El pacifista en el chiringuito

(PD).- Al pacifista de guardia le pilló de vacaciones el bliztkrieg ruso. Estaba viendo los Juegos en la tele del chiringuito cuando entre brazada y brazada de Michael Phelps se enteró de la guerra relámpago sobre Georgia.

EScribe Ignacio Camacho en ABC que así, a bote pronto, el pacifista de guardia tuvo un ataque de zozobra, esa confusa cosquilla de incertidumbre de no identificar de inmediato a los buenos y los malos de la historia.

Ese Putin, siempre tan ambiguo; por una parte hijo del kremlinismo de última hornada, y por tanto inclinado al contrapeso del liderazgo norteamericano; por otra adalid de un neocapitalismo turbulento de mafias, plutócratas y autoritarismo de Estado.

Arrogante, poco de fiar, frío y viscoso como un pez, al punto de que estaba el tipo tan campante en la ceremonia de apertura olímpica cuando ya había ordenado el ataque militar. El pacifista de guardia no sabía a qué atenerse, a cuál de los perfiles putinescos reaccionar, hacia dónde orientar su sesteante conciencia de activista en verano.

Si hubiese sido Israel el atacante, algún bombardeo de represalia sobre Líbano o Siria, las cosas estarían claras. O si se tratase de alguna agresión de Estados Unidos a través de alguna nación títere.

Coser y cantar: el imperialismo sionista o yanqui violando la sagrada tregua olímpica. Pero el asunto pintaba espeso y lejano; el Cáucaso, ese polvorín en el que siempre resulta tan difícil dilucidar quién tiene razón.

El pacifista de guardia buscó en la prensa un mapa para orientarse sobre Osetia del Sur, y se encontró con un conflicto enrevesado de independentistas pro-rusos y un fondo oscuro de limpieza étnica.

Las imágenes no resultaban tranquilizadoras; heridos en destartalados hospitales, tanques sobre un suelo de escombros y metralla. Y las noticias hablaban de miles de muertos. El pacifista de guardia miró inquieto su teléfono móvil a ver si llegaba alguna consigna, algún sms de protesta, algún indicio de movilización. Pero el aparato estaba tan quieto como el mar; sólo entraban alertas con resultados de Pekín y el positivo de una ciclista española. Nadie reaccionaba, mecachis.

Así que el pacifista de guardia decidió esperar. Al día siguiente, de nuevo en el chiringuito de la playa, los periódicos ya traían algo de doctrina inteligible. Hablaban de un presidente de Georgia proestadounidense que trataba de ingresar en la OTAN, de oleoductos de petróleo que surten a la Unión Europea, de posibles vetos de Rusia o de China en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Las instancias internacionales habían redactado comunicados intimidatorios y hacían gestiones diplomáticas para el cese el fuego. Y algunos artículos de fondo sugerían que Bush había dado el visto bueno a la incursión georgiana que ocasionó la respuesta de Putin.

La cosa se iba aclarando, pero al pacifista de guardia le incomodaban las cifras de muertes y no acababa de hallarse a gusto consigo mismo, ni de encontrar en Putin a un tipo de confianza.

El móvil seguía silente y a España le costaba trabajo ganarle en baloncesto a China. Entonces entró un sms: Rusia suspendía el ataque y daba por cerrada la operación de castigo. El pacifista de guardia suspiró con un alivio profundo y sincero, miró la espuma suave de las olas y pidió unas gambas y otro tinto de verano.

VÍA ABC

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