Putin y la táctica de matón de recreo

Putin y la táctica de matón de recreo

(Michael Gerson).– La nación de Georgia es un lugar de inspiración y peligro. Fui testigo de ambas cosas en una sola hora.

Fue en la Plaza de la Libertad de Tbilisi durante la visita del Presidente Bush en mayo de 2005, junto a la Secretario de Estado Condoleezza Rice y el Secretario de Estado en funciones Daniel Fried. Durante la interpretación del himno nacional georgiano, el sistema de megafonía se averió y decenas de miles de georgianos interpretaron la letra conmovedoramente sin música — una canción que había sido ilegal cantar bajo la ocupación soviética.

Es impactante imaginar ahora a ese alegre pueblo bombardeado, temeroso y ocupado.

En el mismo acto tuvo lugar una tentativa de asesinato contra el Presidente Bush. Un hombre arrojó una granada envuelta en un pañuelo. Bush se encontraba al otro lado de una barrera a prueba de balas, pero dentro del radio de acción del explosivo. La granada estaba activada pero no explotó – o tal vez la explosión en Georgia fuera simplemente retrasada.

Hace algunos días hablé con el Embajador Fried — uno de los diplomáticos más apreciados de América — durante su trayecto de retorno de Georgia, tras tensas negociaciones. Sonando agotado de «unos días difíciles,» describía el alto el fuego auspiciado por Francia como imperfecto pero importante. Predecía que en cuestión de 10 años la invasión sería vista como un error estratégico porque califica a Rusia «de estado criminal.” Del gobierno ruso, echaba pestes: “Intimidando a la débil Georgia — ¿es esto lo que les hace sentir orgullosos?”

Georgia se equivocó radicalmente en sus cálculos de esta crisis. El Presidente Mikheil Saakashvili creyó poder engullir rápidamente sus provincias disidentes a través de la fuerza militar, igual que hizo hace cuatro años en el suroeste de Georgia. Es un imprudente que actuó en contra del consejo americano.

Pero fue Rusia la que suscitó esta provocación, para la cual estaba exhaustivamente preparada. Hace ocho meses, Rusia se retiró de un tratado que le exigía dar parte del despliegue de sus efectivos a lo largo de los territorios fronterizos. Centenares de ingenieros rusos pasaron meses enfrascados reparando las líneas de ferrocarril utilizadas eventualmente por las tropas rusas.

Vladimir Putin es un líder definido y consumido por sus agravios, desde el sistema de defensa balística europeo a Kosovo. Y ahora ha adoptado la ideología y la táctica de matón de recreo — intentar restaurar la autoestima rusa arrollando al débil. Ello es patético y peligroso a partes iguales. También ha sido un éxito militar. Los funcionarios de la administración Bush están debatiendo ahora cómo convertir la victoria táctica de Rusia en una derrota estratégica.

A corto plazo, esto implica negar a Rusia algunas cosas que desea, como un golpe que deponga a Saakashvili. También implica lograr algunas cosas que Rusia no quiere, en particular el despliegue de inspectores internacionales y con el tiempo tropas de pacificación en las regiones disidentes. Las tropas rusas, después de todo, no son pacificadores sino combatientes.

Pero también es necesario que haya consecuencias estratégicas más amplias para Rusia. Rusia está intentando combinar el aventurismo propio del siglo XIX con el ingreso en las instituciones internacionales del siglo XXI. América necesita probar que no es posible — demostrar que no hay lugar para el zarismo en el G-8 o la Organización Mundial de Comercio.

Pocos cuestionan este objetivo, pero hay muchas dudas con el método. ¿Empeoró o mejoró las cosas el ataque directo al susceptible orgullo de Rusia? ¿Debe América participar en una difícil batalla política por el ingreso en el G8, o simplemente empezar a actuar a través del G7, como ha empezado a hacer ya la Secretario Rice? ¿Debe América anunciar su oposición al ingreso ruso en la Organización Mundial de Comercio, o simplemente dejar de presionar en favor de ello?

La opción peor es excusar a Rusia culpándonos a nosotros mismos. La ampliación de la OTAN no provocó la beligerancia rusa. El deseo de formar parte de la OTAN en la Europa liberada fue alimentado, en parte, por el temor justificado a la beligerancia rusa. Los ciudadanos de los estados bálticos, por ejemplo, se volverán miembros satisfechos de la OTAN ampliada con relativa facilidad, o serán los siguientes en la lista de Putin. Una y otra vez en la historia europea ha existido la tentación de sacrificar la libertad de los países pequeños en aras de los intereses de las grandes potencias. Y en general, no ha funcionado muy bien, ni para ellos ni para nosotros.

Georgia ha sido imprudente. Pero la cruda iniciativa de Rusia ha tenido un efecto positivo — revelar el valor de otros. Polonia ha actualizado rápidamente sus relaciones con América, incluso bajo amenaza nuclear de Rusia. Ucrania se ha mostrado desafiante, incluso si Rusia aún hace reclamaciones sobre Crimea. Estas naciones tienen recuerdos frescos del «orgullo» nacional ruso. Y su valor debería estimular en nuestro.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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