¿Qué movió a Georgia a llevar a cabo su imprudente jugada?

¿Qué movió a Georgia a llevar a cabo su imprudente jugada?

(David Ignatius).- Corría febrero de 2006 en Múnich, y los ojos de John McCain centelleaban con la chispa traviesa de alguien a punto de lanzar un misil verbal. «Tengo un comentario efectista preparado,» me decía, refiriéndose a un discurso acerca de Rusia que pronunciaría unas cuantas horas después en la Conferencia de Política de Seguridad de Múnich anual.

Y McCain hizo un comentario cáustico de verdad. Criticó a Vladimir Putin por «la búsqueda de la autocracia en el país y en el extranjero» — y a continuación instó a que Rusia fuera excluida de la cumbre de naciones industrializadas del G8. Con razón, incluía un llamamiento a Georgia, una espina clavada ya en el costado de Rusia, a ingresar en la OTAN.

El discurso de McCain en 2006 fue noticia, tal como él sabía que sería. También lo fue un discurso en Múnich pronunciado la noche de la víspera por el emocionado presidente de Georgia, Mikheil Saakashvili. Él recordó cómo había llorado la noche que cayó el Muro de Berlín — y a continuación suplicó el apoyo occidental a los esfuerzos de Georgia por recuperar la provincia renegada de Osetia del Sur y poner fin a lo que llamaba «el cáncer del separatismo.”

Ahora que Rusia ha invadido Georgia, McCain puede señalar ese discurso y decir, «os lo dije.” Y es muy cierto que el Republicano de Arizona fue uno de los primeros en advertir que la Rusia de Putin se estaba orientando en una dirección peligrosa, y que Occidente debía ser cauto. Pero lo que permanece en mi memoria de ese día en Múnich fue el brillo en los ojos de McCain antes de pronunciar su provocativo discurso.

A McCain le gustan los comentarios cortantes. Todos hemos sido testigos de esa mirada traviesa, justo antes de lanzar una burla o coletilla seca contra rivales del Partido Republicano como el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney. Es uno de sus rasgos atractivos, pero en este caso me preocupa. Los comentarios secos no suponen una buena política exterior. Envalentonan a los amigos y provocan a los adversarios — y en la crisis de Georgia, ello ha demostrado ser una combinación letal.

Tras la guerra de Georgia, muchos tertulianos han sostenido que el temperamental Saakashvili cayó en una trampa al iniciar un ataque el 7 de agosto contra la capital de Osetia del Sur, Tskhinvali — proporcionando la excusa a la brutal respuesta rusa. Esa conclusión emerge de la meticulosa reconstrucción de Peter Finn, del Washington Post.

¿Pero qué movió a Saakashvili a llevar a cabo su imprudente jugada?
Parte se debió a la ambigua política de la administración Bush, que un mes dice al presidente georgiano que «Siempre defenderemos a nuestros amigos» (como decía en julio la Secretario de Estado Condoleezza Rice en Tbilisi con motivo de la iniciativa de ingreso de Georgia en la OTAN) y al mes siguiente aconseja contención. Y en parte se debió a la promoción por parte del lobby pro-Georgia, del cual McCain ha venido siendo una de las voces más resueltas.

Dejemos a un lado que el principal consejero de McCain en materia de política exterior, Randy Scheunemann, ha sido en la práctica miembro de lobby en defensa de Georgia. En sus propios comentarios decididos estos últimos meses, McCain animaba a los georgianos a creer que América les respaldaría caso de una crisis. Tal expectativa fue ingenua, y fue injusto suscitarla. Fue especialmente desafortunado dar a un líder volátil como Saakashvili lo que evidentemente imaginó que era un cheque en blanco americano.

En el mundo post-Guerra Fría, los países pequeños con frecuencia se meten en enfrentamientos que no pueden acabar — esperando que las grandes potencias acudan a su rescate. Eso sucedió en los años 90 con Bosnia y Kosovo, que esperó que su desesperada vulnerabilidad forzara la intervención occidental, como sucedió con el tiempo. Al otro extremo, los serbios jugaron al mismo juego, esperando (erróneamente, como fue el caso) que Rusia interviniera. El mejor consejo en ocasiones es decir a las naciones y grupos étnicos objeto de ataques: Tragaos nuestro orgullo y alcanzad un compromiso; la caballería no va a venir a salvaros.

Existe un dilema moral con todo el ánimo pro-Georgia, que se ha perdido entre los ataques editoriales al neo-imperialismo de Putin. Un fenómeno recurrente de los primeros tiempos de la Guerra Fría fue que América animaba a los pueblos oprimidos a levantarse y luchar por la libertad — y a continuación, cuando las cosas se ponían difíciles, los abandonaba a su suerte. La CIA hizo eso sobre todo en los primeros años 50, difundiendo las noticias entre las repúblicas soviéticas y las naciones de Europa Oriental de que América respaldaría su liberación de la tiranía soviética. Tras la brutal represión de la revolución húngara de 1956, los líderes norteamericanos responsables aprendieron a ser más cautos, y más honestos con los límites del poder americano.

Hoy, tras la guerra de Georgia, McCain debería aprender esa misma lección: Los líderes americanos no deben hacer amenazas que el país no puede cumplir, ni promesas que no esté dispuesto a honrar. La retórica de la confrontación podrá hacernos sentir bien, pero son los demás los que acaban perdiendo la vida.

© 2008, The Washington Post Writers Group

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