(David Ignatius).- El gran peligro que corre Barack Obama, con su encanto y tolerancia naturales, reside en intentar contentar a todo el mundo. Pero comenzó su presidencia sin recibimientos forzados — evitando los discursos de aplauso fácil y diciendo en su lugar a la gente cosas que podría no querer escuchar.
El nuevo presidente abrió su discurso de investidura recordándonos lo mal que están las cosas. Habló de cielos soleados y de campos mecidos por el viento, y de todo lo demás, pero de «nubarrones y tormentas a punto de descargar.”
Y nos dijo que en parte es culpa nuestra. La crisis económica no fue solamente resultado de «la avaricia y la irresponsabilidad por parte de unos cuantos,» sino consecuencia de «nuestro fracaso colectivo a la hora de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para la nueva era.”
Todos conocemos el título de Pogo, sobre cómo «hemos avistado al enemigo, y somos nosotros.” Obama pareció suscribirlo implícitamente. Hemos sido un país inmaduro; queremos cosas que están en conflicto. Somos partidarios de impuestos más bajos y de más servicios; queremos presupuestos equilibrados y más gasto en prestaciones sociales. Queremos progreso, siempre y cuando no amenace al status quo.
Obama rompió con esta política de inmovilismo: «Nuestro momento de mantenernos firmes en nuestras decisiones, de proteger estrechos márgenes de intereses y aplazar las decisiones difíciles — ese momento ha pasado ciertamente.”
El discurso de Obama nos demostró, una vez más, que el nuevo presidente habla en serio cuando dice querer crear un nuevo tipo de política para una América «post-partidista.» Esto ha sido difícil de digerir para algunos de sus partidarios, enrabietados con la presidencia Bush y su comprensible deseo de quedar en tablas con aquellos que llevaron al país a tiempos oscuros y dolorosos.
Pero Obama no quiere nada de eso. «En esta fecha, llegamos para proclamar el final de los agravios rebuscados y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas desgastados por el uso, que durante tanto tiempo han estrangulado nuestra política.” ¿Provocó eso un momento de auto-reflexión en las oficinas de Rush Limbaugh, o del Daily Kos? Lo dudo, pero la esperanza es lo último que se pierde.
El mensaje al mundo fue igualmente claro. También aquí Obama ha evitado las declaraciones encaminadas a ganar el favor y ha dicho algunas verdades difíciles. «Con el mundo musulmán, buscamos un nuevo camino a seguir, basado en los intereses comunes y el respeto mutuo,» decía. Ese era exactamente el mensaje adecuado. La presidencia de Obama no tendrá mucho que ver con discursos sensibleros y mediaciones; no vamos a cantar “Kumbaya” alrededor de una hoguera con gente de todo el mundo. El diálogo estará relacionado con intereses. Es el tipo de negociación que los astutos negociadores de Damasco y Teherán entienden, y es el punto de partida adecuado.
Obama desafió a los pretenciosos y los predicadores de Oriente Medio — aquellos que prefieren destruir vidas antes que perder imagen — a realizar una prueba nueva: «Sabéis que vuestro pueblo os juzgará según lo que podáis construir, no según lo que podáis destruir.” Eso pone el dedo en la llaga de la enfermedad de Oriente Medio hoy, que aflige por igual a árabes y a israelíes.
Y en cuanto a los corruptos pero amigables oligarcas «en el lado equivocado de la historia» — Obama ofrecía un camino de salida: «Os ayudaremos si estáis dispuestos a abrir vuestro puño,” dijo pausadamente, sin atisbo de la insistencia machacona que estropeó la promoción de la democracia por parte de la administración Bush.
Me gustó especialmente el mensaje de Obama a los adversarios terroristas de Estados Unidos — la gente que piensa que su elección ha sido una señal de que Estados Unidos se ha vuelto blando; la gente que sigue convencida de que el decadente Occidente está perdiendo, y que ellos están ganando. «Para aquellos que pretenden impulsar sus intereses induciendo el terror y masacrando inocentes, os decimos ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no puede quebrarse; no podéis superarnos, y vamos a destruiros.”
Fue un discurso simple, como los de los primeros presidentes estadounidenses, a saborear mejor leyendo que escuchando. El nuevo presidente no tensó la cuerda retórica; no intentó anotar puntos. Simplemente dijo la verdad — incluyendo las partes difíciles — acerca de dónde está el país y donde tiene que ir. No habría podido decirlo más claramente:
«Lo que los cínicos no comprenden es que el terreno bajo sus pies ha cambiado — que los argumentos políticos añejos que nos han consumido durante tanto tiempo ya no sirven.” Como la voz de Aretha Franklin llena de alegría y dolor, como la música inquietante de John Williams interpretada por un cuarteto compuesto de músicos de todo el mundo, como casi todo en este día, dio en el clavo.
© 2009, Washington Post Writers Group