(PD).- No se recuerda en la política norteamericana la emergencia de un político de una forma tan espectacular y vertiginosa. Hace apenas cuatro años, Barack Hussein Obama era un joven y desconocido legislador en Illinois.
Cuatro décadas después del asesinato de Martin Luther King, el mundo entero conoce de sobra a quien será el primer presidente negro de la Historia de EEUU.
Su suerte cambió de forma radical gracias a una de sus más celebradas virtudes: su retórica visionaria. La campaña de John Kerry se fijó en su potencial, y le proporcionó el espacio dedicado a los jóvenes valores en alza en la convención demócrata de 2004.
Su discurso causó sensación, y le catapultó directamente a la fama. Unos meses después, arrasó en las elecciones al Senado de los EEUU por el estado de Illinois.
A pesar de haber iniciado su carrera política en Chicago, Barack Hussein Obama Jr. nació a miles de kilómetros de allí, en la isla de Hawai, en 1961. Hijo de una mujer blanca originaria de Kansas, y un inmigrante keniano, su identidad mestiza y su juventud nómada le generaron problemas de identidad durante su adolescencia, pero se convirtieron a la vez en un activo años más tarde, cuando inició su carrera política.
Su identidad birracial le permitió apelar a un futuro de reconciliación entre los descendientes de los esclavos llegados de África siglos antes, y los que comerciaron con ellos. Asimismo, se convirtió en la mejor metáfora posible del cambio que anhelaban millones de norteamericanos como consecuencia de una de las presidencias menos populares de la historia del país.
Cuando en febrero del 2007 anunció su candidatura a la Casa Blanca, pocos creyeron en sus posibilidades. Debía enfrentarse a una formidable maquinaria política que había controlado el Partido Demócrata durante más de 15 años: los Clinton.
No obstante, la dificultad de la empresa no amedrentó a un hombre de carácter audaz y ambicioso. Tampoco lo hizo que su jefa le diera calabazas dos veces cuando era un becario en una prestigiosa firma de abogados. Esa mujer es hoy su esposa, Michelle Obama, con quien ha tenido dos hijas, Malia, de 10 años, y Sasha, de 7.
Tras una campaña perfectamente orquestada, en la que su oposición a la guerra de Irak y un mensaje de cambio y esperanza ocuparon una posición central, Obama se impuso en unas reñidas primarias demócratas a Hillary Clinton, convirtiéndose en el primer negro nominado a la Casa Blanca por uno de los dos grandes partidos del país.
Su biografía, poco común, la ha relatado él mismo en dos libros convertidos en ‘best-sellers’: ‘La audacia de la esperanza’ (2006) y ‘Sueños de mi padre’ (1995). Su nombre completo es Barack Hussein Obama, un tributo a su abuelo paterno, que era musulmán. Además, de niño, pasó varios años en Indonesia, país originario del segundo marido de su madre, Ann Duham, lo que permitió que se lanzara una campaña anónima de intoxicación que aseguraba que es de confesión musulmana.
Una de las principales características de Obama es su capacidad para alternar, con toda naturalidad y sin despeinarse, discursos idealistas —en línea con los postulados tradicionales de la izquierda americana—, con una práctica política de lo más pragmática y convencional. De ahí, que muchos norteamericanos aún no sepan si es un izquierdista con piel de cordero, un centrista pragmático, o simplemente un astuto oportunista.