.” Ambos candidatos han escrito poderosos relatos de sus experiencias formativas. Cada historia es tejida en torno a la temática universal de padres e hijos. Teniendo en cuenta los tormentos psicológicos que a menudo impulsan a los políticos, es una bendición tener a dos candidatos que han examinado sus vidas cuidadosamente, y parecen entender sus demonios internos.

Pero estos dos biógrafos no podrían tener relatos más diferentes que contar, y eso es lo que debería hacer tan interesante la campaña de 2008. Donde Obama describe una búsqueda de un padre ausente y una identidad afroamericana, el precoz relato de McCain trata de escapar del legado de una familia famosa en la que tanto su padre como su abuelo fueron almirantes de alta graduación.

McCain fue en su juventud un bala perdida, aficionado a la bebida y a perseguir mujeres como un príncipe renegado de la realeza de la Marina. Es brutalmente franco en su descripción de esta adolescencia prolongada, describiendo sus años en la Academia Naval como “un curso de insubordinación y rebelión de cuatro años de duración.”

El lastre de McCain, y en última instancia su salvación, fue el código militar de honor que encarnaron sus padres. Procedía de una familia de guerreros profesionales, que se remonta atrás todo lo que podía remontar sus antepasados, y dice que esto le dio una “confianza imprudente” y un sentido del fatalismo. Pero también dio lugar a un vínculo inquebrantable con sus compañeros oficiales y rasos – y con la nación a la que habían prometido servir. El liderazgo, el arte de guiar valientemente a los efectivos en guerra, era el feudo familiar.

La historia de McCain converge en sus cinco años y medio como prisionero de guerra en el norte de Vietnam. En el sentido convencional, es un relato de heroísmo – cómo rechazó McCain una oferta de liberación anticipada, cómo aguantó la tortura año tras año, cómo volvió su cólera insolente contra sus captores.

Todos esos detalles heroicos están ciertamente presentes en las memorias de McCain, y en su atractivo político este año. La herencia de firmeza de Vietnam le motivó a aguantar el fallo americano en Irak y movilizar apoyos, en ocasiones casi en solitario, a lo que se llamaría “el incremento” de tropas americanas. Cuando dice que preferiría la derrota política para sí antes que la derrota militar de su país, está diciendo la verdad. Con una terquedad propia de los ex prisioneros de guerra, no podría soportar la noción del fracaso y el deshonor de las fuerzas norteamericanas.

Pero lo que hace verdaderamente notable el relato de su cautiverio por parte de McCain no es el heroísmo, sino la humildad. Página tras página, elogia a los hombres que insiste fueron más valientes que él. Aunque hasta los prisioneros más duros cedieron a la tortura, él no puede perdonarse por firmar su propia confesión: «Tiemblo, como si mi desgracia fuera fiebre.» Sobrevivió a través de la solidaridad con otros presos que eran “un faro de valor y fe que iluminó el camino a casa con honor.”

El triunfo de McCain, finalmente, fue que superó Vietnam. No se despachó contra los activistas pacifistas. (“He incurrido en demasiados errores en mi propia vida como para andar desacreditando a la gente siempre.») Aceptó los sentidos en los que América había cambiado en su ausencia. No albergaba resentimientos. Había crecido por fin. Robert Timberg en “La canción del ruiseñor” cita a McCain tras su regreso a casa en marzo de 1973: “Ahora que he vuelto, veo demasiados aspavientos con este país. No me lo trago. Creo que América es un país mejor que el que dejé hace casi seis años. “

Ese regalo curativo es lo que aporta McCain, en sus mejores horas, a la carrera presidencial — no el brillo de los galones del valor militar, sino la tolerancia de alguien que ha sufrido de verdad. Es evidente en sus logros como senador: Lo habían torturado, de manera que hizo campaña, contra intensa presión de la administración Bush, a favor de la prohibición de la tortura; se vio sorprendido como uno de “los Cinco de Keating” en un escándalo de financiación de campañas, de forma que desafió a su partido y se convirtió en un cruzado de la reforma de la financiación y la ética de la campaña.

Lo que está perjudicando ahora la campaña McCain, sospecho, es que este hombre ferozmente independiente está intentando satisfacer a otros — especialmente a una dirección Republicana que realmente no confía en él. Debería dejar de hacer eso y ser la persona cuya voz brille a través de las páginas de su historia vital.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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