¿Nadie sabía de qué cariz era la crisis que estaba por venir?

¿Nadie sabía de qué cariz era la crisis que estaba por venir?

(PD).-Imagínese, dice David Fernández en El País, que ejerce de anfitrión junto durante una visita de la reina Isabel II. En principio, uno de tantos actos protocolarios de guante blanco. Imagínese que la soberana de todo un Imperio se salta el protocolo para lanzar al aire una pregunta que seguro también se la hace el tendero de la esquina: «¿Por qué nadie ha sido capaz de anticipar la que se nos ha venido encima?».

Ocurrió el pasado noviembre y ejemplifica cómo la crisis económica ha puesto en evidencia los pronósticos económicos.

Simples turbulencias, desaceleración, crisis, recesión, ¿depresión? Ésta es la secuencia que han seguido las previsiones de Gobiernos (incluido el español, que hasta bien entrado 2008 se negó a hablar de crisis), organismos internacionales, escuelas de negocios, reputados consultores y gurús de la gestión empresarial.

Los expertos reconocen que ante el tema de las previsiones, sean estas económicas o de otra índole, las personas se mueven con un marcado sentido gregario y que, al igual que hace dos años era un milagro que un libro de management o un economista crítico se abrieran paso, ahora se corre el peligro, por la ley del péndulo, de que sólo quede espacio para los agoreros.

Pero, cuidado, conviene no pasarse de frenada en la teoría del caos. La realidad es tozuda y el éxito efímero. Y si no que se lo pregunten a Ariun Murti, experto de materias primas en Goldman Sachs. En marzo de 2005 Murti predijo que el precio del petróleo daría el salto de 50 dólares a 105 en sólo cuatro años. Se desvió sólo unos meses. La situación del mercado le llevó a doblar su apuesta en mayo pasado, situando el barril de crudo en 200 dólares en sólo dos años. Coincidiendo con este segundo augurio de Murti, el petróleo inició un vertiginoso descenso que le ha devuelto de nuevo a la zona de los 50 dólares.

Otra consecuencia de la crisis actual es que se ha puesto en duda un dogma de fe económico de los últimos años: el poder casi religioso del libre mercado. Incluso en el santa sanctorum del capitalismo como es Wall Street han tenido que hincar la rodilla y rogar una inyección de dinero público para resolver sus pecados. El retorno a políticas de corte más intervencionista ha vuelto a poner de moda al economista británico John Maynard Keynes, partidario de la intervención del Gobierno para estimular la economía.

Pero incluso él también erraba a veces en sus previsiones. Un día tuvo que salir del paso de las críticas de un economista rival que le acusaba de inconsistencia en sus argumentos. «Cuando los hechos cambian, yo cambio mi opinión, ¿qué hace usted, caballero?». Habría sido interesante oír la respuesta que hubiera dado Keynes a la pregunta de la reina Isabel II.

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